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A propósito de Jerusalén

Cuando se enuncian los problemas cruciales para conseguir una paz israelí-palestina, suele citarse en primer lugar el problema de la soberanía de Jerusalén. Como habitante de esta ciudad y persona vitalmente interesada en la paz, enunciaré algunas consideraciones sobre el problema.

Para los judíos, Jerusalén ha sido durante más de tres mil años un símbolo nacional religioso que los ha unificado y ayudado a su supervivencia como pueblo en condiciones, por períodos, muy adversas. Esta perduración ha llevado al concepto de Jerusalén como capital eterna de Israel.

Jerusalén ha estado y está presente en los rezos cotidianos de los judíos creyentes que dirigen la mirada hacia ella para hacer efectivas sus plegarias. Está presente en la ceremonia del matrimonio en la cual se rompe una copa en recuerdo del templo destruido, hecho que se recuerda anualmente en Tishá Be'Av. Esto ha constituido sucesivos símbolos que integran la identidad del pueblo judío.

Ahora bien, desde la destrucción del Segundo Templo hasta la creación del Estado de Israel en 1948, en lo que se refiere a su parte occidental y hasta la Guerra de los Seis Días en 1967 en lo que se refiere a su parte oriental, la ciudad ha tenido su propio destino objetivo, independiente en gran medida, de su imagen idealizada por los judíos.

La ciudad ha sido gobernada por factores no judíos: romanos, bizantinos, persas, nuevamente bizantinos, distintas dinastías árabes, turcos y británicos. Cada uno de esos gobiernos ha introducido cambios culturales y poblacionales que han dejado su huella hasta hoy. Valga como ejemplo la muralla que rodea la Ciudad Vieja, que fue edificada en 1528 por orden del sultán turco Solimán el Magnífico.

Muchos judíos contemplamos esas murallas con unción, porque proyectamos sobre ellas nuestro sueño de la ciudad eterna, pero la realidad objetiva es otra.

Este énfasis en la historicidad de los símbolos, no tiende a quitarles valor, sino a confrontarlos con la realidad. En el seno de la Ciudad Vieja se encuentra el Monte del Templo donde se hallan soterradas las ruinas del templo judío de la época de Herodes y donde aún subsiste el muro de contención de la explanada del templo, lo que los judíos llamamos "El Muro Occidental" y cristianos y musulmanes llaman "El Muro de los Lamentos" por el hábito judío de llorar ante él por la destrucción del Templo de Jerusalén.

Se trata sin duda un símbolo muy cargado afectivamente. Un vínculo entre un pasado remoto y el presente. No es un vínculo inventado con propósitos polacos de dominación, como le escuche decir un día, con motivo de la "Guerra de los Seis Días" a un político conocido, cuya comprensión del papel de los símbolos en la historia parece haber sido limitada.

Durante el largo período que examino, hubo, la mayor parte del tiempo, una presencia judía en Jerusalén, por momentos mínima, por momentos muy importante. Valga como ejemplo que los judíos defendieron a Jerusalén junto con los árabes, frente a la primera cruzada que culminó con la toma de la ciudad en 1099 y la masacre, tanto de unos como de otros.

Más adelante, la comunidad judía de Jerusalén se recreó con judíos piadosos que venían por motivos religiosos o como refugiados de persecuciones, como los expulsos de España, quienes hallaron refugio en el imperio turco que durante 400 años, incluyó a la ciudad dentro de sus límites.

Con el comienzo de la población moderna de Palestina, a fines del siglo XIX, muchos judíos se asentaron en Jerusalén, que llegó a tener mayoría judía, fue escenario de duros combates entre judíos y árabes en la Guerra de la Independencia de Israel en 1948-49, soportó un sitio prolongado y un bombardeo implacable por parte de la artillería de la legión árabe de Jordania, dirigida, bueno es recordarlo, por oficiales británicos.

En el curso de esa guerra los judíos ocuparon varios barrios árabes en la zona occidental de la ciudad cuyos habitantes huyeron o fueron expulsados y los jordanos ocuparon la zona judía de la ciudad amurallada, tomando cautivos a los pobladores judíos y destruyendo por completo su barrio. En el período de tiempo que medió entre la guerra de 1948-49 y la de 1967, los habitantes de Israel tuvieron prohibido el acceso al "Muro de los Lamentos",  ubicado en la zona de dominio jordano.

Es fácil de comprender, pues, la alegría que los israelíes y muchos judíos del mundo experimentaron cuando la ciudad amurallada fue reconquistada, durante la Guerra de los Seis Días. La foto de soldados judíos frente al muro fue considerada un emblema de la victoria.

