El actual revuelo en torno a la carta de los artistas en contra de realizar actuaciones artísticas en el nuevo Centro Cultural de Ariel - en los territorios ocupados - revela una evidente contradicción en las posiciones de la sociedad israelí.
Los firmantes de la misiva no cuestionan la libertad de los habitantes de los asentamientos de disfrutar del teatro, pero defienden su propio derecho de oponerse a la ocupación.
Sin embargo, aunque ahora están llamando a boicotear, la gran mayoría de artistas, así como dramaturgos y directores de teatro, se han limitado desde siempre a mostrar una gran apatía frente al funcionamiento de instituciones políticas, militares y de seguridad israelíes en el marco de la sociedad palestina y en lo que concierne al accionar de los habitantes judíos en los asentamientos.
Esto demuestra que la mentalidad de una considerada parte de la sociedad israelí, reflejada a lo largo de los últimos 40 años tanto en gobiernos de derecha como de izquierda, consigue vivir en cierta armonía con la ortodoxia reinante que acepta la administración de Tzáhal en los territorios como un hecho normal.
El debate acerca de la continuidad de la ocupación militar israelí en Cisjordania es legítimo y fundamental para todos nosotros. El problema no son los habitantes de Ariel. El dilema es si se puede promover un desarrollo cultural sólo para grupos selectos de la población en los territorios ocupados.
Ariel, bajo cualquier instancia jurídica (incluida la israelí), es parte de los territorios militarmente ocupados en los cuales no todos los habitantes gozan de los mismos derechos. Su futuro constituye uno de los puntos centrales en las negociaciones entre israelíes y palestinos para intentar llegar a un acuerdo de paz.
La verdadera discusión debe realizarse dentro del gobierno israelí (cualquier gobierno israelí). Las posibilidades no son muchas: Declarar la retirada de la ciudad, y aceptar que su área formará parte de un futuro Estado palestino, o anexarla al territorio soberano israelí y conceder igualdad de derechos a todos aquellos que la habitan o deseen habitarla.
Gobernar no es fácil. Ambas determinaciones incluyen ser responsables por sus consecuencias a nivel nacional e internacional. Manifestaciones a favor o en contra pueden servir sólo para intentar evaluar la opinión pública, pero llegó la hora de que el Ejecutivo israelí deje de titubear y afirme cuales son sus reales intenciones.
Lo que aquí está en juego no es un mero asunto cultural, sino el futuro de la democracia israelí.