Al parecer, en Israel existe interés en producir un común denominador territorial y mantener un debate acerca de todo lo demás. Y en ausencia de una verdadera política propia, la lucha por la terminología y la legitimidad toma forma activa desde Palestina hasta Ecuador.
Podemos mantener bajos nuestros niveles de ansiedad en vista de la voluntad en reconocer un Estado palestino demostrada por ciertos países sudamericanos. Ya hemos vivido una situación similar. Las palabras son capaces de dar forma a la percepción, pero las huecas declaraciones diplomáticas no producen nada.
El 15 de noviembre de 1988 Arafat pronunció su discurso en Argelia y declaró el establecimiento de Palestina. Durante unos días, causó la impresión de un duro golpe a la política israelí: la declaración fue consensuada por la mayoría de los estados del mundo. La ONU decidió más tarde cambiar el nombre simbólico de la OLP a Palestina - 104 estados votaron a favor, dos votaron en contra (Israel y Estados Unidos), y el resto (36) se abstuvieron. El mundo que existe dentro de los confines de Naciones Unidas tomó la palabra.
Acto seguido, sin embargo, la realidad hizo su intervención. Como sabemos, el Estado de Palestina nunca fue establecido; en su lugar, una autoridad corrupta surgió bajo los auspicios de la banda de Arafat.
En los dos últimos años, hemos asistido a la repetición de la misma obra: la lucha por el reconocimiento mundial. Los palestinos, que perdieron la violenta Intifada de Al Aqsa liderada por Arafat, están comprometidos en una guerra por la legitimidad en todos los frentes. Sin embargo, es importante tener en cuenta que esto no se trata de una lucha en nombre del derecho de ellos a tener un Estado y lograr su reconocimiento. Al parecer, en ese frente, desde el discurso de Netanyahu en Bar-Ilan, no hay ni siquiera un solo Estado que oficialmente se oponga a ello.
La verdadera lucha es por nuestra propia legitimidad y por el derecho a la existencia del Estado de Israel unos 62 años después de su creación. La cuestión de las fronteras es un problema mucho menos fundamental: pueden ser las de 1967, las de 1948 o cualquier otra que se nos ocurra. Esta guerra es en nombre de nuestra supevivencia como Estado judío.
En ese contexto, se espera que las fuerzas anti-israelíes fomenten el renovado reconocimiento de un Estado palestino. Al mismo tiempo, se espera que las partes interesadas, que no tienen interés alguno en Israel, se sumen, incluyendo los estados latinoamericanos que luchan contra la hegemonía de EE.UU y los pequeños socios africanos y asiáticos que tratan de plegarse al eje del petróleo o de ganar la solidaridad del bloque árabe.
Pero entonces, ¿qué dice todo eso acerca de nuestra condición diplomática? Nada. Al igual que en 1988, también hoy el reconocimiento oficial no es la esencia, sino más bien, un simple síntoma de la enfermedad principal: Nuestro imperdonable balbuceo frente a la continua deslegitimación que hemos venido presenciando en los últimos diez años.
Bajo la sombra de sensibilidad diplomática y corrección política desde la Operación "Plomo fundido", nos hemos comportado a cada paso como si tuviéramos las manos atadas a la espalda. Y así, Turquía, dedicada a sostener una beligerante campaña en contra nuestra, es satisfecha en sus exigencias con vigor diplomático y gestos de contrición. Mientras tanto, los palestinos, operando en contra de Israel en la ONU, obtienen nuestra cooperación en otras áreas. Por encima de todo, incluso tenemos problemas para declarar abiertamente la legitimidad de nuestra vida en este lugar, y luego nos sorprende que otros estados adopten el enfoque opuesto.
Aquellos que busquen un buen ejemplo de todo esto deberían observar el caso de Ariel y Gush Etzión. Durante años, ha habido un amplio y raro consenso en Israel con respecto a los bloques de asentamientos. Pero, ¿qué hemos hecho nosotros para traducir tal consenso en términos de reconocimiento internacional? Nada en absoluto.
Ariel es ilegítimo a los ojos del mundo porque todavía es ilegítimo a la vista de Israel. Se encuentra oficialmente fuera de nuestras fronteras y es utilizado como blanco creativo del boicot de un grupo de artistas.
Al parecer, tanto en la izquierda como en la derecha existe un interés en producir un común denominador territorial y mantener un debate acerca de todo lo demás. Sin embargo, en la práctica, preferimos guardar silencio, para no molestar a nadie.
Y en ausencia de una verdadera política israelí, la lucha por la terminología y la legitimidad toma forma activa desde Palestina hasta Ecuador.
Fuente: Yediot Aharonot - 7.1.11
Traducción: www.argentina.co.il