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Nada a cambio de nada

Nadie podría señalar con mayor precisión que Netanyahu las idas y vueltas de los palestinos, sus odiosas aspiraciones y su violencia, y no existe nadie igual a ellos para rechazarlo casi eufóricamente. Cada lado no hace más que apuntalar al otro en un interminable "nada a cambio de nada".

Tras el ascenso del fascismo en Italia, el diplomático británico y ministro de Relaciones Exteriores, Lord Curzon, se reunió con Benito Mussolini y le preguntó directamente cuál habría de ser su programa en materia de política exterior. Mussolini contestó enfáticamente: "Mi política exterior consiste en nada a cambio de nada".

Esta semana, durante la serie de presentaciones que ofreció en Washington, el virtuoso orador Binyamín Netanyahu demostró hasta qué punto ha sido capaz de cultivar el lenguaje diplomático desde aquellos brutales tiempos. Su manera de decir "no" se ha actualizado desde la sencillez contundente hasta formar un género artístico en sí mismo, no menos ampuloso y ornamentado que una obra de arte barroca.

De hecho, tal como los líderes israelíes y palestinos han demostrado, hoy en día es posible decir "no" con tal profusión de matices e inflexiones que suena ya como un entusiasta "sí". La negativa persistente puede ser embellecida con tantas condiciones y reservas que al final aparece luciendo los rasgos de una brillante esperanza e incluso sabe ganarse grandes ovaciones.

Desde ese punto de vista, no existe contradicción entre las manifiestas esperanzas de que el discurso de Netanyahu ante el Congreso habría de convertirse en "el discurso de su vida" y la sensación de oportunidad perdida que le siguió después. Al contrario, una complementa a la otra.

En efecto, fue "el discurso de su vida", un pico creativo que logró escalar con loable resolución desde los días de "si dan, recibirán". Cualquiera que haya leído su libro "Un lugar bajo el sol" puede apreciar con justicia la coherencia y la claridad con la que ha pulido sus argumentos a lo largo de los años hasta alcanzar una forma perfecta en su última actuación.

¿Y qué hay de la sensación de oportunidad desaprovechada una vez concluido el excelente discurso? Sería algo así como decepcionarse de que una fuente de Bernini se quedara muda sin estallar en una vivaz danza de espadas. Así como quien admira una de esas estatuas siente un íntimo deleite ante la manifestación de arte y poesía esculpidas en cada uno de los pliegues de cada traje y de cada músculo, quien escucha a Netanyahu puede deleitarse con la maravillosa variedad de matices vocales, de variaciones retóricas, con su agradable registro bajo y con un acento tan jugoso como un durazno maduro de Virginia. Pero ¿y la decepción? ¿Porqué causa?

Desde el principio, fue una ilusión óptica ver en Netanyahu un estadista revolucionario en lugar de un mega-profesor para quien el pesimismo, la disputa, el estancamiento y el fatalismo constituyen la materia prima de su arte. Y puesto que ambas partes son necesarias para lograr esta obra artística, Netanyahu y los palestinos parecen haber llegado al mundo unidos como hermanos siameses.

Nadie podría señalar con mayor precisión que Netanyahu las idas y vueltas de los palestinos, sus odiosas aspiraciones y su violencia, y no existe nadie igual a ellos para rechazarlo casi eufóricamente. Cada lado no hace más que apuntalar al otro, rascándose mutuamente la espalda en un mismo tango interminable de "nada a cambio de nada" incesantemente repetido: Incluso antes de escuchar el "sí, pero", el negociador palestino Saeb Erekat ya había afirmado aquel "no" que Netanyahu estaba esperando sólo "para probar". Y así sucesivamente.

¿Generosidad? ¿Esperanza y buena voluntad de ambas partes? ¿Visión y coraje? Que los que piensan eso sigan esperando algo más, un período diferente. Tal vez el Renacimiento.

Algún día, cuando la gente recuerde el segundo gobierno de Netanyahu, quizá le agradezca por ese interludio casi cómico de dos o tres años que supo prodigarles entre el baño de sangre, las guerras y los atentados suicidas; un interludio durante el cual todo el mundo se preocupó por cultivar la retórica, la historia y la duración de los aplausos a través de inteligentes sutilezas lingüísticas tales como "asentamientos" en lugar de "bloques de asentamientos", o "fronteras de 1967" en vez de "las fronteras de 1967"..

Sobre todo porque la experiencia enseña que en cada divertido período como este (o como el anterior a la Guerra de Yom Kipur en 1973) la nada misma tiende a acabar, abrupta y sorpresivamente, en un incontrolable big bang de lamentaciones.

Fuente: Haaretz - 31.5.11
Traducción: www.argentina.co.il