Está  claro que las raíces judías en Jerusalén son profundas y no pueden ser negadas, como intentan hacerlo algunos líderes religiosos islámicos para quienes el templo judío nunca existió en esa zona y en todo caso si existió algo, se trataba de un templo cananeo. Estas raíces judías son un aspecto muy importante de la realidad; pero hay otros a los que tenemos que prestar atención, sino queremos caer en un "solipsismo histórico".

Los romanos que conquistaron Jerusalén la transformaron en un centro pagano. Luego paso a ser un centro cristiano, profundamente ligado de acuerdo a su tradición, con las vicisitudes de la vida y muerte de Jesús. Los bizantinos, herederos de los romanos, construyeron en el seno de la Ciudad Vieja la Iglesia del Santo Sepulcro, en el sitio que los cristianos creen que fue el lugar de la crucifixión de Cristo y de la tumba en la que habría yacido  su cuerpo, antes de su resurrección. Ese lugar concita la veneración de centenares de millones de cristianos de las más diversas iglesias.

Los musulmanes, por su parte, erigieron en el Monte del Templo, al cual llaman el Noble Santuario, la mezquita de Al Aksa o mezquita del extremo, porque en ese momento representaba el límite territorial de sus conquistas, y el santuario de la Cúpula de la Roca, conocida también como  Domo de Omar en el que se halla la roca desde la cual, de acuerdo a la creencia islámica, Mahoma habría ascendido al cielo en su viaje místico que habría tenido origen en la Meca.

Para la tradición judía esa misma piedra es el lugar en que Abraham habría intentado realizar el sacrificio de su hijo Isaac, frustrado a último momento por la intervención divina. Jerusalén se ha transformado así, en la tercera ciudad santa de los musulmanes después de Meca y Medina. Vemos pues su enorme carga religiosa.

Algunos pensadores y políticos judíos han sostenido que el valor religioso original de Jerusalén le fue asignado por los judíos y que cristianos y musulmanes serían en todo en todo caso, continuadores de una santidad que no crearon. Ese puede ser un argumento para debatir entre historiadores, pero las religiones monoteístas, aunque puedan reconocer a personajes históricos o míticos de las otras, no reconocen dicho tipo de argumentación y se consideran, cada una de ellas, depositaria de toda la verdad, y por lo tanto de la santidad de Jerusalén cuyo nombre en árabe es "Al Quds" (La Santa).

Esto en cuanto al valor simbólico de la ciudad. En lo que se refiere al aspecto poblacional, la Guerra de los Seis días llevó a la reunificación de la parte judía y la parte árabe bajo dominio israelí y a la anexión a Jerusalén de varias poblaciones árabes vecinas.

Se produjo también una importante expansión de la población judía sobre terrenos que hasta ese entonces estaban bajo dominio árabe. En 1980 el parlamento israelí aprobó la llamada "Ley de Jerusalén" que la declaró unida e indivisible y capital del Estado. Esta ley no fue reconocida a nivel internacional por ningún país, incluyendo los que mantienen relaciones amistosas con Israel, los cuales sostienen que la capital de Israel sigue siendo Tel Aviv, como fue en el momento de la creación del Estado, hasta que Ben Gurión proclamó como capital a la parte occidental de Jerusalén que estaba en manos de los judíos y además, declaró que la anexión de la parte oriental de la ciudad no es legal.

Por otra parte, aquellos palestinos que reconocen a Israel y aceptan la solución de dos Estados, reclaman la parte oriental de la ciudad como futura capital de su Estado a crearse.

Dentro de esta  compleja situación política, el censo israelí de 2007 determina que en la Jerusalén unificada vive una población de 742 mil habitantes y es por lo tanto la ciudad más poblada de Israel. De esa población, el 64 % son judíos, el 32% musulmanes, en su enorme mayoría  árabes y una pequeña minoría gitana y el 2% cristianos: árabes y armenios.

Desde el punto de vista geográfico, la ciudad está dividida en la parte occidental de población judía, la parte oriental de población árabe y la ciudad amurallada o Ciudad Vieja, que tiene 32.000 habitantes, un 10% de ellos judíos. La  importancia de la Ciudad Vieja reside en que en ella se encuentran el Muro Occidental, judío, la Mezquita de Al Aksa y el Santuario de la Cúpula de la Roca, musulmanes y el Santo Sepulcro y la Vía Dolorosa, cristianos.

La población árabe de Jerusalén tiene un status político especial, pues no son considerados ciudadanos de Israel, pero reciben ayuda del seguro social, como los israelíes y podrían votar en las elecciones municipales, cosa que no hacen pues eso significaría reconocer la anexión de la parte árabe de Jerusalén a Israel.

