Septiembre ya llegó, y aún no sabemos lo que habrá de depararnos. Pero, ¿por qué no está del todo claro si obviamente podemos ver lo que se avecina? Ya no necesitamos astrólogos de los servicios de inteligencia advirtiéndonos sobre el mal: es demasiado tarde para evitarlo.
Tampoco es necesario conocer la verdadera intención de los partidos políticos, ya que su influencia sobre los acontecimientos es marginal. Nos encontramos en plena marcha hacia el desastre, con los ojos abiertos.
La Autoridad Palestina asegura no tener ninguna intención de lanzar una tercera Intifada; el gobierno israelí declara no tener intención alguna de provocar un derramamiento de sangre a causa de sus decisiones: en este caso, es posible creerle a ambos. El ministro de Defensa, Ehud Barak, reveló esta semana que se realizó la compra de equipamiento no letal para control antidisturbios, y Tzáhal se encuentra dedicado a la formación de coordinadores de seguridad y escuadrones de emergencia en los asentamientos con el objetivo de hacer frente a las marchas provocadoras.
Pero nada de eso servirá de ayuda; recordaremos después las consecuencias que nos dejó septiembre, aunque es probable que este año caiga en realidad en octubre o noviembre. La conflagración no siempre se da de forma inmediata. Ni el gobierno israelí ni la Autoridad Palestina tienen control sobre los territorios, los cuales han sido, desde hace algún tiempo a esta parte, tierra de nadie.
Aproximadamente en unos 20 días se presentará de manera oficial la solicitud de reconocimiento de Palestina como estado y como miembro de las Naciones Unidas. Los resultados de la votación ya se conocen de antemano: Con o sin el veto estadounidense en el Consejo de Seguridad, la inmensa mayoría apoyará la propuesta. El presidente Shimón Peres haría bien en ahorrarse y ahorrarnos a nosotros mismos su discurso en la Asamblea, que no logrará hacer cambiar de posición ni a un solo país. Y no es buena idea para él terminar siendo considerado como el servidor de dos amos: el primer ministro, Binyamín Netanyahu, y el ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman. Peres debería dejar que sea Liberman quien coseche la tempestad sembrada por su propio torbellino.
Recuerdo muy bien aquel 29 de noviembre de 1947. Yo era un niño de siete años, y también fui subyugado por una alegría sobrecogedora. Mi madre me prohibió bailar en las calles - es peligroso salir afuera con una guerra aproximándose -, pero la ronda tuvo un efecto avasallador sobre mí. La gente habrá de experimentar el mismo efecto también en Palestina. Es cierto: no hay ninguna clara advertencia escrita en ninguna pared; en este caso, toda la pared constituye la advertencia: muy pronto habrán de padecer la decepción al descubrir allí que sus miserables vidas no han cambiado como esperaban. Pero, por unos días, ignorarán felizmente el poder de tal subyugación, dedicándose sólo a celebrar la redención.
En Rehovot, no hubo para nosotros bloqueo de carreteras en el centro de la moshavá o en los asentamientos vecinos. De haberlos habido, es muy probable que la alegría nos hubiera llevado a trepar las vallas. Tal vez los soldados no sean los primeros en dispararle al niño que se atreva a trepar. Serán los habitantes de los asentamientos quienes abran fuego, cobrando así el "precio" exigido para que a nadie le quede ninguna duda. Ellos no habrán de permitir que esos niños revoltosos se comporten con tal descaro. Los colonos juran saber cómo arreglárselas sin Tzáhal. La Autoridad Palestina no tendrá ningún control sobre las manifestaciones, las que, en principio, tienen la intención de ser pacíficas. Y el gobierno israelí no tiene control alguno sobre los colonos. ¿Por qué ser ingenuos? De ambos lados hay gente buscando un poquito más de sangre que aceite los engranajes de la decisión - una batalla más y ganamos la guerra.
Entonces, ¿qué otra cosa queda por aclarar? La Autoridad Palestina se desplomará una vez que Israel le cierre las vías de financiación, y el Congreso norteamericano, borracho de té y no de vino, agotará por completo la ayuda por parte de EE.UU. La nueva-vieja situación obligará a la dirigencia palestina a renunciar a su dominio ficticio, devolviéndole así el control a Netanyahu. Se debe urgir a que se realice de ese modo; el telón de la farsa debe caer.
Israel asumirá la carga de la ocupación con todas sus obligaciones y temores; será capaz de renovar sus días como en el pasado cuando haya un espíritu nuevo, un discurso distinto y un orden de prioridades diferente. En lugar de educación gratuita para niños israelíes en edad preescolar, Israel invertirá nuevamente miles de millones en el los territorios en educación, salud y recolección de basura en Shjem y Hebrón.
No hay forma de quitarnos el yugo de nuestros cuellos sin estar dispuestos a partirnos la cabeza; no hay manera de deshacernos completamente de los territorios sin experimentar otra serie más de síntomas de abstinencia.
Y nosotros ya estamos curados.
Fuente: Haretz - 4.9.11
Traducción: www.argentina.co.il