El discurso del presidente de los EE.UU, Barack Obama, sobre Oriente Medio constituye un documento político de gran importancia. En él, el mandatario presenta una doctrina de cambio político basado en la lucha civil no violenta por los derechos civiles y la libre determinación.
Obama está convencido de la fuerza y la capacidad que tienen las masas para imponer reformas a los líderes, mayormente interesados en preservar el statu quo y firmemente reacios a renunciar a su poder.
La función de EE.UU es servir de modelo para ellos, alentarlos y apoyar los movimientos democráticos destinados a reemplazar las tiranías despóticas. Pero la total responsabilidad del cambio recae en las naciones mismas. Si los pueblos se deciden a salir a las calles para exigir lo que es de ellos, habrán de derrotar a las tiranías.
En su discurso, Obama toma la figura de un radical que llega con la misión de desafiar al viejo, arraigado e injusto orden. En tal sentido, se afirma como el teórico de la revolución de las masas árabes, como Karl Marx, que desarrolló su doctrina a la luz de las revoluciones europeas de 1848 durante la llamada "Primavera de las Naciones". Marx predicó la guerra de clases y el presidente norteamericano está haciendo un llamamiento a la lucha de los oprimidos en contra de sus opresores.
El enfoque histórico de Obama sacraliza la lucha de los individuos que se atreven a enfrentar a las dictaduras. En su narrativa, esa es la manera como EE.UU llegó a establecerse durante una rebelión fiscal emprendida contra un rey británico. Así es como Rosa Parks se convirtió en un punto crítico de la lucha por la igualdad civil étnica, cuando se negó a ceder su asiento en un autobús.
Esos son los héroes del presidente: "Hay momentos en el curso de la historia en que acciones de ciudadanos comunes encienden movimientos de transformación porque revelan un anhelo de libertad que se ha ido acumulando durante años".
Obama espera ahora que el ejemplo estadounidense - el de la nación que fue fundada gracias a una rebelión contra un imperio, que vivió una guerra civil cuyo fin era conceder libertad y dignidad a los esclavos, y que forjó un movimiento de derechos civiles sin el cual el mismo presidente no podría ocupar el lugar que ocupa hoy - habrá de imitarse en Oriente Medio.
El presidente norteamericano no duda en rechazar dos alternativas ya probadas para alentar el cambio político: una guerra impuesta desde el exterior o el diálogo con los tiranos. George W. Bush creía en la invasión y en la eliminación de los regímenes por la fuerza. Los efectos de su firme creencia resultaron terribles. EE.UU. fue arrastrado hacia guerras costosas y prolongadas en Afganistán e Irak, las cuales Obama está tratando de concluir. Ese modelo no ha sido copiado.
En el caso de Libia, el presidente también fue arrastrado hacia un conflicto pero sólo después de que los rebeldes locales decidieran arriesgar sus propias vidas levantándose en contra de Muamar Gaddafi; Obama no se muestra muy entusiasmado haciéndose cargo de este asunto.
Del mismo modo, no tiene sentido mantener un diálogo con líderes que disfrutan de un poder casi inalterable y que no están dispuestos a renunciar a él tan sólo porque Obama se los exija.
Tras el discurso de El Cairo, el presidente fue acusado de indiferencia ante las continuas violaciones a los derechos humanos en la región. Entonces, no se movilizó; intervino solamente cuando las masas en Túnez y Egipto decidieron salir a las calles.
Él tiene un propósito. Supongamos que hubiera desperdiciado su tiempo en inútiles discusiones con Hosni Mubarak acerca de reformas, tal como hizo la ex secretaria de estado, Condoleezza Rice. ¿Qué se habría ganado? ¿La liberación simbólica de unos pocos disidentes? No es así como Mubarak se hubiera decidido a escuchar a Obama, ni como hubiera descubierto las maravillas de la democracia y cedido el poder a los jóvenes de la plaza. Incluso ahora, Obama prefiere criticar y dar consejos desde lejos, y está dejando que el costo del cambio corra a cuenta de las masas oprimidas.
El presidente de EE.UU está decepcionado con los líderes de la región, tanto de los estados árabes como de Israel, que prefieren mantener el statu quo, atarse al pasado y darle la espalda a las oportunidades que entraña el cambio. Su decepción también deriva del conflicto entre Israel y la Autoridad Palestina: Los líderes ignoraron sus esfuerzos para reactivar las negociaciones y han terminado socavándolo - Binyamín Netanyahu, con su negativa a ceder, y Mahmud Abbás, al acudir a las Naciones Unidas.
Por lo tanto, su discurso debe ser interpretado como un claro llamado a los palestinos a tomar las calles y reducir la ocupación, que Obama considera no menos inmoral que la tiranía en los estados árabes. Les ofreció una solución a Netanyahu y a Abbás en caso de que retomen las negociaciones sobre la base del marco establecido por él. Sin embargo, la probabilidad de que esto ocurra es casi nula.
Si los palestinos quieren lograr la autodeterminación y el respeto por los derechos civiles, deben comportarse como los tunecinos y egipcios: emprender una lucha de masas no-violenta, una revolución popular. Ellos deben confiar en que EE.UU habrá de respaldarlos y evitar que los israelíes abran fuego contra ellos.
Esta es la traducción práctica de la doctrina de Obama, el legado revolucionario de Marx, Trotsky y el Che Guevara.
Fuente: Haaretz - 27.5.11
Traducción: www.argentina.co.il