En Yom Kipur, hace 37 años, enterramos a 2,700 soldados a fin de alcanzar el acuerdo que el entonces ministro de Exteriores, Moshé Dayán, hizo posible con la firma del tratado de paz con Egipto: sólo un burro nunca está dispuesto a cambiar de opinión.
Hace ya mucho tiempo que las negociaciones no suscitaban tantas sonrisas y una atmósfera tan positiva como las realizadas recientemente en Washington-Sharm el Sheij-Jerusalén. Los líderes, incluyendo a dos presidentes y a un rey, ingresaron en las sesiones a puertas cerradas y salieron de allí sonriendo, como si las reuniones se hubieran convertido en un torneo de chistes.Los encargados de darle su tono particular fueron el presidente de EE.UU., Barack Obama, en Washington, y su embajadora en esta región, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton. Con una figura algo más nítida ahora, en comparación con aquella otra, que aguardaba ansiosamente la resolución de la pelea por la candidatura presidencial contra el mandatario norteamericano, apenas ha sido fotografiada sin exhibir una sonrisa de oreja a oreja, al estilo de Sara Netanyahu.
Muy raramente, al menos hasta este momento, se ha filtrado algo de las largas conversaciones; sólo evaluaciones hechas por veteranos comentaristas políticos. El optimismo viene dictado desde arriba, es decir, por Obama, quien ha decidido tomar en sus manos nuestro asunto, lo que demuestra un cambio evidente en su actitud casi hostil hacia Israel.
Considerando el continuo desgaste de su imagen en todo el mundo, da la impresión que para el presidente norteamericano tiene mucha importancia, tanto a nivel personal como estratégicamente, tener éxito aquí. Y cuando su canciller sale de la reunión con el presidente Shimón Peres para declarar que el primer ministro, Binyamín Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, muestran absoluta seriedad en sus intenciones de renovar el proceso de paz, esto parece corresponder, por el momento, más a un deseo de Obama que a la efectiva impresión que deja la ronda de conversaciones hasta el momento.
Netanyahu demostró su liderazgo cuando accedió a congelar por 10 meses la construcción en las áreas de los asentamientos. Nadie pensó que se atrevería a mantenerse firme en esa decisión hasta el final. El hecho es que no sólo aprobó la decisión en el seno del gabinete, sino que además ninguno de sus ministros, incluidos los del partido de Liberman, renunció.
Sin embargo, debemos recordar que Netanyahu no sólo se comprometió con los palestinos y los estadounidenses; Bibi hizo además la promesa a la opinión pública israelí de ajustarse estrictamente al plazo establecido, "ni un día más." Ciertamente, bien puede ser elogiado por haber hecho algo que nadie hizo antes que él, pero habrá, casi con seguridad, más de uno entre sus correligionarios que no estarán dispuestos a perdonarlo si rompe su palabra hacia los israelíes.
Además, una vez establecida la moratoria, los palestinos se negaron a entrar en conversaciones directas y así lograron desperdiciar nueve meses. Si hubieran llevado a cabo negociaciones durante la congelación, estaríamos ahora en un lugar completamente distinto. Las tratativas en Washington también develaron las profundas diferencias entre ambas partes. Ahora que éstas han comenzado a hablar directamente, bajo el patrocinio de Obama, toda la cuestión del congelamiento como condición para las conversaciones es cosa del pasado. Es posible hablar cara a cara y, al mismo tiempo, no continuar con la construcción en los territorios que evacuaremos en cualquier caso.
Ahora, mientras los misiles están siendo lanzados desde Gaza casi a diario y el comandante del ala militar de Hamás, Ahmed Jabri, nos amenaza con la guerra, la cuestión con la que nos enfrentamos es saber si no ha llegado ya el momento de hacer todo lo posible para lograr un acuerdo con la Autoridad Palestina en lugar de ir rodando cuesta abajo en dirección hacia una "guerra por la paz de los asentamientos Itzhar y Tapuaj".
Una extensión del congelamiento en la edificación de viviendas no es esencial para renovar las conversaciones directas bajo el patrocinio estadounidense, basadas en un entendimiento con Obama acerca de que la construcción, si es que fuera necesaria, habrá de ser moderada a fin de no generar un caos en los territorios, antes de que podamos lograr un acuerdo global con los palestinos. En el acuerdo con Egipto, también procedimos así: primero firmamos y luego retiramos los asentamientos de Sinaí.
El gobierno de EE.UU mantiene una “neblina de guerra”, pero está claro que Obama será el único que decidirá si habrá o no de salir humo blanco de la chimenea de la Casa Blanca. El hecho de que Israel esté empezando a distribuir máscaras de gas a un ritmo acelerado implica que tanto nosotros como el gobierno de EE.UU nos preocupamos con igual inquietud de las mismas amenazas a las que tarde o temprano tendremos que hacer frente.
Saber si los palestinos quieren y pueden alcanzar un acuerdo de paz es un asunto no definido todavía. Las mismas dudas surgen respecto de Netanyahu: ¿tendrá lo que se necesita para tomar decisiones importantes? Cuenta con el respaldo de la mayoría del Likud, a pesar de las amenazas del vice primer ministro, Silvan Shalom. Si Bibi logró aprobar el congelamiento, indudablemente puede aprobar cualquier cosa en su gabinete con el apoyo masivo de la mayoría del pueblo, que anhela la paz.
En Yom Kipur, hace 37 años, enterramos a 2,700 soldados a fin de alcanzar el acuerdo que el entonces ministro de Exteriores, Moshé Dayán, hizo posible con la firma del tratado de paz con Egipto: sólo un burro nunca está dispuesto a cambiar de opinión
Fuente: Haaretz - 17.9.10
Traducción: www.argentina.co.il