Al exigir el reconocimiento de Israel como "Estado-Nación del pueblo judío", Netanyahu está retrotrayendo el conflicto palestino-israelí a las discusiones que tuvieron lugar en el otoño de 1947. En su opinión, hay una lógica histórica y nacional que le permite hacerlo. En su discurso ante la Knéset el Primer Ministro Binyamín Netanyahu exigió a los dirigentes palestinos que reconozcan a Israel como "Estado-Nación del pueblo judío". Esta no una demanda que carezca de fundamento: Ha sido expresada modestamente y es aceptada por los estados que mantienen relaciones diplomáticas con Israel.
El presidente de EE.UU, Barack Obama, fue más lejos aún, al reconocer a Israel como "la patria histórica del pueblo judío."
La exigencia de Netanyahu es un poco menos que eso: Él quiere que los dirigentes palestinos reconozcan la resolución de partición, establecida por las Naciones Unidas, el 29 de noviembre de 1947, no palabra por palabra, sino más bien, el reconocimiento de su espíritu y esencia.
Sobre la base de dicha resolución, se supone que dos estados soberanos debían establecerse en Palestina: un Estado-Nación judío y otro árabe. La resolución, de hecho, estableció el principio de "dos Estados para dos pueblos": El pueblo árabe-palestino, en el Estado-Nación palestino; el pueblo judío, en el Estado-Nación judío.
Desde entonces, el término "Estado judío" se ha utilizado como sinónimo de Israel en el mundo. En la Declaración de Independencia, lo que hicimos fue únicamente otorgar al futuro estado judío un nuevo nombre: "Israel".
Aunque el movimiento sionista aceptó la resolución de la ONU mientras el movimiento palestino lo rechazaba con furia, el principio de partición no ha logrado arraigarse en la psique de ambos pueblos, durante muchos años.
Recuerdo cómo, durante la lucha para liberar a los judíos soviéticos, el partido Mapam había diseñado un cartel donde podía verse a un judío soviético en un extremo, un refugiado palestino en el otro, y por encima de ellos una leyenda que decía: "Un hogar para cada pueblo". El cartel fue inmediatamente archivado por los veteranos del partido. En aquel momento, incluso el izquierdista Mapam no pudo conciliar con la idea de un Estado palestino. La opinión pública de Israel se mostraba aún más resistente.
El cambio comenzó a tomar forma con la firma del tratado de paz con Egipto. El Primer Ministro, Menajem Beguin, reconoció los legítimos derechos de los palestinos en el marco del tratado, cambiando así la esencia del debate político en Israel. Desde entonces, quedó claro, tanto para la derecha como para la izquierda israelí, que existe una nación palestina con derecho de autodeterminación.
La pregunta que persiste al interior del ámbito propiamente judío tiene que ver con las fronteras, en el sentido amplio de la palabra.
¿Abrir viejas heridas?
Un proceso similar con respecto a Israel se ha producido en el lado árabe, pero, para su desgracia, no entre los palestinos. De hecho, los líderes palestinos siguen considerando a los judíos como miembros de una misma religión, en lugar de considerarlos como miembros de la misma nación. Ellos están dispuestos a reconciliarse con la existencia del Estado de Israel, e incluso aceptan la anexión y los intercambios territoriales. Sin embargo, rechazan con repugnancia la premisa básica de la partición, descrita con tanta precisión en el citado cartel de Mapam: Un hogar para cada nación.
Esto también explica la decisión de los palestinos en evitar la declaración de un estado independiente y su falta de entusiasmo ante tal posibilidad. Muchos de ellos temen que el establecimiento de un estado independiente sea percibido por la comunidad internacional como el total cumplimiento de sus aspiraciones nacionales y la aplicación definitiva de la resolución de partición, idea que tanto desprecian.
Al exigir el reconocimiento de Israel como "Estado-Nación del pueblo judío" o el "Estado del pueblo judío", Netanyahu está retrotrayendo el conflicto palestino-israelí a las discusiones que tuvieron lugar en el otoño de 1947. En su opinión, hay una lógica histórica y nacional que le permite hacerlo.
Sin embargo, este movimiento también entraña un inmenso riesgo. La decisión de partición incluye cláusulas y nociones que hoy Israel no sería capaz de aceptar. La revisión de estas cuestiones no haría más que reabrir viejas heridas, y no necesariamente a nuestro favor.
Netanyahu se muestra muy seguro y está convencido de que tomar este riesgo vale la pena. Según su opinión, hasta que los palestinos reconozcan la decisión de partición y la acepten, no habrá paz que pueda prevalecer entre las dos naciones. Su demanda puede ser rechazada, aplazando para siempre el logro de la paz. Sin embargo, es posible que, sesenta y seis años después, los palestinos nos sorprendan aceptando plenamente el hecho de que Israel es "el Estado-nación del pueblo judío." Lo que no queda claro es si Netanyahu sabría realmente qué hacer ante la realidad de tal reconocimiento y cómo habría de actuar antes sus posibles consecuencias.
Fuente: Yediot Aharonot - 17.10.10