La situación política es inestable. Han habido y hay actos de violencia de pobladores árabes contra pobladores judíos y a la inversa. La ciudad oriental y la occidental viven existencias en gran parte separadas. Los judíos de la parte occidental visitan la Ciudad Vieja amurallada, ya sea para rezar en el Muro de los Lamentos o como turistas, pero muy pocos visitan la ciudad árabe de fuera de las murallas y muy pocos profesionales judíos, por ejemplo, han visitado alguna vez la universidad árabe de Jerusalén, situada en la población de Abu Dis. Me atrevería a decir que muchos desconocen su existencia.

Hay resentimientos entre los pobladores árabes por la situación política, y buena parte de ellos apoya al movimiento islamista Hamás.

Como corresponde a una situación de poder militar y económico asimétrica, muchos árabes trabajan en la ciudad occidental judía y hablan hebreo, mientras que pocos judíos hablan fluidamente el árabe aunque este es un idioma oficial en Israel, a la par del hebreo y todas las calles y documentos de las instituciones municipales son trilingües: hebreo, inglés y árabe, o bilingües, hebreo y árabe.

La presencia de árabes en la ciudad occidental judía es mucho mayor que la presencia judía en la zona oriental árabe; muchos árabes trabajan en la ciudad occidental en funciones subalternas: empleados de limpieza, repartidores de mercaderías, etc., pero también en cargos más importantes: estudiantes universitarios, médicos y enfermeras en los hospitales, etc.

La presencia de mujeres árabes con su pañuelo típico que les cubre la cabeza y el cuello, pero deja descubierto el rostro, el "hiyab", es muy frecuente en las clínicas y hospitales, en los autobuses, entre los frecuentadores de los supermercados y en algunos lugares de esparcimiento. La presencia de hombres árabes es más frecuente, pero menos visible, pues su vestimenta, en la gran mayoría de los casos, es occidental. Sin embargo, viviendas y escuelas están en barrios separados.

Esa coexistencia parcial que da lugar a interacciones pacíficas no elimina el resentimiento básico por la situación política, pero demuestra que el común denominador humano puede aflorar, incluso en situaciones difíciles y seguramente podría desarrollarse mucho más en circunstancias más propicias.

Existen varias soluciones políticas posibles que se proponen en distintos círculos: Desde el dominio total de la ciudad por uno de los dos pueblos, solución apoyada por círculos nacionalistas y ultra religiosos judíos, y por algunos círculos islamistas extremos. Otra es la partición de la ciudad en una parte judía y otra árabe, incluyendo una división de la ciudad amurallada, dentro de la cual el Muro de los Lamentos quedaría bajo soberanía judía.

Una tercer propuesta consiste en una tripartición: la parte occidental judía, la parte oriental árabe y la Ciudad Vieja, amurallada, bajo control internacional. Otra sería la coexistencia en un plano de igualdad en un Estado binacional.

Cualquiera de esas soluciones, excepto las del dominio absoluto de un pueblo por el otro, exige de una disposición a la convivencia y una interacción basada en el respeto mutuo.

Desgraciadamente la política del gobierno municipal judío de Jerusalén, contradice hoy este principio básico. La coalición gobernante en la municipalidad está formada en este momento por sectores ultranacionalistas laicos y por sectores religiosos. Hasta hace poco la integraban también representantes del partido izquierdista Meretz, pero renunciaron a su participación en protesta por la conducta política del intendente, apoyado por la derecha.

Ese comportamiento consiste básicamente en extender la zona judía a expensas de los pobladores árabe, demoliendo casas calificadas como construcciones ilegales, y utilizando las zonas "despejadas" de esa manera para construir parques arqueológicos o edificios a ser habitados por judíos. Esa manera de actuar no puede resultar sino en el acrecentamiento de la hostilidad recíproca y dificultará cualquier tipo de convivencia futura.

El actual intendente de Jerusalén, que defiende esa política, ha sostenido, sin tener en cuenta la realidad, que al no existir una política oficial de apartheid, toda la ciudad debe estar abierta para que todos sus pobladores puedan construir y vivir en cualquier parte de ella, judíos y árabes por igual, invocando una situación de igualdad de posibilidades que no existe.

Eso me recuerda una célebre frase de Carlos Marx quien "alababa" a la justicia  inglesa de su época porque prohibía tanto al pobre como al rico pedir limosna en la calle. Considero que esa política es contraproducente y llevará en el futuro a una mayor desunión de la ciudad, cualquiera sea la solución política que termine por ser aceptada.El nombre Jerusalén se traduce corrientemente como "Ciudad de la paz" (hay otras interpretaciones  propuestas), pero pienso que debiera ser también la ciudad del respeto mutuo, sin el cual la paz es imposible.