Una de las principales causas de los problemas de la democracia israelí se relaciona con el desconocimiento básico de que los ciudadanos son los verdaderos soberanos y no el Parlamento, o el Gobierno o "los líderes". Por ello, hay una necesidad vital de responder a sus necesidades y exigencias.
No existe discrepancia sobre el hecho de que la democracia israelí está enferma y enajenada hasta sus raíces. Las señales son numerosas: Primeros ministros y secretarios centrales, muchos de los cuales fueron o son descubiertos como políticos corruptos, hacen lo que se les da la gana; son altos funcionarios quienes realmente determinan las políticas y deciden qué ejecutar y qué no de las leyes promulgadas en la Knéset y las resoluciones del Gobierno; el sistema de seguridad y el ejército fijan políticas y realizan acciones a su voluntad; de hecho, los diputados carecen de toda influencia; los partidos están regidos por "líderes" "elegidos" por manipulaciones internas; la corrupción aumenta en todos los niveles; los grandes capitalistas estipulan, de hecho, gran parte de la política; numerosos grupos (árabes israelíes, mujeres, etíopes judíos, homosexuales, etc.) son marginados y segregados; y por sobre todo, en la gran mayoría de los casos, los ciudadanos no tienen ninguna influencia en las movidas gubernamentales: véase como ejemplo el caso de Guilad Shalit, los asistentes sociales y otros.
Para solucionar los problemas surgen propuestas de reformas en la democracia israelí. Hay académicos que proponen cambios de liderazgo o instaurar un régimen presidencial. En estos días, el Instituto Israelí de Democracia sugiere cambios cuyos fundamentos se centran en la estructura y organización del sistema gubernamental.
Estas proposiciones incluyen un incremento en el número de parlamentarios, elevar el porcentaje mínimo de votos para ser electo, instituir un sistema de elecciones combinadas - nacional y regional -, dividir al país en zonas de sufragio, otorgar compensaciones a partidos que se comporten debidamente, etc.
Dichas proposiciones no son "inventos" originales del Instituto. La mayoría, y similares, fueron propuestas por la "Comisión del presidente Katsav" hace algunos años y debatidas públicamente sin que ninguna de ellas llegara a concretarse.
Por ello, el presidente de la Knéset, Reuvén Rivlin, que se opuso con vehemencia a instaurar un régimen presidencial, estuvo en lo cierto al afirmar que "nos cansamos de los incesantes intentos de modificar el sistema parlamentario israelí". Pero Rivlin se equivocó cuando aceptó parte de las proposiciones del Instituto: la elección de un primer ministro del partido mayoritario y la combinación entre un sistema electoral nacional y otro regional.
Es imprescindible comprender que todas las reformas organizativas en el sistema de elecciones, en el funcionamiento de los partidos y el Parlamento, en la dirección del control político sobre el accionar del estrato protocolario, etc., no cambiarán absolutamente nada en la desequilibrada democracia israelí, porque los factores de inestabilidad son mucho más profundos que los problemas estructurales u organizativos.
Una de las principales causas se relaciona con el desconocimiento básico de que los ciudadanos son los verdaderos soberanos y no el Parlamento, o el gobierno o "los líderes". Por ello, hay una necesidad vital de responder a sus necesidades y exigencias; sobreponerse al individualismo, a la indiferencia política y a la conducta que caracteriza a muchas agrupaciones en Israel. Se debe evitar enfatizar repetidamente la amenaza de seguridad que otorga a los magistrados conectados a sistemas de defensa casi el control absoluto de lo que aquí sucede; y se debe instruir al público en general, y en ese contexto también a los políticos, acerca de la comprensión que les falta sobre la esencia de la democracia efectiva y no sólo formal.
Todo ello depende fundamentalmente de la comprensión de que existe la necesidad esencial de transformar la cultura política israelí desde sus bases antes de realizar cambios en la estructura y en el modus operandi de las instituciones gubernamentales.
Conociendo a las personas y a las instituciones políticas en Israel, un cambio como éste parece ilusorio. Pero si no se lleva a cabo, el sistema actual podría desmoronarse aún más, y tarde o temprano se convertirá en un régimen autoritario.
Fuente: Haaretz - 17.4.11
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il