Una apariencia pulcra se logra con una moderna máquina de lavar ropa y una buena ducha. La pureza étnica de un pueblo se consigue con un buen lavado de cerebro. Con ese objetivo, nada mejor que inculcar esas costumbres higiénicas desde los primeros años de vida. No importan caracteres humanos o democráticos universales siempre y cuando el objetivo principal sea el compromiso con la identidad y la diferenciación de otras etnias.
De acuerdo a la resolución de la comisión técnica asesora de orientación de literatura en la enseñanza secundaria en Israel, el programa de estudios del próximo año debería incluir obligatoriamente la lectura del libro «Barrera viva», de la escritora israelí Dorit Rabinyán. La novela describe los avatares de una relación amorosa en Nueva York entre una traductora judía israelí y un joven pintor palestino.
La visión intolerante que reina en la capa gobernante del Estado judío en general, y del Ministerio de Educación en particular, no permaneció en silencio ante semejante afrenta intelectual. De nada valió un frustrante epílogo del texto que, frente a la conflictiva realidad, lleva a la separación de la pareja. La comisión pedagógica del Ministerio de Educación decidió vetar la lectura de la novela recomendada.
Lo sorprendente del caso no es la decisión misma. Con la coalición de religiosos e intransigentes extremistas que gobierna Israel no se puede esperar condescendencia a conductas comprensivas y contemporizadoras. Lo más deslumbrante son los argumentos de la prohibición.
La lista de los peligros existenciales a que se expone al pueblo judío permitiendo a jóvenes la lectura de semejante obra incluye: imposibilidad de «cuidar la identidad y tradición de los alumnos», la concepción que «relaciones íntimas entre judíos y no judíos amenaza a nuestra identidad distinta», y por último, el temor que «jóvenes en edad de secundaria no tengan una visión amplia con argumentos del cuidado de la identidad del pueblo y el significado de la asimilación» [1].
Cuanta hipocresía detrás de problemáticas intenciones de mantener la pureza judía por encima de garantizar libertades individuales. Esos mismos jóvenes, con esa visión tan frágil de la realidad, a los pocos meses de la lectura de ese libro, con una ametralladora que el Estado judío le puso en sus manos, tendrán que discernir en menos de un segundo si dejan con vida o le meten plomo en la cabeza a personas sospechosas, según su juicio aún en pañales, como lo afirman estas autoridades.
Naftali Bennett, ministro de Educación, declaró no haber participado de la decisión, aunque él retrospectivamente la avala. Su argumento: «No se debe promover valores que contradicen la escala de valores del Estado» [2].
Pero el baño ideológico de la corriente fundamentalista judía que reina en el Ministerio de Educación de Israel no se limita únicamente a permitir o vetar lectura de libros. Mucho más importante es cincelar en el pensamiento de la adolescencia israelí que el Estado judío es una verdadera democracia, la única en Oriente Medio, con el derecho divino a algunos omni-privilegios a ciudadanos judíos.
La excepcionalidad que el judaísmo se permite a sí mismo para exigir que sea considerado democrático se perfila claramente en una serie de contrasentidos que el Ministerio de Educación impuso a quienes redactan un nuevo manual de Instrucción Cívica, como así también, en afirmaciones y declaraciones de quien toma a su cargo la dirección de este nefasto proyecto.
El marco definido por las autoridades ministeriales demanda de la comisión redactora reescribir los estudios del orden civil de la sociedad israelí en donde se debe remarcar más judaísmo, más nacionalismo y menos democracia. En uno de sus puntos centrales acentúa que «la cultura de una democracia política no es una condición necesaria para definir un Estado como democrático».
El Dr. Assaf Malaj, director de la comisión redactora de dicho manual, ya fijó los objetivos, sólo resta armar la estructura que los adorne. Para el eximio experto en orden cívico de una sociedad judía, «democracia se convirtió en Israel en una religión» [3]. Como se sabe, el ingreso de otra religión que no sea la judía en un aula judía es un sacrilegio penado por la ley. Conclusión: quien lucha por la democracia en Israel es un delincuente.
Un experto en derechos civiles como este personaje, designado por el ministro Bennett, viene acompañado de un frondoso curriculum de discriminación y arrogancia. En el pasado publicó un artículo bajo el título «No todo pueblo tiene derecho a su Estado», donde explícitamente pone en serias dudas «el derecho moral de los palestinos a tener su Estado» [4].
Con estos antecedentes queda claro que en un futuro cercano estudiantes judíos israelíes se convertirán en grandes aduladores de ese orden enrevesado que recibe el titulo de única democracia de Oriente Medio. La ceguera que les impone el lavado de cerebro de la educación no les permitirá ver el apartheid en Cisjordania bajo soberanía israelí de facto, ni tampoco percatarse que la sociedad judía vomita a personas de otras etnias o religiones, pero que le encanta tragar territorios en donde algunas de ellas viven.
El Estado judío, guiado por rabinos con concepciones racistas y políticos que promueven el dogmatismo oscurantista, esta asestando un duro golpe al judaísmo en todo el mundo. Con esas conductas de sus líderes, rápidamente el judaísmo perderá su posición de religión respetada o símbolo de un pueblo ejemplar, para convertirse en un problema universal.
Ojalá me equivoque...
[1] «Ministerio de Educación vetó lectura de libro»; Haaretz; 30.12.15.
[2] «Bennett sobre el libro 'Barrera viva'»; Walla; 1.1.16.
[3] «Ministerio de Educación reescribe la materia Instrucción Cívica»; Haaretz; 31.12.15.
[4] «Bennett designa director de comisión redactora de Instrucción Cívica»; Haaretz; 4.7.15.