Si la diplomacia, los problemas técnicos y las sanciones internacionales contra Irán no logran detener a los iraníes, Netanyahu ha decidido respaldar esas alternativas presentando una opción militar. Pero Dagán, Ashkenazi, Diskin y Peres no se muestran muy entusiasmados.
¿Estaba Israel a punto de embarcarse en una destructiva guerra con Irán, pero fue rescatada a tiempo de la destrucción gracias al ingenio y a la osadía de altos oficiales de Tzáhal y de los servicios de inteligencia, quienes contuvieron eficazmente el aventurerismo irresponsable y desenfrenado del primer ministro y del ministro de Defensa?
Tal parece ser la versión ofrecida por el ex jefe del Mossad, Meir Dagán (públicamente), y el ex Jefe de Estado Mayor, Gabi Ashkenazi (en "conversaciones privadas" y en reuniones con asesores de confianza). En su relato, ellos solicitan la ayuda del ex jefe del Shin Bet, Yuval Diskin; del ex jefe de Inteligencia Militar, Amós Yadlin, y del presidente Shimón Peres, a fin de frustrar las intenciones de Binyamín Netanyahu y Ehud Barak quienes pretenden desplegar la fuerza aérea con el objetivo de iniciar el bombardeo a las instalaciones nucleares de Irán. Ese ataque habría provocado una guerra regional - con miles de misiles cayendo sobre Tel Aviv -, una parálisis económica y una crisis en las relaciones con Estados Unidos.
Según esta versión, Ashkenazi y sus socios se hacen merecedores del Premio Israel, y probablemente del Premio Nobel de la Paz. Pero existe una versión distinta, no menos convincente: El grupo de defensa no logró ajustarse cabalmente a las reglas de la jerarquía política y terminó fracasando. Y ahora presenta su frustración en los términos de una ostensible demostración de un comportamiento responsable a nivel nacional.
Al asumir en la primavera de 2009, Netanyahu señaló como una de sus principales prioridades la desarticulación del programa nuclear iraní. Sus predecesores, Sharón y Olmert, se ocuparon de dicha amenaza por medio de una combinación de diplomacia y de operaciones clandestinas. Ellos no estaban lo suficientemente preparados para una operación militar, si bien durante su gobierno Irán demostraba tener menos intenciones de atacar a Israel. Además, en la figura de George W. Bush, Israel contaba con un presidente amigable en la Casa Blanca que podría haber apoyado un ataque.
En caso de que los medios diplomáticos, los problemas técnicos y las sanciones internacionales no logren detener a los iraníes, Netanyahu ha decidido respaldar todas esas alternativas presentando una opción militar. Tal como lo ha explicado públicamente en más de una oportunidad, sólo una opción militar creíble serviría para validar las sanciones y otras medidas blandas.
A fin de evitar el uso de la fuerza, se debe convencer al enemigo de que "todas las alternativas están a su disposición". Netanyahu y Barak, que compartió su enfoque, perseguían tres objetivos:
* Esperaban que un Israel cada vez más fuerte animara a EE.UU a tomar medidas contra Irán. Esta fue y sigue siendo la opción preferida.
* Pretendían reforzar el entendimiento estratégico con Washington, y asegurarse de que el presidente Obama garantizara el poder de disuasión israelí. Esto se logró.
* Querían estar preparados para emprender una acción israelí independiente en caso de que la comunidad internacional terminara defraudando, pero Israel se quedó sola ante el dilema "o la bomba iraní o bombardear a Irán".
Esta política contó con el apoyo del gabinete, fue respaldada con financiamiento presupuestario y guías de planificación, pero no se tradujo en ninguna acción efectiva.
Ashkenazi, Dagán y sus amigos no se mostraron muy entusiasmados. Les preocupaba la superficialidad de Netanyahu y de su discurso relativo a un "segundo Holocausto", así como también la postura ambigua de Barak. Por supuesto, su gran preocupación giraba en torno a la posibilidad de una guerra fallida, al final de la cual habrían de ser culpados los oficialesy no los políticos.
Por ende decidieron emprender una campaña de frustración, no contra Irán sino contra sus superiores. Advirtieron sobre el hecho de que la formación de capacidades para ser usadas en contra de Irán habría de dañar otras tareas no menos esenciales, y presentaron un argumento inapelable: El ataque a Irán desencadenaría una guerra regional nada fácil de ganar para Tzáhal. Quien quiera bombardear a Irán primero debe prepararse para el día después. Netanyahu y Barak prefirieron evitar esa discusión; ellos sólo pretendían contar con la opción militar, no ir a la guerra.
En cuanto a los políticos se refiere, Ashkenazi fracasó en su tarea. Se le pidió que organizara una opción militar, y en su lugar terminó presentando una serie de excusas. Si no era capaz de ganar "el día después de la guerra", eso quiere decir que Israel sólo disponía de una limitada opción militar y que la política de Netanyahu fue frustrada eficazmente. He ahí el segundo golpe de estado de Jerusalén, del cual se enorgullecen las principales figuras, contando cómo lograron sumar exitosamente a Peres al complot que prepararon para Netanyahu y Barak.
Este es el trasfondo de las maniobras realizadas en la cima de la pirámide de defensa, el asunto Galant, y el pase a retiro de Ashkenazi y Dagán (quienes pretendían quedarse un año más), y de Diskin (que anhelaba convertirse en jefe del Mossad).
Ahora, Israel insiste en perder ociosamente su tiempo; el derrotado EE.UU abandona Irak, e Irán está ocupada en el enriquecimiento de uranio mientras su economía florece a pesar de las sanciones.
Fuente: Haaretz - 1.7.11
Traducción: www.argentina.co.il