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Derrotar a la Yihad

yihad1El recuento de los actos de terrorismo yihadista en 2015 es largo y penoso. Todos los meses murió gente en nombre de una ideología perniciosa. Se estima que en enero 2.000 personas fueron masacradas en Baga (Nigeria), un coche bomba mató a 38 en Saná (Yemen) y 60 fueron asesinadas mientras rezaban en una mezquita en Shikarpur (Pakistán). En junio, más de 300 personas fueron ejecutadas o mutiladas en ataques perpetrados en la región de Diffa (Níger), en Ciudad de Kuwait y en Susa (Túnez). Y en noviembre, casi 200 murieron a manos de terroristas en Sarajevo, Beirut y París. Después, con el inicio de diciembre, vino el asesinato en masa de San Bernardino (California).

El terrorismo creciente no se limita a las atrocidades cometidas por el grupo Estado Islámico (EI) en Irak y Siria, sino que es un problema global. Por eso la comunidad internacional necesita una estrategia integral para derrotar el extremismo yihadista, que combine la fuerza, la diplomacia y la ayuda al desarrollo en pos de conseguir un mundo más estable.

El elemento más urgente de esta estrategia es desmantelar al EI, al que es preciso eliminar no sólo en Siria y en Irak, sino también en Libia y dondequiera que opere. El debate sobre cómo hacerlo no debe girar en torno de si hay que poner tropas occidentales en el terreno. Todos debemos hacer lo que sea necesario para derrotar a un grupo que ocupó territorios en cinco países y declaró un nuevo Estado gobernado por ideólogos fanáticos. El EI no desaparecerá con negociaciones; por eso se necesita una alianza amplia - dotada de la estrategia política correcta - para vencerlo allí donde esté.

Pero la victoria sobre el EI será sólo un primer paso esencial para una salida justa en Siria, que implica llegar a un acuerdo que permita al país progresar y respete plenamente a sus minorías, sin la permanencia en el poder de Bashar al-Assad. Además, el EI es sólo la manifestación más virulenta de un extremismo que lleva décadas afligiendo al mundo. Debemos construir una fuerza internacional capaz de combatir a los extremistas donde sea y cuando sea que intenten crearse una base.

Para Europa, en particular, esto implica un enorme cálculo utilitario. La amenaza de seguridad que plantea el EI no está a nuestras puertas: ya entró a nuestra casa. Es de nuestro interés propio erradicarla en el corto y mediano plazo. A más largo plazo debemos comprender que el problema es la ideología del extremismo en sí. Pocos son los yihadistas que siguen al EI y a otros de su calaña, pero muchos más los que se creen alguna parte de su visión del mundo.

El islam, tal como lo practica y entiende la gran mayoría de los creyentes, es una religión pacífica y honorable, que ha hecho grandes aportes a la existencia y el progreso de la humanidad. Pero no podemos seguir negando la naturaleza del problema al que nos enfrentamos. En muchos países musulmanes, muchas personas creen que la CIA o los judíos estuvieron detrás de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Al mismo tiempo, clérigos musulmanes con millones de seguidores en Twitter en todo el mundo proclaman que hay que matar a infieles y renegados, o convocan a una yihad contra los judíos.

El Centro para la Religión y la Geopolítica perteneciente a la fundación Gobernanza para África hace un seguimiento diario de este extremismo, y sus investigaciones (fascinantes de leer, pero alarmantes) muestran claramente que para erradicar esta ideología será necesario cavar hondo.

A tal fin, he propuesto que la comunidad internacional acuerde un «compromiso global con la educación»: cada país, sin excepción, es responsable de promover la tolerancia y erradicar el prejuicio cultural y religioso en su sistema educativo.

También debemos apoyar a quienes se enfrentan a la doctrina extremista. Muchos teólogos serios y valientes - como los de la mezquita Al Azhar en El Cairo, o el jeque Abdullah bin Bayyah en Mauritania - muestran cómo las auténticas enseñanzas del islam llevan a la reconciliación con el mundo moderno.

Esta alianza con los líderes musulmanes que están dispuestos a guiar la lucha contra la tergiversación de su fe es crucial. A veces pensamos en Oriente Medio como un caos donde hay que evitar meterse. Pero - por si necesitáramos otro recordatorio - la masacre del 13 de noviembre en París mostró la inutilidad de una estrategia abstencionista.

En cambio, debemos pensar en Oriente Medio y el islam como entidades en un proceso de transición: Oriente Medio hacia la formación de sociedades basadas en normas y tolerantes en materia religiosa, y el islam hacia ocupar el lugar al que tiene derecho como religión de progreso y humanidad. Visto de este modo, no es un caos para evitar, sino una lucha de vida o muerte en la que se juegan nuestros intereses fundamentales.

Por eso debemos promover a quienes trabajan en pos de un futuro de tolerancia y apertura para Oriente Medio y el islam. Los estados del Golfo Pérsico, Egipto y Jordania son nuestros aliados: debemos estar listos para ayudarlos a enfrentar los desafíos de la modernización.

Finalmente, en 2016 debemos reconocer la importancia crucial de resolver el conflicto israelí-palestino. Esto no sólo es importante en sí mismo, sino que también ayudaría a lograr buenas relaciones internacionales e interreligiosas, y sería una manera firme de reasegurar el principio de coexistencia pacífica en el que se basa el orden internacional.

Debemos forjar una política exterior imbuida de las enseñanzas recogidas desde el 11-S hasta hoy, que reconozca la necesidad de un compromiso activo, depurado - pero no incapacitado - por la experiencia.

La lucha contra el extremismo demanda el uso de la fuerza. Pero también demanda educación, para que nuestros ciudadanos y quienes vienen a nuestros países entiendan por qué nuestros valores importan y por qué los defenderemos. Y demanda cooperación, sobre todo en el espinoso terreno de la diplomacia real.

Pero es una lucha en la que venceremos. Los fanáticos islamistas que quieren poner fin a nuestra civilización están corrompiendo su propia religión. No lograrán ninguna de las dos cosas. La inmensa mayoría de las personas de todo el mundo desean la coexistencia. Con su apoyo y determinación, el espíritu de la paz, por encima de la ideología, la política o la religión, prevalecerá.

Fuente: Haaretz
Traducción: www.israelenlinea.com