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El verano de Obama

El verano de 2011 es el verano de Obama. Si no logra estabilizar Oriente Medio durante ese período, un alud habrá de desencadenarse en la región cuando esté llegando a su término, y él será el responsable si la primavera árabe termina en un frío y oscuro invierno.

Nada puede ayudar ahora a la derecha norteamericana, a la derecha israelí o a la red Fox News; el asesinato de Osama bin Laden le ha otorgado al presidente de EE.UU, Barack Obama, un decidido impulso.

Ahora que Bin Laden está muerto, ya no se ve a Obama como a un sabiondo insufrible, sino como a un asesino; no un blandengue, sino un líder bastante duro. El joven mandatario alcanzó la mayoría de edad y acaba de completar con éxito el ritual de iniciación a la vida adulta. Junto a la recuperación incipiente de la economía y el desplazamiento político del presidente hacia el centro, la muerte de Bin Laden ha convertido a Obama en un líder fuerte y autoritario. Si no comete errores graves durante el año próximo, es muy probable que se quede en la Casa Blanca hasta 2016.

Pero el caso es que Obama insiste en cometer errores graves. Su política en Oriente Medio resulta del todo incompatible e incoherente. Sus principios rectores son obtusos y extraños. Por un lado, apoyó la destitución de Hosni Mubarak en Egipto, pero por el otro, otorga inmunidad a Bashar al-Assad en Siria. Decidió declararse en guerra para evitar un baño de sangre en Libia, pero no mueve un solo dedo para detener las masacres del gobierno de Damasco.

Un liderazgo débil y una falta de claridad moral siguen siendo sus rasgos característicos. En lugar de propiciar mejores condiciones de vida para el mundo árabe, está siendo arrastrado junto a él en el sentido contrario.

Uno de los problemas es Irán. La primavera árabe ha provocado una situación en la que ningún poder sunnita, a excepción de Arabia Saudita, resulta ahora un obstáculo para los ayatolás. Además, las revoluciones en los países árabes han tenido como consecuencia una considerable mejora sobre la economía de Teherán a través del incremento en el precio del petróleo. Un posicionamiento estratégico y económico renovado allana el camino de Irán en su carrera nuclear y erosiona la hegemonía de Estados Unidos en la región.

Un segundo problema lo constituye Turquía. Para mediados de junio, se espera que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, gane la reelección con una victoria aplastante. Inmediatamente después, esa tregua temporal que se ha concedido a si mismo habrá de concluir. Alentado por el alcance de su misión de gobierno, este ambicioso islamista intentará construir un imperio neo-otomano. Trabajará junto a los Hermanos Musulmanes, Hamás e Irán para socavar el punto de apoyo de EE.UU en Oriente Medio.

Palestina es el tercer problema. Como todos saben, otro Septiembre Negro se avizora en el horizonte. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, está provocando decididamente a Obama con su plan para socavar la estabilidad de Israel mediante el previsto reconocimiento internacional de un Estado palestino, y con su reconciliación con los partidarios de Bin Laden en Gaza. Si un gobierno Hamás-Al Fatah hace desaparecer de la escena al premier palestino, Salam Fayyad, el resultado será el colapso de la política de paz estadounidense.

El cuarto problema, Egipto, es el más grave de todos. Es probable que Egipto entre en una crisis económica a finales del año debido a la pérdida de ingresos procedentes del turismo, el fortalecimiento del monopolio del ejército y la incapacidad del nuevo gobierno para cambiar su carácter meramente populista. ¿Era malo Mubarak? La Casa Blanca estará extrañándolo mucho antes de Navidad. El crecimiento económico logrado por él se contraerá. La pobreza se convertirá en escasez, la escasez en desesperación, la desesperación en protestas. El ejército no será capaz de resistir la decepción y la rabia. Egipto se convertirá en un agujero negro.

No existen soluciones sencillas para estos cuatro problemas, ninguno de los cuales son obra de Obama. Tal vez la razón de que no haya ofrecido una respuesta genuina a ninguno de estos puntos estratégicos sea su incomprensión del hecho de que al decidirse a abrir la caja de Pandora de Oriente Medio, inmediatamente se hacía responsable de lo que fuera a surgir de ella. Obama mostró una indudable determinación profesional al ocuparse de Osama, pero en cambio, actuó como un torpe aficionado a la hora de enfrentar los problemas fundamentales de Oriente Medio.

Egipto es el problema más acuciante. Hace dos años, Obama pronunció su recordado discurso en El Cairo. Han pasado tres meses desde que alentó la revolución en Egipto. Pero ahora el presidente de EE.UU ha desaparecido. ¿Dónde quedó el plan estadounidense para reconstruir la nación egipcia? ¿Dónde está la iniciativa internacional para salvar la economía egipcia? ¿Dónde quedó el esfuerzo por hacer a orillas del Nilo todo lo que se hace en Ramallah?

El verano de 2011 es el verano de Barack Hussein Obama. Si no logra estabilizar Oriente Medio durante ese período, un alud habrá de desencadenarse en toda la región cuando esté llegando a su término. Obama será completamente responsable si la primavera árabe termina transformándose en un frío y oscuro invierno.

Fuente: Haaretz - 6.5.11
Traducción: www.argentina.co.il