Si el enfoque de Netanyahu sobre cada una de las cuestiones fundamentales - Jerusalén, asentamientos, fronteras, refugiados - está basado en la idea de que "ganar es todo", no hay porqué molestar a tantas personalidades para que asistan a otra innecesaria reunión.
Hace dos años, se llevó a cabo un torneo de baloncesto en la Universidad de Tel Aviv con la participación de equipos estudiantiles provenientes de 14 países, entre ellos, un equipo palestino de los territorios ocupados. Supuestamente, los juegos fueron pensados para realizarse "sin condiciones previas", cada equipo puso sus mejores jugadores en la cancha y tuvo como objetivo ganar.
Pero, como era de esperarse, el servicio de seguridad del Shin Bet sólo permitió la entrada a Israel de siete jugadores palestinos, incluyendo a los suplentes. Algunos de los jugadores claves del equipo fueron obligados a quedarse en casa. Luego de varias derrotas (por diferencias de 30 a 40 puntos), cuando a los palestinos les tocó el turno de enfrentar al equipo de una de las universidades israelíes, el entrenador anunció que había decidido ahorrarles a sus jugadores otra humillación, para lo cual solicitó la cancelación del partido.
La iluminadora película "Juegos de amistad", que fue proyectada esta semana por TV (dirigida por Ram Levy), documenta el desarrollo del torneo, el cual fue producto de la iniciativa de Ed Peskowitz, un judío americano copropietario del equipo de básquetbol de los Atlanta Hawks de la NBA. La cámara sigue al entrenador israelí hasta los vestuarios palestinos. Luego de un rato largo, les dice a sus jugadores que, para compensar los equipos, dos de ellos van a jugar del lado rival. Les pide a dos de los jugadores suplentes, uno conocido como Fatso, ponerse las camisetas del equipo palestino. El juego termina con una decisiva victoria del equipo israelí y una fuerte impresión de oportunidad perdida.
Las negociaciones directas entre israelíes y palestinos, como en el partido de básquetbol, padecen de condiciones previas. Y no se trata de condiciones exigidas por los palestinos, sino de las impuestas por Israel. La negativa a congelar las construcciones israelíes en el Jerusalén Este es un condicionamiento, tanto como lo es el pedido para congelarlas. La negativa a retomar las negociaciones desde el punto mismo donde fueron abandonadas entre el ex primer ministro, Ehud Olmert, y el presidente palestino, Mahmud Abbás, luego de la conferencia de Annápolis, no constituye menos condicionamiento que el pedido a retomar las conversaciones desde cero.
El primer árbitro, el presidente de los Estados Unidos, les ha torcido los brazos a sus colegas en el Cuarteto y está arrastrando a Abbás hacia Washington. Barack Obama decidió que las negociaciones van a sostenerse sin ningún compromiso, en vistas de las construcciones de Jerusalén Este, y que se reanudarán incluso sin que medie una declaración de principios que establezca que tales tratativas estarán fundadas sobre las bases de una formulación general, como la paz y la seguridad para Israel y un Estado a lo largo de las fronteras de 1967, para los palestinos. Es hora de ir a la Plaza Rabín en Tel Aviv y saltar en una de sus fuentes para gritar alegremente: ¡nos hemos sacado de encima a los palestinos!
Si el objetivo de Binyamin Netanyahu es retener el dominio del balón, pateando algunas veces al rival, entonces puede anotarse otra victoria. Pero el éxito de Israel en las negociaciones, como el éxito del equipo estudiantil en aquel torneo, no se mide en términos de "victoria" o "derrota". ¿Qué valor puede tener la victoria sobre un equipo palestino, si fue obtenida en unos juegos amistosos que terminaron sin que hubiera casi ninguna interacción entre sus participantes? ¿Qué valor tiene un proceso político con los palestinos que desgasta la posición de Abbás y no conduce a ninguna parte?
¿Qué ganamos con humillar a nuestro compañero ante su electorado de camino a la mesa de negociaciones? Si el enfoque de Israel sobre cada una de las cuestiones fundamentales (Jerusalén, fronteras, refugiados, asentamientos, seguridad) está basado en la idea de que "ganar es todo", no hay porqué molestar a tantas personalidades importantes para que asistan a otra innecesaria reunión.
Supongamos que, gracias a la ayuda del lobby judío alrededor de Obama, tenemos éxito en torcer el brazo de Abbás un poco más y logramos, por ejemplo, un acuerdo por el cual él otorga la soberanía sobre el Monte del Templo. ¿Cuánto horas podría durar tal acuerdo?
Todo lo que necesitamos son unas cuantas "victorias" más como la invitación a la apertura de las negociaciones directas, "sin condicioness previas", y entonces habremos perdido a nuestros últimos socios para un acuerdo que evite que Israel se transforme en un estado de apartheid o en un estado palestino. Por lo que a mí respecta, el modelo binacional es una pesadilla.
¿Qué vamos a hacer si Abbás anuncia que ya está cansado de perder en juegos supuestamente amistosos, y decide que ya es hora de renunciar? ¿Declararemos otra victoria para después invitar a la fiesta al líder de Hamás, Khaled Meshal, y al presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad?
Fuente: Haaretz - 24.8.10
Traducción: Argentina.co.il