No existe un crimen más terrible que el asesinato de niños. Los pequeños no tienen culpa alguna de la barbarie en este planeta; ellos no hicieron mal alguno. En esas criaturas radica la esperanza de que cuando crezcan sean mejores que los adultos que los trajeron al mundo.
Ellos son la oportunidad que la humanidad se brinda a si misma en cada nueva generación. Quien levanta un cuchillo contra un niño, empuña un rifle contra él y aprieta el gatillo o pone una bomba para que explote a su lado, es una persona que no merece vivir.
No debemos buscar justificativo alguno para quien mata a niños premeditadamente; no debemos tratar de comprenderlo, tampoco investigar sus intenciones ni buscar motivos atenuantes a sus actos.
Cada vez que tiene lugar un asesinato de niños en el ámbito de un conflicto nacional, ambas partes tienden a recordar crímenes del pasado cometidos por cada una de ellas. También en nuestro conflicto se mencionan de inmediato nombres de acontecimientos cubiertos de sangre, y no faltan aquellos en los que fueron asesinados niños israelíes y niños palestinos.
Esto es realmente absurdo. Ningún acto criminal realizado en el pasado, incluyendo asesinato de niños, no puede justificar un nuevo crimen de más niños como venganza. Los niños no deben pagar con sus vidas el precio por la vida de otros niños o por adultos asesinados.
Los asesinos de niños son los únicos que deben pagar con sus vidas por el crimen que llevaron a cabo. Por lo tanto, el deber del brazo ejecutor es echar mano a esos criminales, que se merecen pagar con sus vidas por las de los niños que asesinaron.
Si éstos fueron enviados por sus jefes para cometer semejantes crímenes, se debe cobrar el precio definitivo también a quienes los mandaron.
Este acto de castigo tiene que ser llevado a cabo sin remordimiento alguno. Es una acción que el género humano se debe a si mismo para limpiarse de la contaminación con que lo infectan asesinos de inocentes que siguen viviendo en su entorno.
Es cierto que la gente necesita de gran temple para callar y abstenerse de ocasionar daños a personas que no empuñan armas. No debemos perder el tiempo en condenar conductas disolutas, que sólo puede brindar a los asesinos la oportunidad de eludir el castigo por un torbellino de venganza criminal en personas inocentes. Aquellos que claman represalias olvidan que la venganza sobre niños pequeños no fue creada por el diablo, y se apresuran a convertirse en sus emisarios.
Desgraciadamente, siempre después de derramamientos de sangre inocente hay quienes corren a contabilizar ganancias políticas del arrebato y la frustración. Siempre habrá un político que se adelantará a fijar que el valor de la vida de un niño pequeño equivale a 100 o 1.000 viviendas, y otro que explicará que la destrucción completa de una aldea es el precio que la otra parte debe pagar.
Y hay otros que aún antes que se seque la sangre de las víctimas, ya determinan que sus rivales políticos son los culpables del asesinato. Como si Dios tuviera contacto directo con ellos y les informará cuánto vale la vida de un niño y a quién se debe culpar.
Pero el horror de la masacre de niños no tiene precio.
Que nadie se atreva a menospreciar su sangre fijando venganzas inútiles.
Fuente: Israel Hayom - 15.3.11
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il