Israel es un país fuerte, no a pesar de la libertad de expresión, sino a causa de ella. Israel es fuerte porque todas las partes que operan algún efecto sobre su destino saben que el día de mañana podrían ser ellas la historia principal de las noticias en caso de meter la pata.
Era ya de noche, cuando por casualidad me topé con la primera escena de "Todos los hombres del presidente" en la televisión. Mi esposa se quedó dormida y me senté solo en el salón para mirar una película que ya había visto por lo menos 20 veces. No hay una sola línea o escena allí que no sepa de memoria; sin embargo, esta vez me afectó de una manera completamente diferente.
"Todos los hombres del presidente" fue producida en 1976 por Alan J. Pakula, con los jóvenes Robert Redford y Dustin Hoffman en los papeles protagónicos. Narra la historia real de dos periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, quienes dejaron al descubierto el caso Watergate, provocando así la renuncia del presidente Nixon.
Como era de esperar, el gobierno estadounidense acusó al Washington Post de actuar movido por una ideología de izquierda, de debilitar al país y de querer solamente derrocar al gobierno (sí, lo sé: algunas cosas nunca cambian). Sin embargo, la dirección del periódico creyó en su historia, probablemente porque ese era su modo de creer en cosas mucho más impresionantes.
"No hay nada en juego", dice en la película Ben Bradlee, el jefe de redacción del Washington Post, "excepto la primera enmienda de la Constitución, la libertad de prensa y tal vez el futuro de esta nación".
Tenía 14 años cuando vi por primera vez la película. Aquella vez me senté solo en la sala de cine medio vacía, y me juré que algún día llegaría a ser periodista.
No fui el único. El año en que se estrenó la película, las facultades de periodismo de todo Estados Unidos reportaron un acentuado aumento en el número de estudiantes. Todo el mundo quería ser Woodward y Bernstein: Obstinados, valientes y combatientes decididos en la última línea de defensa de la democracia.
Todos creíamos en ese entonces - de manera lo suficientemente ingenua - que el rol de un medio de comunicación decente y patriota era criticar al gobierno sin temor alguno, exponiendo sus fracasos y recordándole que nadie está por encima de la ley. Si alguien declaraba que, de ese modo, no hacía más que servirse al enemigo, despreciando al propio país, entonces se lo miraba fijamente a los ojos sin pestañear, aclarándole que la única manera de amarlo consiste en no facilitarle las cosas.
La verdad puede ser ciertamente dolorosa, pero la existencia de una prensa libre es nuestra manera de decirle a la patria que puede ser mucho mejor, más justa, más valiente y más digna de nuestro amor.
Sin embargo, todo eso era solamente cierto en 1976. En 2011, como cualquier otro periodista israelí, yo también me ocupo de mantener a diario montones de basura tóxica virtual en nombre de la patria que deseo proteger. Como resultado, los medios de comunicación terminan siendo los culpables de todo: de los ataques terroristas, de las protestas sociales, del socavamiento de los pilares que sostienen el Estado, de nuestra imagen internacional negativa, de nuestra propia imagen nacional negativa, y de nuestra actual aflicción.
Según parece, amamos a los árabes, somos admiradores del terrorismo, servimos como emisarios de oscuras y malignas organizaciones, y somos los sumisos esclavos de malévolos principios y de la mala gente en general. Y efectivamente, todo lo anterior es una cita.
Me gustaría, para variar, no tener que comenzar (por enésima vez) el debate acerca de si los medios de comunicación son de izquierda o no. E incluso si poseen algún fundamento aquellas afirmaciones relacionadas con el izquierdismo de los medios, el público no quiere un medio de comunicación de derecha, ni siquiera un medio equilibrado, sino más bien, un medio de comunicación fiable.
Después de todo, aquellos que nos desearon miles de muertes extrañas solo pretenden que seamos más benévolos, maldita sea. Lo que quieren de nosotros es que les digamos que nuestro país tiene razón en cada enfrentamiento en que se involucra; que nuestro ejército no se equivoca nunca; que nuestros ministros trabajan seriamente, y que el primer ministro nos conduce en la dirección correcta y por lo general es un gran tipo.
Es algo muy conmovedor, de hecho. Estas personas aman a su país y temen que si los medios de comunicación dicen cosas malas sobre él, Israel se verá perjudicado. La búsqueda de la verdad les parece un lujo peligroso que sólo pueden permitirse países que son más fuertes que nosotros. No somos Woodward y Bernstein, sino más bien, Cohen y Levy; es aquella gente que nunca oyó hablar de la libertad de expresión la que nos lanza misiles.
El problema es que, en lugar de fortalecer al país, lo están debilitando. Los periodistas israelíes dan por sentado el hecho de que necesitamos libertad de expresión por aquí, aunque, en medio de la noche, mirando "Todos los hombres del presidente", de pronto me haya dado cuenta de que probablemente hemos omitido explicar eso durante tanto tiempo que quizá la gente ya lo olvidó.
Israel es un país fuerte, no a pesar de nuestra libertad de expresión, sino más bien, a causa de ella. Israel es fuerte porque todas las partes que operan algún efecto sobre su destino - el gobierno, la Knéset y Tzáhal - saben que el día de mañana podrían ser ellas la historia principal de las noticias en caso de meter la pata. Israel es fuerte porque está dispuesto a sostener duras críticas, y porque todo el mundo merece ser representado.
Israel es fuerte porque todos esos malvados acosadores de los medios, a quienes se odia con tanta afición, le amargarán la vida a cualquiera que intente evadir su responsabilidad hacia los ciudadanos.
La gente me asegura que "la libertad de expresión es un elemento importante, pero que sin embargo, también tiene un límite y no todo debería ser publicado". Mi respuesta es: "no." Sin reservas y sin peros: No.
La libertad de expresión es una de las únicas opciones realmente decisivas. Si no lo rechaza la censura militar, se publica. Si eso molesta, pues que moleste. Israel es el hogar de un millón y medio de ciudadanos provenientes de la antigua Unión Soviética: ¿Por qué no les preguntamos si desean vivir de nuevo en un país donde se prohíba escribir cosas que molestan?
Si a alguien irrita verdaderamente esto, puede abrir un blog y escribir lo contrario de lo que estoy afirmando aquí; está permitido; este es un país que le ofrece libertad de expresión.
No hay ningún otro país donde usted quisiera vivir.
Fuente: Yediot Aharonot - 9.11.11
Traducción: www.argentina.co.il