Mientras las revueltas en el mundo árabe hacen más incierto el proceso de paz entre israelíes y palestinos, su conclusión aparece como un asunto aún más urgente. ¿Puede el espíritu que recorre la región abrir puertas a nuevas formas de resolver el conflicto?
Hace poco más de una década, israelíes y palestinos se reunieron en Camp David. Se había generado una enorme expectativa durante las semanas previas a la cumbre. Se tenía el presentimiento de que un acuerdo estaba al alcance. Era el último verano de la administración Clinton, y todos pensaron que el presidente de EE.UU no convocaría una cumbre cuyo resultado fuera menos que un triunfo histórico.
Al parecer, todos estaban tan determinados a triunfar, que el triunfo mismo parecía algo casi predeterminado. Y, en efecto, hubo quienes hasta incluso creyeron que ya se había alcanzado un acuerdo en secreto; era algo que se daba por hecho. La paz, aparentemente, estaba al alcance de la mano.
Pero, tal como se vio después, este no fue el caso. En cambio, la cumbre de Camp David en julio de 2000 llegó a ser uno de los hitos más trágicos del proceso de paz entre Israel y los palestinos. Fue una tragedia particularmente irónica, pues la brecha entre las expectativas generadas y los resultados finales no podría haber sido mayor.
Las razones del fracaso de la cumbre son complejas y probablemente seguirán siendo objeto de controversia. Pero el fracaso fue algo real y todo el mundo padeció la frustración. En particular, fue vivida agudamente por aquellos de entre nosotros que participamos como miembros de los equipos de negociación y de la ronda de conversaciones - demasiado breves - que siguieron en Taba, Egipto.
Especialmente frustrante resultó aquella narrativa emergente que vio en nuestro fracaso la prueba de que el conflicto mismo era una cuestión insoluble. Alguien tenía que demostrar que estaba equivocada. Y así, en una reunión con el miembro del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Abed Rabbo, sugerí la continuación del trabajo interrumpido en Taba hasta que fuéramos capaces de arribar a un acuerdo. Aun con toda la enorme frustración que habíamos padecido, estábamos decididos a demostrarles a los israelíes y a los palestinos por igual, que a pesar de la decepción y de la violencia, la paz era posible.
Nuestro trabajo no fue fácil, no sólo por la naturaleza de lo que nos habíamos propuesto, sino también por las condiciones en las que trabajamos. La violencia que estalló a raíz de la fracasada cumbre de Camp David provocó bloqueos de carreteras, clausuras y restricciones de tránsito, lo cual hizo que la realización de una reunión fuera algo casi imposible. A veces nos fue necesario reunirnos en el extranjero debido a que no era posible mantener una reunión en nuestro territorio. Otras, únicamente podíamos reunirnos en un puesto de control y mantener nuestras conversaciones dentro de un coche. El contraste entre el telón de fondo de nuestro trabajo (violencia y crisis) y el objetivo de nuestro (un acuerdo integral de paz de estatuto permanente) no podría haber sido mayor.
Para apoyar nuestro esfuerzo, hemos construido coaliciones amplias. Del lado israelí, hemos incorporado un número de personas que pertenecen a la clase dirigente, entre ellos, ex-oficiales militares de alto rango. Del lado palestino, funcionarios de Al Fatah, parlamentarios y académicos destacados.
En 2003, después de casi tres años de duro trabajo, nuestros equipos de negociación concluyeron un detallado anteproyecto de acuerdo, el cual se conoce desde entonces como Iniciativa de Ginebra.
Nuestra propuesta muestra en detalle el modo en que podría formularse un acuerdo de paz israelí-palestino creíble. No excluye ninguna de las cuestiones principales que interesan a las partes, tales como disposiciones de seguridad, el status de Jerusalén, el acceso a lugares sagrados, además de una justa y consensuada solución al problema de los refugiados.
Por supuesto, también se ocupa de los contornos de las fronteras permanentes y el futuro de los asentamientos en Cisjordania. En este sentido, se basa en gran medida en las ideas propuestas por el presidente Clinton. Con las fronteras anteriores a 1967 (la Línea Verde) como punto de partida, hemos ideado una serie de canjes de tierra consensuados de menor importancia, hechos en forma recíproca e individualizada, de acuerdo con una fórmula que exija a Israel la evacuación del menor número posible de asentamientos al tiempo que otorga a los palestinos la mayor parte de territorio.
El resultado es un modelo que crearía un Estado palestino en casi el 98 por ciento de Cisjordania y la Franja de Gaza con el déficit de compensación por parte de los territorios dentro de la Línea Verde. Las fronteras que trazamos permitirían a la gran mayoría de la población de colonos (75 por ciento) permanecer en un territorio que podría quedar bajo soberanía israelí.
La ejecución del plan se llevaría a cabo gradualmente a lo largo de 30 meses, de acuerdo al calendario de aplicación establecido en los Anexos del Acuerdo de Ginebra, y que es el fruto de la colaboración entre nuestros equipos israelí y palestino, publicado en 2009.
La clave de nuestro éxito de un acuerdo integral no se centró en la solución específica ofrecida para cada asunto - aunque hubo además gran cantidad de pensamiento creativo en ese sentido - sino en la concurrencia de nuestras soluciones.
Es decir, las fronteras y los asentamientos no son dos cuestiones exclusivamente interrelacionadas, sino que además están en relación con cada uno de los otros asuntos de estatuto definitivo, en especial con aquellos que tienen mayor significación simbólica: los refugiados y Jerusalén. No podremos llegar a un acuerdo sin concebirlos como tal. Después de todo, la cuestión de las fronteras también concierne a la zona de Jerusalén. Y como suele suceder en las negociaciones, la concesión que se hace acerca de algún asunto por una de las partes a menudo permite avanzar sobre otro. En resumen, elaboramos un anteproyecto de "acuerdo" que, fiel a su nombre, no sólo sirvió como acuerdo entre las dos partes, sino que además resolvió todas las cuestiones pendientes entre ambos lados. Fue integral y concluyente.
Como tal, ha logrado el apoyo de la mayoría en ambas sociedades. Según los datos de sondeo más recientes, grandes mayorías en ambas sociedades apoyan un acuerdo de estatuto definitivo, integral y consensuado, basado en los parámetros descritos en los Acuerdos de Ginebra. Estos números reflejan el apoyo con que cuenta el paquete total, lo que supera en número al apoyo que reciben sus elementos individuales por separado.
¿Y ahora qué? En diciembre de 2010, en declaraciones a una delegación de funcionarios israelíes de alto nivel reunidos en Ramallah, Cisjordania, en un evento organizado por la Iniciativa de Ginebra, el presidente palestino, Mahmud Abbás, sugirió: "Una vez que logremos resolver el asunto de las fronteras, nos será posible resolver todos los demás". Por lo tanto, es una suerte contar ya con una fórmula mutuamente aceptable.
Mis colegas y yo - tanto israelíes como palestinos - nos hemos comprometido a trabajar juntos y dentro de nuestras respectivas comunidades para hacer realidad el Acuerdo de Ginebra. Esperamos que las personas de buena voluntad en todo el mundo se unan a nosotros en nuestra búsqueda de una paz justa y duradera entre nuestros dos pueblos, de modo tal que seamos capaces de vivir lado a lado en libertad y seguridad, como prójimos y vecinos.