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La paz de Obama

Las próximas semanas serán decisivas. Si Obama elige el camino pragmático, tiene una buena oportunidad de lograr un cambio entre israelíes y palestinos. Sólo una pacto parcial, no definitivo, otorgará al Premio Nobel la paz que está persiguiendo.

No hubo verdaderas sorpresas en las elecciones de mitad de períodode EE.UU. Los republicanos tomaron el control de la Cámara de Representantes, pero no el del Senado, se hicieron fuertes en Kentucky pero no en California, lograron una mayoría de escaños, pero no pudieron disfrutar de una abrumadora victoria.

Barack Obama todavía está allí. Debilitado pero invicto, con moretones, pero no derrotado; más bien, moderadamente herido.

Si alguien en Jerusalén esperaba que el Tea Party salvara el futuro de los asentamientos, estaba gravemente equivocado. El período de las elecciones en EE.UU ha terminado. Hoy es el día del después de las vacaciones, el día que sigue al juego previo.

El verdadero juego acaba de comenzar y su nombre es Palestina. El final: el establecimiento de un estado palestino viable en el plazo de un año.

¿Por qué? Porque el presidente oficial de los Estados Unidos se identifica con los palestinos y su sufrimiento y quiere obrar de acuerdo al derecho por ellos. Porque Obama cree que estableciendo un Estado palestino aplacará el mundo árabe musulmán, al cual desea apaciguar. Porque sabe que, a falta de buenas noticias en Irak, Irán y Afganistán, Palestina es su única oportunidad de lograr buenos titulares el día de mañana.

Sólo un Estado palestino justificaría el Premio Nobel de la Paz que recibió; sólo eso puede otorgar a Obama el legado internacional que ansía; sólo eso puede levantar el espíritu de su auto-definido campo liberal.

Así, en 2011, Palestina habrá de ser para el presidente lo que la reforma en el sistema sanitario fue para él en 2009. Para bien o para mal, sabia o tontamente, Barack Hussein Obama procurará el establecimiento del Estado de Palestina.

En cierto sentido, la resolución del mandatario es digna de elogio. Es bueno tener un líder mundial que intenta salvar la solución de dos estados a último momento. Es bueno contar con un líder mundial dispuesto a realizar enormes inversiones para implementar la solución de dos estados. Es bueno tener un estadista que todavía conserva un sentido de equidad suficiente para comprender que la situación actual resulta intolerable. Es bueno tener un hombre de Estado lo suficientemente ingenuo como para pensar que él puede arreglar el mundo.

Pero en otro sentido, la determinación de Obama resulta algo peligrosa. La velocidad es obra del diablo, tal como afirma el dicho árabe. El simplismo es una receta para el desastre. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones que no se fundan en la realidad.

Bill Clinton trató de imponer la democracia en el Oriente Medio y fracasó. Si Obama trata de imponer una resolución al conflicto antes de tiempo, perjudicará seriamente la estabilidad y fomentará la violencia, sembrando el caos a su paso.

El dilema es grave: la corrección política o la razón política; la política purista tratando de construir un castillo en el cielo o la política sobria tratando de modificar la realidad in situ.

En la actualidad, el proceso más positivo que tiene lugar en la región es el que lleva adelante el primer ministro palestino Salam Fayyad. Toda una nueva sociedad palestina, edificada y próspera, se está forjando en Cisjordania.

A menos que se le otorgue una substancial dimensión política, el proceso iniciado por Fayyad se derrumbará. Pero también habrá de derrumbarse si se le da un horizonte político inalcanzable. Lo más sabio que podría hacerse es diseñar un modelo político que le siente bien a la mansa revolución palestina. No intentar cerrar el caso de los refugiados en dos meses, no tratar de resolver el problema de Jerusalén en dos semanas, no dejar que la ideología y la teología pongan obstáculos infranqueables ante palestinos e israelíes.

El único camino es un acuerdo provisional, lo que reduciría al mínimo la ocupación sin poner fin al conflicto y sin poner en peligro a Israel.

Las próximas semanas serán decisivas. Obama, incluso después de la derrota en casa, tiene el suficiente poder de coerción sobre Israel. Él puede hacerle frente, aislarla e imponerle una falsa paz.

Pero lo que el presidente no tiene es el suficiente poder para convertir lo falso en verdadero. Él no puede derribar a Hamás, revocar la demanda de retorno y hacer de Palestina un Estado amante de la paz. De modo que si insiste en forzar todo el asunto, tremendo lío habrá de provocar.

En cambio, si elige el camino pragmático, tiene una buena oportunidad de lograr un cambio. Sólo una pacto parcial, no definitivo, otorgará al Premio Nobel la paz que está persiguiendo.

Fuente: Haaretz - 4.11.10
Traducción: www.argentina.co.il