No hay ningún cambio. Binyamín Netanyahu está realmente ocupado, removiendo cielo y tierra, para hallar una doble solución mágica que haga que los tractores retomen el trabajo en los asentamientos y, a la vez, que logre mantener al presidente Mahmud Abbás en la mesa de negociaciones.
La construcción en los asentamientos resulta un tema muy incómodo para Israel. La mayoría de los países afirman que los asentamientos en los territorios ocupados son ilegales; los gobiernos amigos creen que este tipo de construcción constituye un obstáculo para la paz. El boicot del nuevo centro cultural de Ariel nos recordó una vez más que, también en este caso, los asentamientos, más que fundamento de nuestra existencia, son una manzana de discordia. ¿Quién va a creer que Bibi estará listo dentro de un año para evacuar miles de hogares si no puede o no quiere declarar una moratoria temporal en la construcción de unos pocos cientos de nuevas viviendas? ¿Vale la pena romper las conversaciones de paz por eso?No, Netanyahu no quiere provocar una crisis a causa del congelamiento. ¿Por qué habría de provocar una crisis por las demandas de los inmigrantes judíos a establecerse en Hebrón si puede crearla basándose en la exigencia de los refugiados palestinos a regresar a Haifa? Dejemos a Bibi superar las molestias del congelamiento y veremos cómo logra después empujar a Abbás dentro de la conocida trampa del "derecho al retorno". ¿Qué va a decir Tzipi Livni, e incluso aquéllos que se autodenominan "la izquierda sionista", cuando Abbás anuncie su completa oposición a renunciar al derecho al retorno de antemano?
Una clara muestra de este esquema general puede buscarse en las declaraciones que Netanyahu realizó durante una visita a Sderot, hace una semana. "No estoy refiriéndome a un nombre en particular", dijo Bibi, explicando su insistencia de que los palestinos reconozcan finalmente a Israel como estado-nación del pueblo judío. "Estoy hablando de la esencia", afirmó.
"Cuando se niegan a expresar algo tan simple, habría que preguntarse ¿porqué?", manifestó al explicar lo que él entiende por esencia. "¿Queremos inundar el Estado de Israel con refugiados y convertirlo de ese modo en un país que deje de tener una mayoría judía? ¿Queremos deshacernos por completo de porciones de la Galilea y el Neguev?". Cuando Netanyahu exige una aceptación de antemano a las conversaciones destinadas a lograr, según él, un acuerdo sobre el establecimiento del "Estado-nación del pueblo judío" junto a un Estado palestino, lo que desea, en realidad, es que los palestinos renuncien por adelantado al derecho al retorno de los refugiados. Y lo principal - no hay que olvidarlo -,es que sea "sin condiciones previas".
La controversia en torno a la construcción en los asentamientos hace que la atención se mantenga completamente alejada de esa máscara que esconde la exigencia de Netanyahu de que los palestinos deben primero reconocer a Israel como Estado del pueblo judío. Como el propio primer ministro lo ha expresado, esto no es un asunto de mera semántica. Se trata de una cuestión esencial, relacionada con la parte más sensible de la historia del conflicto. Tal como declaró Dan Meridor, uno de los ministros más cercanos a Netanyahu, en una entrevista: "No soy demasiado optimista acerca de que el gobierno palestino haya renunciado al derecho al retorno. Eso no haría más que justificar el fundamento principal de la OLP, fundada en 1964, tres años antes de la Guerra de los Seis Días. Y Abu Mazen [Abbás] fue uno de sus fundadores". Meridor, por cierto, no duda en sostener que un estado que no sea el estado de todos sus ciudadanos no constituye un estado democrático.
Algunas personas, por ejemplo, el anterior primer ministro, Ehud Olmert, creen que, con buena voluntad, sensibilidad suficiente frente al sufrimiento de los refugiados, y ayuda internacional, el obstáculo que supone el derecho al retorno puede ser superado. Durante una conferencia sobre el aniversario de la Iniciativa de Ginebra, Olmert recordó que la OLP había aceptado la iniciativa árabe de paz de 2002, que establece que la solución al problema de los refugiados no sólo debe ser justa (basada en la Resolución 194 de las Naciones Unidas), sino también plenamente acordada por todas las partes. Únicamente, podrá ser alcanzada en el marco de un acuerdo integral que incluya todas las cuestiones fundamentales, en primer lugar, una disposición especial acerca de los lugares santos de Jerusalén.
El problema de los refugiados no es como un balón que determine el sentido de un juego cuyo objetivo sea arrinconar al adversario palestino (¿o compañero?) y alejar la presión del amigo norteamericano (¿o adversario?). Ese es un juego en el que Israel no tiene ninguna chance de ganar.
¿Qué pasará si los palestinos llegan a declarar que, efectivamente, ellos reconocen a Israel como el Estado de los israelíes? ¿Tomarlo o dejarlo? ¿Qué va a hacer Netanyahu? ¿Pondrá fin a la moratoria sobre la construcción en los asentamientos, detendrá las negociaciones orientadas a una solución de dos Estados y comenzará la cuenta regresiva del Estado judío?
Fuente: Haaretz - 27.9.10
Traducción: www.argentina.co.il