Netanyahu no preparó el terreno para un nuevo conflicto armado. No se ocupó de realizar las maniobras diplomáticas necesarias para asegurar la victoria. Bibi no está perdiendo la oportunidad de alcanzar la paz con los palestinos; está perdiendo la próxima guerra israelí.
No habrá paz con los palestinos. Ni en este año, ni en esta década, y probablemente, tampoco en esta generación. Aún si Ehud Olmert vuelve a ser primer ministro, no se llegará a un acuerdo. Tampoco en el caso de que Tzipi Livni logre reanudar las negociaciones con Abu Alá. Incluso si Yossi Beilin decide ir a Ginebra y reunirse con Mahmud Abbás a orillas del lago. La paz con los palestinos no habrá de llegar.
Los palestinos no habrán de comprometerse con respecto al derecho de retorno en los próximos años. No estarán dispuestos a reconocer al Estado nacional judío, ni van a darle la espalda a Hamás. Aún antes de la primavera árabe, las posibilidades de una paz duradera con los palestinos eran escasas. Pero, justamente a causa de la primavera árabe, incluso esa débil oportunidad se ha perdido del todo.
La democratización en el mundo árabe es indudablemente algo maravilloso, pero ha cancelado toda chance de lograr la paz. En los años por venir, no habrá ningún líder palestino moderado que goce de la suficiente legitimidad como para alcanzar el histórico acuerdo del 48 con Israel en lugar del de 1967. Ningún líder palestino moderado será capaz de enfrentar a los refugiados y convencerlos de que abandonen sus hogares y aldeas. No habrá de surgir ningún Anwar Sadat en el futuro cercano y, por tanto, la paz israelí-palestina seguirá sin haberse logrado.
De modo que la pregunta realmente pertinente es otra: ¿habrá paz con el mundo?
Ehud Barak tiene muchos defectos. Pero al acudir a Camp David en el 2000, se aseguró de que el mundo apoyara decididamente a Israel durante la segunda Intifada. Ehud Olmert tampoco carece de defectos. Pero mediante su decisión de ir a Annápolis en 2008, se aseguró que el mundo permaneciera del lado de Israel durante la Operación Plomo Fundido.
Tanto Barak como Olmert demostraron al mundo por medio de la acción que el centro del conflicto no lo constituyen los asentamientos sino la supervivencia misma. Ellos lograron dejar en claro frente a la comunidad internacional que Israel no es una potencia ocupante, sino un Estado judío democrático que busca poner fin a la ocupación.
El servicio prestado a Israel por estos dos hombres impopulares no tuvo como objetivo alcanzar la paz con los palestinos sino con el mundo. Gracias a ellos, cuando a Israel le tocó hacer uso de la fuerza, tuvo el derecho y la capacidad para ejercerla. De esa manera, Israel derrotó a Yasser Arafat y disuadió a Hamás. Así fue como Israel logró alcanzar años de prosperidad, calma y fuerza creciente.
Pero también es necesario hacer otra pregunta no menos importante: ¿lograremos la paz con nosotros mismos?
Las negociaciones de Camp David en el 2000 hicieron que la izquierda sionista respaldara la Operación Muro Defensivo durante la primavera de 2002. La cumbre de Annápolis en 2008 evitó la reprobación de la izquierda sionista en la Operación Plomo Fundido a principios de 2009. Barak y las operaciones de largo alcance de Olmert no tuvieron éxito vis-a-vis con los palestinos, pero sí con los israelíes: lograron curar a un pueblo desgarrado y dividido; recuperaron una sensación general de reivindicación; crearon una paz israelí interna.
El deseo de dividir al país en la última década han unido a la nación. Ha creado una cierta armonía ideológica que nos ha permitido mantenernos unidos frente a los difíciles desafíos externos; nos ha unido como sociedad, fortaleciendo al Estado. Camp David y Annápolis no han logrado la paz con nuestros vecinos, pero nos han permitido alcanzar la paz con nosotros mismos.
Hay un alto riesgo de que estalle la guerra en otoño. Todos esperamos que se trate sólo de una guerra diplomática. Sin embargo, es importante prepararse para la posibilidad de que tarde o temprano esa lucha diplomática alcance una dimensión popular o militar.
Esta vez será más difícil que en la Operación Plomo Fundido. Podría ser tan dura como la primera o la segunda Intifada. Pero la situación habrá de ser peor ya que esta vez iremos a la batalla sin contar con el apoyo internacional y carentes de unidad israelí interior. Sin paz con el mundo y sin paz con nosotros mismos.
A diferencia de Barak y Olmert, Binyamín Netanyahu no ha preparado el terreno para la prevista operación. No se ha ocupado de realizar las maniobras diplomáticas necesarias para asegurar la victoria. Netanyahu no está perdiendo la oportunidad de alcanzar la paz con los palestinos. Lo que Netanyahu está perdiendo es la próxima guerra israelí.
Fuente: Haaretz - 5.6.11
Traducción: www.argentina.co.il