La reciente escalada de violencia de Hamás, financiada y dirigida por Irán, tiene un claro objetivo: provocar a Israel a lanzarse a represalias generalizadas que vuelvan a crear la unidad árabe en torno al enemigo común y hagan olvidar a las masas sus reivindicaciones democráticas.
Con cada nueva crisis en Oriente Medio, surge una nueva camada de expertos, cuya especialización suele consistir generalmente en una atenta lectura de los periódicos de la última semana y, en el mejor de los casos, algún libro leído a las apuradas.
Esta clase de expertos rivalizó en su descripción del recientemente depuesto presidente egipcio como al más fiel y consecuente aliado de Israel en Oriente Medio. Esta calificación, obviamente no tuvo nada que ver con la realidad. Hosni Mubarak era sólo un firme y consecuente aliado de Hosni Mubarak. Si hubiera existido un Premio Nobel a la hipocresía hubiera merecido ganarlo.
Mantuvo la paz con Israel en la medida en que eso le permitía ganar la respetabilidad necesaria para recibir fuertes subvenciones norteamericanas, pero al mismo tiempo dio carta libre a los medios de difusión controlados por el estado para difundir un odio visceral contra Israel e impidió cualquier acercamiento normal entre las sociedades civiles de ambos países.
Sus relaciones con los dirigentes israelíes tuvieron un interés estrictamente utilitario y se centró en el objetivo de mantener a raya a enemigos comunes, como el movimiento fundamentalista palestino Hamás, estrechamente asociado con los Hermanos Musulmanes egipcios.
La estabilidad y la paz en la zona sólo le preocuparon en la medida en que podía afectar a su propia posición.
La carta de la xenofobia y el odio al diferente, considerado un intruso en un mundo exclusivamente árabe y musulmán, era demasiado valiosa como para deshacerse de ella. Por otra parte, el interminable conflicto palestino-israelí permitía desviar la atención a un enemigo externo, distrayendo la atención de las masas de sus propios problemas.
Pero en honor a la verdad, el juego de Mubarak no fue la excepción sino la regla. Nada ilustra mejor la situación que el título de la ópera de Mozart: "Cosi fan tutte" (Así hacen todas). Es decir, del mismo modo proceden todas las divas del despotismo y el autoritarismo en Oriente Medio, todos los dictadores, reyes y oligarcas de la región.
El espantapájaros del enemigo israelí fue durante décadas un pretexto maravilloso para el inmovilismo interno, el mantenimiento rígido de un arcaico e injusto status quo y la imposición de un freno a cualquier cambio significativo de modernización institucional y progreso democrático.
Hasta que vino la primavera árabe con las revoluciones de Túnez y Egipto y la gran rebelión popular que ha conmovido desde entonces a numerosos países del mundo árabe y volvió a insuflar vida a la resistencia de los castigados opositores en Irán.
Pero las fuerzas reaccionarias del despotismo no estaban dispuestas a rendirse fácilmente. La contrarrevolución comenzó a movilizarse. Al ver con alarma que la enemistad de Israel no era un motivo de movilización para las masas, sacaron a relucir las acusaciones de siempre. Por ejemplo, el asediado dictador yemení, Alí Abdullah Saleh, recurrió una vez más a las acusaciones contra los villanos de siempre: Israel y Estados Unidos.
Pero si para Saleh y otros sátrapas el conflicto palestino-israelí es un pretexto para mantenerse en el poder, para la teocracia iraní, que ha invertido mucho dinero en secuestrar el conflicto en beneficio de sus intereses, el mantenimiento de la tensión es una palanca para obtener más poder y avanzar en su feroz puja con Arabia Saudita por la hegemonía en la región y en el mundo islámico.
Por ello, no debe extrañarnos que grupos islámicos radicales financiados por Irán hayan reanudado los ataques terroristas contra la población israelí. El atentado en Jerusalén que provocó una muerte y 39 heridos así como la salvaje masacre de una familia entera, ambos esposos y tres niños en Itamar, y los repetidos lanzamientos de misiles contra la población civil del sur israelí, tienen un claro objetivo: provocar a Israel a lanzarse a represalias generalizadas que vuelvan a crear la unidad árabe en torno al enemigo común y hagan olvidar a las masas sus reivindicaciones democráticas.
Si esa es la meta global de los grupos gobernantes en Teherán, el "calentamiento" del conflicto también sirve a los intereses de grupos palestinos en pugna. Las manifestaciones de jóvenes llamando a la unidad de Hamás y Al Fatah han asustado a los dirigentes de la organización islámica que controla la Franja de Gaza y el primer ministro, Ismail Hanyeh accedió a encontrarse con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás.
Pero esta medida no parece haber complacido a los "duros" de Hamás y aparentemente también disgustó a su ala militar en Gaza, contrarios a una reconciliación con la AP.
Del mismo modo se opone a toda reconciliación la Jihad Islámica, que es más radical que Hamás y ha sido la principal responsable de los lanzamientos de cohetes al sur israelí. Sin embargo, Jihad Islámica, al igual que Hamás, es financiada por Teherán.
Sin duda, hay muchos intereses en el mantenimiento del "status quo" en distintos países árabes, pero no hay la menor duda de que la carta más fuerte de la contrarrevolución árabe es la jugada por el fascismo teocrático iraní que busca provocar una nueva guerra contra Israel para impedir una revolución democrática generalizada en el mundo árabe que pondría fin a sus ambiciones hegemónicas en Oriente Medio y en el mundo musulmán.