Un político que hace uso de su posición como ministro de Exteriores de Israel para exponer su doctrina - que, en el mejor de los casos, sólo representa su punto de vista y la de su partido -, aprovechando la plataforma internacional más importante, resulta vergonzoso.
En un estado normal de cosas, sería inimaginable que un ministro participara en un foro internacional para dar una conferencia diplomática de gran envergadura, la cual tiene como fin representar la posición del gobierno y del estado, sin antes organizarla y sin haber logrado primero la aprobación de su contenido, o al menos de las líneas generales, por parte del primer ministro y de los miembros del Gabinete.
Sin embargo, tal desprecio hacia Netanyahu y hacia el sentido mismo de responsabilidad que Liberman debería ejercer en su calidad de ministro de gobierno, palidecen en comparación con los graves daños en materia diplomática y de relaciones públicas causados al Estado de Israel y a sus ciudadanos por su discurso ante la Asamblea General de la ONU. Estamos hablando de un daño a varios niveles.
Liberman hizo quedar al primer ministro Binyamín Netanyahu, al ministro de Defensa, Ehud Barak, y, de hecho, a todo el gobierno israelí, como simples timadores, si no directamente mentirosos. Como si no dijeran la verdad al afirmar que existe una oportunidad real de lograr un acuerdo de paz con los palestinos dentro de un año. Liberman, ministro de Exteriores de Israel, ha anunciado al mundo que, a lo sumo, lo que podemos lograr será un acuerdo provisional a largo plazo. Es decir, las declaraciones de Netanyahu y de Barak al presidente Obama estaban vacías de contenido.
El deseo de minar las negociaciones
Liberman ha socavado la imagen de Israel como inteligente estado democrático, al presentar ante su público la propuesta de deshacerse de algunos ciudadanos árabes del país por medio de "trueques territoriales y de población." No importa en absoluto si dicha propuesta es, de hecho, materia importante de consideración en Jerusalén, o si sólo existe en su cabeza. El hecho mismo de que un ministro de gobierno presente tal idea en un foro internacional vinculante, convierte la propuesta en un arma poderosa y perfecta para todo aquél que se empeña en deslegitimar al Estado de Israel.
Muy pocas personas en Israel y en el extranjero podrán encontrar ciertas similitudes entre las palabras de Liberman y las arengas de otros políticos delirantes al mismo nivel - Mahmud Ahmadinejad, por ejemplo, o Hugo Chávez. Los interesados en golpear a Israel no se preocupan por los matices, y, de hecho, prefieren ignorarlos. La propuesta de trueques territoriales y de población, realizada en la Asamblea General, suena como una versión suavizada, pero con igual objetivo a la realizada por Ahmadinejad.
Liberman le concedió una victoria diplomática a Mahmoud Abbás, servida en bandeja de plata. Sus palabras en la ONU no hacen sino confirmar la queja del presidente palestino y sus sospechas acerca de las verdaderas intenciones de los israelíes, que hablan de dos estados para dos pueblos, pero, en realidad, les interesa lograr otro acuerdo interino más que terminaría reforzando la situación existente, con algunas leves modificaciones (la mayoría de ellas, en favor de Israel) sobre el territorio.
Las declaraciones de Liberman también reafirman el pedido de Abbás acerca de congelar totalmente la construcción de asentamientos, como prueba fidedigna de que Netanyahu está realmente dispuesto a realizar concesiones difíciles y a debatir con el fin de asegurar el logro de un tratado de paz. Por otra parte, siempre y cuando se reanuden las conversaciones directas, Abbás podría protestar, con todo derecho, ante cualquier desacuerdo, que un gobierno israelí que incluya entre sus filas a Liberman no puede garantizar su verdadera predisposición a establecer un Estado palestino y sí, en cambio, trabajar con el objetivo puesto en la realización de su plan.
Es difícil saber lo que impulsó a Liberman a ejecutar un acto tan vergonzoso e imprudente. El ministro de Exteriores no es ningún tonto y sin duda comprende las implicaciones de su discurso. Por lo tanto, la impresión que nos queda es que el motivo principal fue su deseo ideológico de minar las negociaciones con los palestinos, sumado a su aspiración política de posicionarse como genuino líder en el campo de la derecha israelí.
Sin embargo, ahora la pelota cayó en el campo de Netanyahu; él es la principal víctima - personal y políticamente - del discurso.
La suave respuesta de Netanyahu
El primer ministro habría minimizado un poco los efectos nocivos del discurso si hubiera respondido con una declaración mordaz e inequívoca, inmediatamente después de haber hablado Liberman, declarando que las palabras del ministro de Exteriores no reflejan la posición del gobierno israelí ni las decisiones en el ámbito de las negociaciones con los palestinos, y que, además, tiene la intención de reprenderlo.
Sin embargo, Bibi se limitó a decir que el discurso no había sido coordinado con él, y que Netanyahu es quien se compromete en la buena conducción de las negociaciones con los palestinos. Este suave y vago mensaje simplemente reforzó la impresión de que el discurso de Liberman fue ciertamente algo más que inútil palabrería.
Pero, aun cuando el primer ministro hubiera hecho esa mordaz declaración, el problema persistiría: el cúmulo de perjuicios padecidos por el Estado de Israel y por Netanyahu, producto de la presencia misma de Liberman como ministro de Exteriores. Estos daños justifican las voces de protesta, también entre los que piden su dimisión o, al menos, su traslado a otro cargo, donde los perjuicios que pueda ocasionar sean más leves.
Ahora, cuando el aislamiento internacional de Israel crece y amenaza su seguridad y su capacidad para lidiar con la amenaza iraní, Netanyahu no puede darse el lujo de tener un polémico ministro de Exteriores, imprevisible y temerario. Por lo tanto, Bibi puede y, de hecho, debería echar a Liberman. Cosas así han ocurrido antes. Ariel Sharon echó a los ministros que se opusieron a su política, y Netanyahu hizo lo mismo en su anterior mandato, cuando destituyó al entonces ministro Itzjak Mordejai.
Sin embargo, según se puede apreciar, Netanyahu aún no deja de considerar a Liberman como un socio en su coalición, por lo que continúa respaldándolo. Resulta claro que el temor del primer ministro ante la presencia de Tzipi Livni y del partido Kadima en el gobierno es mayor que su enojo posible ante los repetidos daños en contra del Estado de Israel, por parte de Liberman. Al parecer, las consideraciones ideológicas de supervivencia del primer ministro resultan más importantes para él que velar por los intereses diplomáticos del Estado.
Fuente: Yediot Aharonot - 29.9.10
Traducción: www.argentina.co.il