Grecia decidió detener la flotilla a Gaza luego de que Turquía prohibiera la participación de sus barcos. El contexto diplomático es claro: la posición de Israel se fortalece en medio de las revueltas del mundo árabe, mientras gana amigos que deciden abandonar a los palestinos y a Irán.
El primer ministro Binyamín Netanyahu calculó correctamente sus medidas diplomáticas y amenazas de fuerza, y finalmente, la flotilla no logró hacerse a la mar.
Sin embargo, la prohibición de la flotilla entraña un significado más amplio, que excede el equilibrio de poder en el Mediterráneo oriental. Los gobiernos han decidido tomar el control, dejando en claro que son ellos y no los pasajeros o la tripulación de un buque quien determina el permiso de navegación. Los organizadores de la protesta se quejaron agriamente, pero nada pudieron hacer frente a la guardia costera griega.
Se dice que los gobiernos pierden cada vez más autoridad, mientras el poder soberano va recayendo progresivamente en manos de civiles con activa participación en organizaciones sin fines de lucro y en redes sociales como Facebook y Twitter. Los movimientos de protesta y las redes digitales atraviesan fronteras y continentes; a primera vista, no son pasibles de ser responsabilizados por parte de los políticos o por los inspectores de inmigración y aduana.
Una idea capaz de ganar popularidad en Facebook, ya se trate de la protesta israelí del queso cottage o de las manifestaciones de la Plaza Tahrir en El Cairo, puede poner de rodillas al Director Ejecutivo de Tnuva o derrocar a Hosni Mubarak en Egipto. Pero resulta que en el mundo real, habitado por personas reales, con aviones y barcos, los gobiernos conservan inalterablemente su poder y la fuerza necesaria para doblegar los movimientos civiles de mayor cohesión.
El primero en traducir convenientemente las redes sociales en poder político y militar fue Osama bin Laden, quien configuró a Al-Qaeda como una organización descentralizada, no arraigada en un territorio específico, logrando de esa forma ser capaz de asestar un feroz golpe a la superpotencia norteamericana. Los ataques del 11 de septiembre de 2001 marcaron el inicio de una lucha entre los gobiernos y el antiguo régimen, por un lado - basados en estrictas fronteras internacionales -, y por el otro, el mundo abierto y anarquista del siglo 21 en el cual una computadora, un teléfono celular o una difusa grabación en vídeo es todo lo que se necesita para avivar la llama de una revolución. Estados Unidos necesitó casi una década para localizar a bin Laden y acabar con él.
Las revueltas del mundo árabe parecían ser la victoria final de las redes sociales sobre los gobiernos. Desafiando a las fuerzas de seguridad estatales y sus salas de interrogatorio, los jóvenes manifestantes no dudaron en utilizar Twitter para movilizar a las masas hacia las plazas públicas, provocando así la caída de los dictadores en Egipto y Túnez. Fue la versión digital del llamamiento hecho por Marx en el siglo 19: "¡Trabajadores del mundo, uníos!"; una demostración de unidad de clase por la generación de Internet, que logró rebelarse contra la autoridad paterna y cambiar el mundo.
Sin embargo, tal como sucedió durante las revoluciones de la década de 1960, que derrocaron a los presidentes Lyndon Johnson y Charles de Gaulle sólo para llevar al poder a líderes aún más conservadores, hoy los gobiernos se han movilizado para evitar el peligro de la soberanía perdida. En los estados árabes, esa reacción se ha expresado por medio de la represión violenta de las manifestaciones tras la zozobra generada como consecuencia de la caída de Mubarak. En Turquía y Grecia, la tendencia se ha visto reflejada en la oposición de estos países a la flotilla pro-Gaza.
El presidente de EE.UU, Barack Obama, está dividido - algo habitual en él - entre su instintiva simpatía por los manifestantes de las plazas públicas y el interés de la política exterior de su país por preservar el orden mundial. Eso explica su respuesta a la insurrección en Siria. Bashar al-Assad ha logrado convencer a los líderes mundiales de que si es destituido, Siria será desgarrada por luchas tribales, a la manera de Afganistán, Irak y Libia; estados que se derrumbaron tras las intervenciones de Occidente. Obama no quiere verse envuelto en otra desgracia sangrienta, y por eso intenta por ahora mantener a Assad en el poder mientras hace tibias llamadas a una "reforma" del régimen de Damasco.
Israel, que desde su creación ha tenido que lidiar con movilizaciones "privadas" por parte de los palestinos que exigían el retorno al territorio anterior a 1948, o bien ejecutaban ataques terroristas, solía afirmar que la responsabilidad recaía enteramente en los gobiernos de la región. Sólo cuando no hubo ningún gobierno alrededor, Israel transfirió a regañadientes territorios - y la consecuente responsabilidad sobre ellos - a organizaciones hostiles: la OLP, Hezbolá, Hamás.
Israel tenía la esperanza de que estos grupos terminaran consolidándose como entidades institucionales capaces de imponer treguas y mantener la calma en la frontera. Queda claro por qué, en respuesta a los errores cometidos durante el intento por detener a la flotilla del año pasado - cuando Tzáhal enfrentó un grupo de manifestantes civiles y quedó envuelto en la polémica - Netanyahu optó por la acostumbrada rutina de declarar que la autoridad recae en los gobiernos.
Esta táctica ha tenido éxito, al menos por ahora, y ha logrado reforzar el viejo orden. El Estado ha triunfado sobre Facebook y las organizaciones sin fines de lucro, por lo menos hasta el siguiente encuentro.
Fuente: Haaretz - 8.7.11
Traducción: www.argentina.co.il