Después de dos años de promesas vacías vinculadas al accionar nacional e internacional, la sociedad israelí comienza a pagar el costoso precio de la hueca política de supervivencia del Primer Ministro Binyamín Netanyahu.
En estas últimas semanas hemos sido testigos, una vez más, de la enorme brecha que se se va abriendo entre las declaraciones del Primer Ministro Binyamín Netanyahu y sus acciones en el campo de la práctica. Pero, por primera vez desde que constituyó su gobierno, parece que la opinión pública israelí se ha visto obligada a considerar en toda su amplitud el precio que tendrá que pagar por ella.
El incendio en el Monte Carmel demostró el doloroso costo, en términos de vidas humanas, que implica la continua falta de atención sobre los servicios de emergencia supuestamente destinados a brindar una efectiva respuesta durante esa guerra con la cual Bibi nos amenaza regularmente. Este fracaso no hace más que exponer el fraudulento juego organizado por Netanyahu, en el cual los ciudadanos, como de costumbre, terminan pagando el precio.
Si bien resulta cada vez más evidente que el proyecto nuclear de Irán constituye una seria amenaza para todo el mundo árabe, Bibi casi ha logrado apropiarse del asunto en favor de Israel por medio de la creación de un supuesto vínculo entre el esfuerzo estadounidense contra Teherán y su total disposición para renovar el proceso diplomático con los palestinos. Pero mientras se ocupaba de insinuar una acción militar, dejó demostrado que, en la práctica, a Israel le resultaría difícil manejar incluso un incendio, seguro resultado de un ataque con misiles.
Y a pesar de sus declaraciones acerca del valor de la alianza estratégica con EE.UU, se maneja como un equilibrista entre el Presidente Obama y el Congreso, optando por aminorar aún más la relación con el mandatario norteamericano y su administración, basada en un sentido de intereses comunes y valores compartidos. Incluso, ha conseguido degradar los barrios judíos al este de Jerusalén, a quienes la Casa Blanca ya ve como simples asentamientos de avanzada no autorizados.
A pesar de su declaración acerca de "dos Estados para dos pueblos", ningún avance importante logró llevarse a cabo. Por el contrario, la intención de Bibi era condicionar las negociaciones sobre el reconocimiento palestino del carácter judío de Israel, a pesar de que ese asunto depende sólo de nosotros desde la Declaración de Balfour. Y con el fin de mostrar su disposición a pagar "dolorosos precios por la paz", se encargó personalmente de que el proyecto de referendo fuera aprobado por la Knéset.
Netanyahu tampoco se olvidó de "promover" el panorama regional. Tanto es así que la iniciativa de la Liga Árabe, mantenida tenazmente por Egipto, Jordania y Arabia Saudita, ni siquiera está dentro de la agenda de su gabinete, que la considera como un asunto "nada renovador".
Por último, no debemos olvidar sus esfuerzos para "mejorar" las relaciones entre ciudadanos israelíes judíos y árabes a través de la Ley de Fidelidad y entre judíos laicos y ortodoxos por medio de la reciente Ley de Concesiones de por vida para estos últimos.
Después de dos años de promesas vacías, la sociedad israelí comienza a pagar el costoso precio de la hueca política de supervivencia de Netanyahu.