Omnipotencia, soberbia y desprecio son defectos de un sector muy importante de la sociedad israelí actual que pueden transformar en pesadilla el "sueño sionista" del cual tipos vulgares y engreídos como Yair Lapid aún se consideran sus auténticos representantes.
Yair Lapid es el prototipo del sueño sionista. Buen mozo, escritor, ensayista, hijo de sobrevivientes del Holocausto y uno de los más famosos animadores televisivos. Los medios y las mujeres lo adoran. Su padre, el periodista Iosef (Tommy) Lapid, se hizo famoso al fundar el partido político "Shinui" (Cambio) que basaba su plataforma y propaganda en un intenso odio hacia el judaísmo ultraortodoxo. Una suerte de Le Pen israelí.
A la mejor manera de Obama, el joven Yair entendió que los medios son una buena catapulta para llegar a la política. En estos momentos sus intestinos indagan sobre si dar o no ese gran salto, y la bolsa de electores se mueve al compás de dicha digestión a la espera de un nuevo falso Mesías.
A diferencia de su padre ya fallecido, Lapid junior, a quien nadie ungió aún como heredero de tan "digna" figura, no tiene muy bien definida su ideología. Eso no es raro en Israel, donde para ser electo no conviene mostrar demasiado la hilacha. Sus concepciones dependen de cómo se haya levantado el día en el cual tiene que hablar de ellas. Está a favor de dos Estados, pero no soporta a los palestinos; económicamente es socialista y neoliberal a la vez; izquierda, centro y derecha al mismo tiempo; un verdadero ejemplo del sí pero no...
Pero como dicen algunos: la manzana no cae lejos del árbol. Por más que uno trate de andar disfrazado, es muy difícil, a la larga, esconder los aires que absorbió en casa desde chico mientras se relamía con la cucharita de azúcar que le proporcionaba papá Tommy.
En estas semanas del Mundial, sin tener nada más importante que hacer, así escribió el visionario Lapid luego del partido entre Uruguay y Ghana: "Al inicio del segundo tiempo, la estrella de Uruguay, Forlán, cometió una falta. Cuando el árbitro la sancionó, Forlán levantó sus brazos poniendo cara de ¡qué hice! Mil millones de personas vieron ese foul en replay, pero él miente. No es su culpa; eso forma parte de la cultura uruguaya; allí todos son mentirosos; por eso los odian en todo el mundo. Además, Forlán es rubio, igual que todos los hijos de los criminales nazis que se fugaron a Sudamérica al terminar la guerra. Sobre el césped continúa tirado un inocente ghanés que lo único que aspiraba en la vida era salir del gueto y sustentar a su madre viuda, hasta que llegó ese antisemita uruguayo y le dio un puntapié" (Yediot Aharonot; 9.7.10).
El fin de la historia ya es conocido. Forlán fue nombrado el Mejor Jugador del Mundial por ser el principal artífice de la brillante actuación del seleccionado uruguayo y un verdadero líder deportivo que con entrega, tesón y humildad representa un ejemplo para miles de jóvenes en todo el mundo.
La pregunta clave es ¿qué pudo llevar a Lapid a escribir lo que escribió? Para esbozar una respuesta conviene escarbar bien profundo y llegar a los valores de un sector cada vez más amplio de la sociedad israelí actual. No es difícil suponer que un país democrático que mantiene a más de dos millones de personas bajo gobierno militar, sin igualdad de derechos, desarrolle importantes síndromes de omnipotencia, soberbia y desprecio por todo lo que no es igual a uno.
Más que Bin Laden o Ahmadinejad, son dichos defectos los que un día, si no nos despertamos a tiempo, pueden transformar en pesadilla el "sueño sionista" del cual tipos vulgares y engreídos como Lapid aún se consideran sus auténticos representantes.