¿Por qué será que experimentamos un casi instintivo y justificado sentido del ridículo cada vez que personajes como Ehud Barak y Binyamín Netanyahu tratan de compararse a ellos mismos con líderes del pasado como Ben Gurión, Rabín y Begin o Dayán, Sharón y Shamir?
Dicha comparación no debería parecer tan infundada. Netanyahu y Barak son de una edad a la cual sus predecesores ya eran considerados como "veteranos" responsables. En cuanto a la educación formal o al coeficiente intelectual cuantificable, ellos posiblemente superan a sus predecesores. Incluso en términos de integridad política, no deberíamos idealizar a los líderes del pasado; ellos eran capaces de caer en estallidos de demagogia, cinismo y juego sucio que harían palidecer a Barak y Bibi por igual. Entonces, ¿qué es lo que estimula aún las glándulas del ridículo en cada declaración de esta clase?
Todo se reduce a una sola palabra: madurez.
Las tribus incivilizadas celebran ritos de iniciación que tienen el propósito de "matar al niño" en el adolescente. Una marca cruel, sumamente significativa e irreversible lo signa de por vida, transformándolo en un adulto responsable, sin compasión, ni tiernos consentimientos, ni indulgencia.
En Israel, se acepta que el servicio militar en Tzáhal, sobre todo en una unidad de élite, funciona como rito de iniciación. Estábamos acostumbrados a creer que el mero hecho de pertenecer a un grupo de primera línea marcaba de forma automática a sus miembros como poseedores de calidad, madurez e incluso de potencial de liderazgo. ¿Es realmente así? En ocasiones, ese sentido de pertenencia a una clase claramente selecta no hace más que reforzar al eterno adolescente, colocándole una aureola sobre su cabeza, a la vez que lo exime de recorrer alguno de esos sinuosos senderos que llevan a la madurez como individuo y como ciudadano.
Nuestros padres fundadores (a quien estos "sucesores" tratan de aferrarse) no forjaron su estatus por medio de la edad o de las obras. Se rebelaron contra sus antepasados y la tradición; sin el auxilio de una capa protectora, se vieron obligados a convertirse en adultos cuando aún eran jóvenes para tomar el lugar de sus propios padres. No contaban con nadie más que ellos mismos para asumir el rol de "adulto consecuente"; nadie a quién delegar la responsabilidad, nadie bajo cuya orientación podrían divertirse un rato y "perder" el tiempo; nadie a quien emular. Ben Gurión no tuvo a un Ben Gurion. Él tampoco fantaseaba llegar a ser como Winston Churchill. Para bien o para mal, él y sus colegas fueron sus propios modelos originales.
Hoy en día, no podemos hallar más que copias impresas, si no falsas copias: Barak, a quien le gustaría ser como Moshe Dayán; Bibi, a quien le gustaría ser como su padre o como Churchill; mientras que ambos aspiran a ser como Itzjak Shamir - al menos todo el tiempo que dure su mandato. Aunque cada vez más seniles, todavía se advierte en ellos la frivolidad de la juventud, resabio de las travesuras del sofisticado batallón de ejército. Son niños que juegan con aviones hidrantes, y vociferan: "yo robaré la bandera del campamento" y "sorprenderé" a la gente y bombardearé a Irán "como un hombre", sin hacer caso a las advertencias. Si acaso obtienen alguna aprobación por tales comportamientos, no son únicamente ellos los que carecen de madurez.
Un país con madurez postula para sus líderes otro tipo de exigencias. Personas sensatas y moderadas como Itzjak Herzog y Dan Meridor, por ejemplo, no son desechadas ni padecen la burla por ser "responsables" y serias.
Cuando Ariel Sharón habló de "cosas que uno puede ver desde aquí", no se refería a una posición espacial; estaba haciendo referencia a la madurez tardía - muy tardía, demasiado tardía - que él había adquirido finalmente sólo durante los últimos capítulos de su vida pública. Lo mismo sucedió con Rabin. Durante décadas, ambos ensayaron el arte de afeitarse utilizando nuestros propios cuellos, hasta que se convirtieron en adultos responsables.
Al mirar ahora a estos niños-prodigio, Ehud Barak y Binyamín Netanyahu, es inevitable no detenerse a reflexionar: Ya sabemos que el prodigio se ha perdido, pero ¿cuándo se decidirá el niño a irse del todo?
Fuente: Haaretz - 21.1.11
Traducción: www.argentina.co.il