Necesitamos entender que no existe ninguna posibilidad de un pacto permanente con los palestinos. Los esfuerzos diplomáticos deben ser invertidos en buscar acuerdos provisionales, medidas de generación de confianza y una cooperación pragmática verificable en los hechos.
En su discurso ante la Asamblea General de la ONU, el presidente Mahmud Abbás cometió una vez más un error palestino muy común: un líder palestino no tiene que preocuparse de persuadir a las naciones del mundo, sino a los israelíes. Un Estado palestino surgirá sólo cuando éstos sean capaces de convencernos de que están realmente listos para vivir en paz, aceptando el reconocimiento mutuo.
El presidente egipcio Anwar Sadat fue capaz de hacerlo con su histórico discurso ante la Knéset, con el cual, en un abrir y cerrar de ojos, dejó de ser un acérrimo y cruel enemigo para convertirse en la figura más popular de Israel. Abbás no sólo no les habló a los israelíes, sino que en sus declaraciones calumniosas - en las que no por casualidad hizo mención a Yasser Arafat, a quien elogió - sólo logró profundizar aún más las sospechas por parte de Israel acerca de las verdaderas intenciones palestinas.
Con respecto al discurso del primer ministro Binyamín Netanyahu, mejor no perder el tiempo.
El llamamiento realizado por el Cuarteto para reanudar las conversaciones sin condiciones previas constituye un logro diplomático para Israel, ya que rechaza el enfoque palestino, el cual, con sus exigencias (paralización de la construcción en los asentamientos y un compromiso israelí para volver a las fronteras de 1967) condujo al fracaso de la posibilidad misma de reanudar las tratativas. El gobierno israelí ha actuado correctamente al acoger el llamamiento del Cuarteto; en cambio, su rechazo por parte de los palestinos demuestra que son ellos la parte pertinaz del conflicto.
Este punto es importante, pero no esencial. Aun cuando ambas partes regresaran a la mesa de negociaciones, es difícil imaginar la manera en que podrían llegar a un acuerdo, pues es evidente la gran distancia que separa las posiciones de ambas. Si el gobierno de Olmert-Livni no fue capaz de alcanzar un acuerdo con Abbás tras casi dos años de discusiones serias y responsables, está claro que tampoco podría esperarse su consecución durante el mandato de Netanyahu.
La ilusión común de que la clave reside en Estados Unidos se ha disipado desde que el presidente Barack Obama asumió el cargo. Si un mandatario norteamericano se muestra incapaz de llevar a ambas partes a dialogar entre ellas, ¿en virtud de qué capacidad podría salvar las diferencias en cuestiones relacionadas con fronteras, asentamientos, Jerusalén, refugiados y medidas de seguridad?
Incluso quienes creen - me incluyo entre ellos - que los asentamientos son un error político y moral, serían muy ingenuos si piensan que un gobierno democrático pueda evacuar fácilmente a cientos de miles de colonos; que los palestinos estarán dispuestos a renunciar al derecho al retorno; que un eslogan como "Jerusalén, capital de dos estados" pueda resolver convenientemente la complicada maraña de problemas que plantea el estatus de la ciudad, o que los palestinos - para quienes los judíos no constituyen una nación - puedan reconocer al Estado de Israel como el Estado del pueblo judío.
Necesitamos cambiar nuestro enfoque y entender que ya no existe ninguna posibilidad de acuerdo permanente. Sólo hay un camino a seguir, como en Chipre, Kosovo y Bosnia: a falta de una oportunidad real de negociaciones sobre un acuerdo de estatus permanente, los esfuerzos diplomáticos deben ser invertidos en la búsqueda de acuerdos alternativos: acuerdos provisionales, medidas de generación de confianza, pasos unilaterales (pero mutuamente aceptables), y una continua cooperación pragmática verificable en los hechos.
Es lo que en la jerga política se denomina una transición desde el fallido intento de alcanzar una solución integral hasta la realización de una serie de medidas parciales en la gestión del conflicto con el objetivo final de "dos Estados para dos pueblos" como horizonte diplomático. En principio, las partes se comprometerán a un final de juego, pero son conscientes de las dificultades que implica su consecución ahora.
Esos avances parciales resultarán una decepción para ambas partes. Los palestinos aspiran, y con razón, a un estado. Los israelíes creen que los palestinos deben reconocer el derecho a la soberanía y la independencia del pueblo judío. Sin embargo, una reducción del nivel de conflictividad y la consecución de acuerdos pragmáticos parciales es posible incluso con un gobierno israelí de derecha en el poder y una falta de liderazgo palestino legítimo y eficaz, teniendo en cuenta la división entre la Autoridad Palestina en Cisjordania y el gobierno de Hamás en la Franja de Gaza.
Las consideraciones hipócritas acerca del logro de un acuerdo final en un año o dos no pueden sustituir a la política realista que tiene en cuenta la grave situación actual. Sólo quienes no se dejen cegar por utópicas ilusiones desconectadas de la realidad pueden promover simultáneamente los intereses palestinos e israelíes, ayudando a los dos pueblos a salir - lenta y progresivamente - de las poderosas garras del conflicto.
Los discursos pronunciados en las Naciones Unidas no hacen sino destacar la profunda brecha que divide las partes.
Fuente: Haaretz - 9.10.11
Traducción: www.argentina.co.il