Israel considera que Hamás, de abierta orientación islámica fundamentalista, fagocitará al socio palestino laico. La apertura del paso de Rafah, estima Jerusalén, facilitará la transferencia iraní de armamentos y paramilitares movilizados por Teherán para reiniciar las hostilidades.
Los judíos nos distinguimos, entre otras cosas, por nuestro poder de memoria: tratamos incesamente de aprender de las abrumadoras inclemencias de nuestro pasado histórico para estar mejor preparados frente a futuras probalidades de calamidad y desazón.
Ultimamente estamos perdiendo esta talentosa condición: el olvido borra la experiencia. En Israel, hasta ahora siempre atentos a las circunstancias políticas del contexto internacional, desdeñamos los riesgos de nuestro casi absoluto aislamiento en la arena diplomática, como si la las herramientas militares fueran lo suficientemente afiladas para enfrentar - despojadas de un consistente aval mediático y gubernamental europeo y norteamericano - a las amenazas de regímenes hostiles, próximos y lejanos.
Nuestra situación dista de ser la de otros tiempos: precisamente hace 44 años, el David israelí abatió la embestida bélica del Goliat encarnado en el entorno árabe. La Guerra de los Seis Días inyectó en la sociedad israelí la mística de las armas como única posibilidad de resistencia. Pero, lo que tal vez era cierto en junio de 1967 es hoy - a mi humilde juicio - un vano espejismo. Una concepción estratégica desvinculada de sólidas alianzas con actores geopolíticos relevantes puede reiterar los errores incurridos en las décadas posteriores a aquella victoria relámpago.
El ineludible reto de esta semana es la reciente apertura del paso de Rafah (en hebreo se pronuncia Rafiaj). Se trata de una ciudad ubicada en el límite entre Israel y Egipto, cuya porción territorial mayoritaria se halla en la Franja de Gaza palestina y el resto bajo dominio egipcio.
Con la caída de Mubarak, la junta gubernamental provisional de El Cairo resolvió abrir el paso entre embos sectores de Rafah.
La resolución egipcia - proclamada oficialmente el pasado 25 de mayo - tiene por finalidad sostener el acuerdo tripartito entre El Cairo, Hamás - la organización militar y política que controla Gaza - y la Autonomía Palestina con sede en la ribera occidental del Jordán. Los egipcios aspiran cristalizar un referente palestino unificado.
Israel considera que Hamás, de abierta orientación islámica fundamentalista, fagocitará al socio palestino laico. El paso de Rafah, estima Jerusalén, facilitará la transferencia iraní de suministros bélicos y personal paramilitar movilizado por Teherán para provocar el reinicio de hostilidades.
Israel desperdició muchos años y recursos económicos invertidos en Gaza antes de la desconexión territorial, pretextada por las colonizaciones luego desmanteladas. En cambio, la frontera con Egipto fue descuidada, carente de las defensas necesarias para evitar la penetración de armas, drogas, contrabandistas y milicianos del islam radical.
No sólo la frontera fue olvidada; la ilusión de eterna presencia en territorios ocupados estuvo acompañada por otra vana fantasía: creer que el teatro unipersonal de Mubarak sería un perpetuo continuado de funciones.
El desafío real de Rafah no reside únicamente en la amenaza de incremento en el tráfico de armamento iraní. Israel debe rehacer su visión estratégica frente al nuevo contexto regional.
La revolución egipcia es el signo inicial y no final de los cambios que atraviesa Oriente Medio. Respuestas exclusivamente militares no detendrán el serio peligro que implica la reapertura del paso de Rafah.
La crisis puede - debe - revertirse en la una aproximación diplomática apropiada a los códigos políticos del Egipto de hoy.
Este acercamiento germinará en algo que parece por ahora imposible, pero la memoria histórica de israelíes y palestinos enseña que es factible e inevitable: negociaciones entre Gaza y Jerusalén, entre Hamás y Netanyahu.