A esta altura de la vida, al menos, parece que si el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, logra pasar a la historia, no será a causa de su falta de acción, sino, en mayor medida, debido a ese mecanismo único que caracteriza su liderazgo: el "bibismo".
El "bibismo" consiste en un obsesivo empeño por tratar de ser alguien, ser visto, fotografiado y sobrevivir como "primer ministro" sin saber en realidad dónde habría que poner exactamente todo ese esmero, y además, sin poseer el talento ni la estatura requeridos para el puesto.
Este es un logro especialmente notable del "bibismo" teniendo en cuenta el hecho de que la obsesión personal de Netanyahu ha logrado convencer y subyugar amplios círculos de personas, entre ellas incluso sus enemigos políticos y el movimiento de protesta social. Además, sus rivales - ya sea porque se han agotado o porque carecían ellos mismo de una obsesión parecida - no sólo allanaron el camino a un segundo mandato para él, a pesar de la mala experiencia pasada, la cual se está repitiendo otra vez, sino que terminaron reconciliándose con el hecho mismo de su supervivencia como un estado de cosas natural.
Es obvio que hay gente que apoya a Netanyahu porque creen que "es un buen primer ministro", sea lo que fuere que eso signifique. Sin embargo, muchos otros -desde los que votan por el centro y por la izquierda del centro, incluidos los líderes del movimiento de protesta social - apoyan la idea de que debe continuar en el poder por que mantienen la convicción de que, en contra de su voluntad, él sabrá desempeñar bien el papel de "idiota útil" (si se nos permite usar una frase de un contexto político diferente).
Esta creencia sostiene que, a pesar de sus esfuerzos en contra, Netanyahu habrá de implementar una política económica totalmente diferente de aquella en la cual él cree; que contra su mejor juicio, y debido a las circunstancias y presiones, también experimentará una revolución de su personalidad en el ámbito diplomático, llevando a Israel a las fronteras de 1967 y estableciendo un acuerdo de paz con un Estado palestino.
Este enfoque "pragmático" se basa en la suposición, posiblemente cínica e ingenua, de que aquel deseo de Netanyahu de permanecer pegado a su silla resulta tan abrumador que, para cumplirlo cabalmente, es capaz de anularse a sí mismo como persona y como animal político con el solo fin de conseguir uno o dos años más de gobierno.
Es interesante el hecho de que los habitantes de los asentamientos y los líderes de la derecha muestran un apoyo "pragmático" similar hacia el primer ministro, a pesar de haberlos decepcionado ya anteriormente. Más que mostrarse convencidos de que Netanyahu cree realmente en la Gran Tierra de Israel, ellos parecen creer que Bibi será capaz de permitirse cualquier capricho diplomático, incluyendo el restablecimiento del "espíritu de Masada", simplemente por miedo a perder suposición y el apoyo político.
Por eso, la ironía radica en el hecho de que la supervivencia de Netanyahu se deriva de su debilidad y se hace posible precisamente por la falta de fe en él y en sus motivaciones. Además, hay otra ironía: Se trata justamente de este político que supo hacer carrera mofándose de los otros, incitando y socavando la legitimidad de primeros ministros en actividad; el que ha logrado con éxito atrincherarse detrás de un aura cuasi supra-política y farisaica. Cualquier intento de derrocarlo se califica de operación "política", como si el concepto de lo "político" fuera algo peyorativo. Es simplemente gracias a ese logro que vale la pena colocar al "bibismo" en el extravagante panteón político.
¿A qué se parece todo esto? A esa persona que decide comprarle a un vendedor mentiroso un par de zapatos ridículamente caros, incómodos, feos, hechos pedazos y dos tallas más pequeños, pero que, así y todo, alberga la esperanza "pragmática" de que los zapatos se harán mucho más cómodos; de que cambiarán, y de que incluso modificarán su forma de modo tal que el zapato izquierdo pueda ajustarse perfectamente al pie derecho y viceversa.
Sin embargo, no hace falta decir que, en este caso, no existe ninguna posibilidad ni manera. Netanyahu no es ningún "idiota"; es uno de los más educados y capacitados de entre nuestros representantes electos. Pero tampoco es "útil", ni para la izquierda ni para la derecha. Él simplemente no se ajusta a su posición: no tiene lo que se necesita. Por esa razón, es el zapato lo que debe cambiarse, no el pie.
El movimiento de protesta social y los ciudadanos angustiados no solamente pueden comportarse como sujetos políticos y exigir que Netanyahu se vaya, tal como hizo él con sus predecesores: tienen el derecho y el deber de exigirlo.
Fuente: Haaretz - 23.8.11
Traducción: www.argentina.co.il