Israel tiene la fortaleza para luchar por su seguridad sin perder su cordura ni caer en el deterioro de sus valores democráticos. Israel no es lo que sus enemigos pretenden alegar; por eso, deben unirse sus demócratas auténticos de derecha e izquierda y frenar tendencias preocupantes.
No es secreto que el tema de Israel, su situación y el conflicto que le han impuesto sus vecinos desde su creación, es fuente de discusiones álgidas en las que cada parte siente que se le va la vida en ello; en la que un lado cree a menudo que si "el otro" gana, el país está perdido.
Al debate de fondo que divide a los israelíes acerca de cuál es la solución al conflicto con los palestinos - debate que incluye elementos de seguridad, religión, historia, ideología y política, entre otros - se agrega el hecho que el tema es uno de los más discutidos en la opinión pública internacional. Gente que sabe y conoce y gente que simplemente opina con las vísceras, sin fundamento alguno, interviene y pretende presionar e influir. No es una receta muy positiva que aporte a un debate cuerdo dentro de Israel.
Las críticas a Israel en relación a su política en el tema palestino, que pueden en principio ser legítimas dependiendo de cómo se expresen y de cuáles sean sus argumentos, se mezclan en los últimos años con ataques abiertos a la legitimidad misma del Estado y su derecho a defenderse. Difícilmente logran algunos que atacan con bajeza a Israel, ocultar su antisemitismo o su convicción de que Israel no tiene lo que hacer en su tierra.
Y es un hecho que Israel se ha visto obligado a lidiar con mensajes extremistas, llenos de odio, que demonizan al Estado judío y hacen caso omiso de sus grandes virtudes e imponentes logros, que conviven por cierto con sus defectos y fallas.
Esa campaña destinada a quitar legitimidad a Israel, más los ataques concretos desde sus fronteras, el hecho que parte de sus vecinos inmediatos o un tanto más lejanos ansían su destrucción y que la necesidad de defenderse sigue siendo parte de la realidad diaria, ha creado lo que llamaríamos "mentalidad de sitio".
El acoso, recordemos, es verdadero. Desde Irán sostienen que el mundo sería mejor sin Israel y prometen que esa visión se cumplirá. Desde Líbano, Hezbolá vocifera que está pronto para un nuevo enfrentamiento, cuando llegue, y fuentes de Inteligencia confirman que entre los 50.000 misiles en manos de la organización fundamentalista, hay numerosos capaces de cubrir todo el territorio israelí. El presidente sirio tiene el tupé de culpar a Israel y otros "agentes extranjeros" de las revueltas contra su dictadura, sabiendo que "la carta israelí" suele funcionar en el mundo árabe. Los egipcios, supuestamente en campaña para conseguir democracia, se manifiestan contra el acuerdo de paz con Israel. Desde la Franja de Gaza nada indica que vaya a terminar el régimen de Hamás... y ya son más de 20 los misiles Kassam que cayeron en territorio israelí en lo que va del mes, mientras los únicos interlocutores posibles, no lo son tanto, y la Autoridad Palestina no sólo que se dispone a dar un paso unilateral ante la ONU en septiembre, en lugar de negociar, sino que sigue por el momento decidida a lograr unidad nacional con Hamás.
Con este cuadro, no se puede decir que Israel ve fantasmas.
El problema es cuando ello deriva en situaciones que en lugar de resolver estos desafíos, crean nuevos problemas en el plano interno.
Una serie de iniciativas de parlamentarios, parte de la coalición actual de gobierno en Israel, han sido lanzadas en los últimos tiempos con el declarado objetivo de luchar contra injusticias que sufre el Estado tanto desde afuera como dentro de sus fronteras. Si bien no tenemos derecho de dudar que las intenciones realmente sean esas, sus resultados pueden ser nefastos para la democracia israelí.
Afortunadamente, en estos días cayó en la Knéset, Parlamento de Israel, la propuesta de ley del canciller Avigdor Liberman, de permitir investigaciones parlamentarias de ongs y diferentes organizaciones de derechos humanos, que él sostiene apoyan al terrorismo y ensucian en base a mentiras el nombre de Israel.
Si hay elemento alguno que permita acusar a tal o cual organización, sea de derecha o de izquierda, de actos ilícitos en contra del Estado, pues que se moleste Liberman en presentarlo ante la policía, para que investigue. Y si las sospechas se confirman, pues que se aplique todo el rigor de la ley. Y si la actitud condenable fue entregar, como acusa Liberman, a la Comisión Goldstone material deformado y mentiroso sobre acciones de Israel en Gaza, incluyendo datos prácticos para ubicar a oficiales del ejército involucrados en el combate, pues seguramente la ley tiene cómo tomar medidas.
Pero la alternativa que propuso el canciller no es propia de la democracia israelí. En el propio partido Likud de gobierno eran varios los ministros opuestos a la ley, entre ellos el propio primer ministro Binyamín Netanyahu. Lástima que no todos los ministros de la coalición que se oponían tuvieron las agallas de hacerse presentes y votar en contra; optaron por no llegar a la votación.
Israel libra una lucha auténtica no sólo por su defensa y seguridad sino también por su imagen y legitimidad. La única democracia de Oriente Medio es colocada en el banquillo de los acusados por algunos en la arena internacional que ni abren la boca para condenar a las dictaduras que le rodean. Desde su nacimiento Israel ha tenido que lidiar con este fenómeno, aunque sin duda se ha agravado en los últimos años.
Israel tiene la fortaleza para luchar contra este flagelo sin perder su cordura ni caer en el precipicio del deterioro de sus propios valores democráticos. Precisamente porque Israel no es lo que sus enemigos pretenden alegar, deben unirse sus demócratas auténticos de derecha e izquierda para frenar tendencias preocupantes que no harán bien a nadie. Juntos deben y pueden dejar en claro ante el mundo todo, y ante su propia gente, que Israel seguirá luchando por su supervivencia y su derecho a existir en paz, sin dejar de ser una luz de democracia en una zona oscura y sofocante.
Fuente: Semanario Hebreo del Uruguay