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1967

La comunidad internacional aguarda con ansias el discurso que habrá de pronunciar Binyamín Netanyahu ante el Congreso de EE.UU dentro de 12 días. Sin embargo, no serán las palabras las que determinen el modo de recepción del discurso, sino un número en particular: 1967

De no mencionar específicamente Netanyahu el número 1967, el mundo rechazará su discurso desde el comienzo. El futuro de Israel depende hoy de la capacidad del primer ministro para pronunciar esos cuatro dígitos que aún ha podido articular: uno, nueve, seis, siete: 1967.

¿Netanyahu? ¿1967? No existe posibilidad alguna - a menos que: se dé cuenta de la gravedad de la situación; logre tomar conciencia de que estamos acorralados y necesitamos un cambio de rumbo; sea capaz de superarse a si mismo para convertirse finalmente en un estadista y un líder.

El premier es un hombre perseguido, constantemente acosado y polémico. Pero es un patriota comprometido con el futuro del país.

Para asegurar el futuro de Israel, Netanyahu cree necesario: que los palestinos lo reconozcan como Estado judío y acepten una Palestina desmilitarizada; que Israel esté a cargo del control de la seguridad en el Valle del Jordán; que Israel incluya los grandes bloques de asentamientos.

Netanyahu cree firmemente en la necesidad de hallar soluciones creativas para los colonos, los Lugares Sagrados y Jerusalén. Netanyahu considera que no puede ponerse fin al conflicto israelí-palestino sin ocuparse también de los acuciantes peligros regionales y estratégicos que amenazan a Occidente y a Israel.

Todo eso está muy bien. Sin embargo, Netanyahu debería comprender que no tendrá éxito en sus reclamos, por más justos que ellos sean, sin dar algo a cambio. Ese algo es una cantidad específica: aceptación por parte de Israel de que, a fin de cuentas, la frontera entre Israel y Palestina se basará en la delimitación de 1967.

Un intercambio de territorios: sí; disposiciones sobre seguridad: sí; desmilitarización completa: sí; rechazo de la exigencia palestina del retorno de los refugiados: sí; garantías internacionales: sí. Pero a cambio de todo eso, Israel debe aceptar que, en última instancia, el área del Estado palestino será la misma que la conquistada en junio de 1967.

A partir de ahora, los palestinos dejan de ser los socios: el mundo es el socio. Y las negociaciones con el mundo son algo simple: Israel se compromete a finalizar exitosamente el juego y recibe a cambio el compromiso acerca del respeto total de las reglas del juego mismo, su carácter y duración.

La retirada será gradual y su implementación habrá de realizarse de acuerdo con el cumplimiento de sus obligaciones por parte de los palestinos. La comunidad internacional prestará asistencia y apoyo a la retirada, la cual dependerá de la capacidad del mundo para detener a Irán. Pero al finalizar el proceso, el repliegue será completo: pondrá fin a la ocupación; dividirá el país y establecerá un nuevo escenario con dos Estados entre el mar Mediterráneo y el río Jordán.

¿Es Netanyahu capaz de llevarlo a cabo? No está del todo claro. Hace años, su lema era "si no dan, no recibirán". Por desgracia, esa consigna bien puede aplicarse en el caso de Israel: Si no damos, tampoco recibiremos.

A Netanyahu no le gusta tener que pagar. Sin embargo, el primer ministro debe entender que para adquirir alguna cosa la gente está obligada a hacerlo. La gente que no se compromete no sobrevive. Parsimonia política no equivale a grandeza política.

Incluso Ehud Olmert fue capaz de comprender esto. Libró dos guerras y construyó asentamientos frenéticamente, pero al aceptar el principio de 1967, proporcionó a Israel un escudo político. Aunque nunca llegó a evacuar ni un solo asentamiento ni a retirarse de un solo centímetro de territorio, Olmert disfrutó del crédito político que le permitió atacar a los enemigos de Israel. Cambió el peso de la responsabilidad por la falta de paz, de Israel a los palestinos.

Al decidir ir a Washington, Netanyahu tomó un gran riesgo. Algunas personas creyeron que se había equivocado; otros pensaron lo contrario. Pero la importancia del discurso de Netanyahu ante el Congreso reside en haberse mostrado capaz de enfrentar la hora de la verdad. Será en ese momento decisivo cuando el primer ministro muestre su verdadero yo.

Si Netanyahu encuentra la forma de decir "1967" en Washington, habrá ganado un renovado impulso, dándoles esperanzas a su país y a si mismo. Pero si vacila, si se demora en largos titubeos, estará acabado. Un discurso ambiguo y mezquino ante el Congreso de Estados Unidos será el comienzo de su caída.

Fuente: Haaretz - 13.5.11
Traducción: www.argentina.co.il