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Guerra, descanso, guerra, decanso...

A lo largo de todo el conflicto, líderes árabes e israelíes han oscilado entre dos, y únicamente dos, puntos de vista: "Soy débil; ¿cómo puedo llegar a un acuerdo?", "Soy fuerte; ¿porqué debería transigir?" Hoy, Israel tiene mucho de esta segunda postura.

Para Israel, éstos son los mejores y, a la vez, los peores tiempos. A nivel mundial, la campaña de deslegitimación en su contra nunca ha sido tan virulenta, pero por otra parte, las playas y los restaurantes de Tel Aviv nunca como ahora se han visto tan colmados de gente; al mismo tiempo, los ataques suicidas y los misiles desde Gaza y Líbano van adquiriendo forma de un lejano recuerdo.

Notando este contraste, Ari Shavit, columnista del diario Haaretz, informó que el número de millonarios israelíes "aumentó un 43% entre 2008 y 2009, con 2.519 nuevos miembros que engrosan la lista de los 5.900 que ya teníamos, lo cual deja un total de 8.419 millonarios israelíes. Nunca allí la vida se había mostrado tan generosa con tamaña elite acaudalada, mientras la nación se encuentra al borde del abismo.

Sin embargo, tuvo que pagarse un precio muy elevado para que Israel adquiriera su nuevo sentido de seguridad; sentido que tampoco garantiza un estado de equilibrio. 

Déjenme explicarlo. La historia de las relaciones entre árabes e israelíes, desde 1948, puede resumirse en una sola oración: "Guerra, descanso, guerra, descanso, guerra, descanso, guerra, descanso, guerra, descanso..." Lo que realmente distingue a Israel de los árabes y de los palestinos es cuánto más productivamente ha sabido aprovechar Israel sus intervalos de descanso.

Actualmente, Israel disfruta otro de estas pausas ya que ha ganado recientemente tres guerras cortas, y entonces, se topa con una agradable sorpresa. La primera de las guerras fue para desmantelar el corrupto régimen de Arafat. La segunda fue la iniciada por Hezbolá en Líbano, que finalizó con un despiadado azote a los pueblos chiítas y suburbios de Beirut a manos de la Fuerza Aérea israelí. La tercera fue para aplastar los lanzamisiles en Gaza.

Aunque lo que distingue estas últimas guerras de otras, es el hecho de que Israel las ganó usando lo que yo llamo "las reglas de Hama" - que no son, para nada, "reglas". Las llamo "reglas de Hama" en honor a la ciudad siria de Hama, donde, en 1982, el entonces presidente sirio, Hafez el-Assad, reprimió una rebelión fundamentalista musulmana, con un bombardeo  y la posterior demolición de sus barrios, matando a más de 10.000 de su propia gente.

En el caso de Israel, se encontró con la tarea de enfrentar a enemigos armados con misiles, en Gaza y en Líbano, pero entremezclados con los civiles; a pesar de la alta probabilidad de víctimas inocentes, Israel no dudó y decidió ir tras ellos. Tal como a Bashir Gemayel, líder de las tropas libanesas, le gustaba decir - antes de que explotara él mismo - "Esto no es Dinamarca; tampoco Noruega".

Las fuertes represalias israelíes han permitido hacer esta pausa con Hezbolá y Hamás, y las víctimas civiles sumadas a las perturbadoras imágenes registradas por la televisión, le reportaron a Israel una investigación, ordenada por la ONU, por presuntos crímenes de guerra.

Esto es importante: en sus primeros 30 años - desde 1948 a 1956, desde 1956 a 1967, y desde 1967 a 1973 - Israel consiguió intervalos de descanso mediante guerras convencionales contra ejércitos convencionales de otras naciones. Pero ahora que los adversarios de Israel no son actores de un estado nacional, que disparar tácticamente los misiles desde casas y escuelas, el precio que debe pagar para adquirir una nueva pausa se ha incrementado dramáticamente. Ahora hay que considerar otra serie de elementos que incluye posibles acusaciones de generales y líderes políticos en la ONU por crímenes de guerra, y el deterioro de las relaciones con las democracias de todo el mundo.

Por eso es vital que Israel sepa usar este momento de fortaleza, este intervalo, para hacer precisamente lo que el Ministro de Defensa Ehud Barak sugirió al gabinete hace unos días: ofrecer una enérgica y decidida iniciativa política que permita desarrollar el proceso de paz con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbás, y el Primer Ministro Salam Fayyad.

Al día de hoy, Bibi Netanyahu ha sido Primer Ministro de Israel por 15 meses. Si su mandato se cumpliera mañana, su gobierno, como el primero, no merecería ni un comentario de una nota al pie de la historia de Israel. Sí, Netanyahu dio un discurso donde aceptaba a regañadientes la idea de una solución de dos-Estados, pero ese fue un discurso dedicado a Barack Obama, para sacárselo de encima. No les hablaba a los palestinos para ponerlos de su lado.

"Bibi piensa que las negociaciones no tratan acerca del futuro de Israel, sino del futuro de las relaciones entre Estados Unidos e Israel", me dijo Moshé Halbertal, filósofo de la Universidad Hebrea, cuando visité Israel la semana pasada.

Lo cual me sorprendió. Los funcionarios de Defensa fueron claros conmigo: las fuerzas de seguridad palestinas, organizadas por Abbás y Fayyad en Cisjordania, son el asunto principal, y su grado de eficacia es un estabilizador fundamental del actual intervalo.

Pero Abbás y Fayyad no podrán sostener por mucho tiempo esta pausa si Netanyahu renueva la construcción en los asentamientos en Setiembre, cuando caduca el parcial congelamiento de las acciones, y si Israel no comienza a delegar pronto el control de las ciudades palestinas más importantes a la Autoridad Palestina.

Conclusión: Israel necesita llevar a cabo una diplomática adquisición de su próximo intervalo, lo cual significa que Netanyahu debe mostrar también alguna iniciativa en tal sentido. Ya que la legitimidad de otra guerra en Gaza, por parte de Israel, plantea serios riesgos en Líbano o Cisjordania, lugares donde el Estado hebreo puede verse obligada a matar aún más civiles, tratando de repeler violentamente los misiles lanzados desde patios de escuela por soldados sin uniforme.

Fuente: The New York Times
Traducción: Argentina.co.il