El diálogo entre el Estado de Israel y la Autoridad Nacional Palestina está donde casi siempre se encuentra: en el congelador. Lo que es fuera de lo común es que también estén en el refrigerador las relaciones entre Jerusalén y Washington.
El atrazo de la visita a Oriente Medio de George Mitchell, el enviado especial del presidente Obama, es por ahora el último capítulo de la crisis iniciada antes de las fiestas, cuando Israel recibió al vicepresidente estadounidense Joe Biden con el anuncio de la construcción de 1.600 viviendas en Ramat Shlomó.
Entre los dos hechos han habido palabras gruesas, diplomáticamente hablando, como las de interpretar la actitud del Gobierno de Israel una afrenta o un insulto, mientras que por la parte israelí se considera que esta es la peor crisis entre ambos Estados en más de treinta años. No se trata de la primera entre los dos países, unidos por vínculos más que estrechos; después de todo, Israel le debe a EE.UU su defensa en el terreno de la seguridad y en el de la diplomacia internacional.
Lo que hace esta crisis distinta de las anteriores son los protagonistas y el paso del tiempo que aumenta la frustración ante la falta de solución al conflicto o de voluntad de solución.
En uno de sus célebres discursos, el de El Cairo, Barack Obama trató de enterrar el antagonismo entre el islam y Occidente augurando un nuevo comienzo al tiempo que defendió un Estado palestino y pidió que se detuviera por completo la expansión de los asentamientos israelíes en los territorios ocupados, incluido Jerusalén Oriental.
Israel descubrió a un presidente estadounidense distinto a los conocidos hasta entonces, poco entregado a la causa israelí. Pero Obama se equivocó cuando, poco después, dio marcha atrás en el rechazo de la expansión de las colonias y aceptó una moratoria de diez meses, lo que fue visto en Israel como una señal de debilidad.
Cabe recordar que el primer ministro Binyamín Netanyahu, a su llegada al poder hace un año, y ante el dilema de medirse con las posiciones de EE.UU o formar un gobierno amparado por la ultraderecha impulsora de los asentamientos que neutralice cualquier exigencia, optó por el apoyo de los partidos religiosos ortodoxos fundamentalistas y mesiánicos y por Avigdor Liberman para dirigir la política diplomática.
"El pueblo judío construía Jerusalén hace 3.000 años y construye Jerusalén hoy. Jerusalén no es un asentamiento. Es nuestra capital". Así afirmó Netanyahu ante los delegados participantes en la reunión anual en Washington del Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC), el principal lobby projudío en EE.UU. De esta forma se reafirmaba en su decisión de rechazar la exigencia norteamericana de dar marcha atrás a la construcción de las viviendas para reactivar las estancadas tratativas de paz con los palestinos.
El mandatario recordó que mantiene la política de gobiernos anteriores, laboristas y conservadores, y que el anuncio de las nuevas viviendas no violaba ninguno de sus compromisos. Según él, todo el mundo sabe que esos barrios serán parte de Israel en cualquier acuerdo de paz y construir en ellos no impide la posibilidad de una solución de dos Estados.
Netanyahu lanzó un mensaje claro de rechazo a quienes le exigen un acercamiento con Obama: "El futuro del Estado judío no puede depender nunca de la benevolencia ni siquiera del hombre más noble. Israel siempre debe reservarse el derecho a defenderse", sostuvo. Si lo que pretendía era bloquear el inicio inmediato de unas tratativas indirectas para no someterse a nuevas concesiones que desestabilicen su coalición gubernamental, lo ha conseguido. El tiempo, inexorable como siempre, determinará el precio.
Mientras tanto, el enfoque de EE.UU, dentro de sus intereses, sigue siendo el de crear un ambiente de confianza para que las partes puedan comenzar a resolver los problemas importantes a través de las conversaciones de proximidad y avanzar hacia negociaciones directas lo más pronto posible.
La canciller norteamericana, Hillary Clinton, que habló también con dureza en el mismo foro de AIPAC, advirtió que Israel deberá tomar decisiones difíciles pero necesarias en el proceso de paz de Oriente Medio. La secretaria de Estado dijo que la labor y el deber de EE.UU es decir la verdad cuando es necesario, por lo que urgió a Israel a dar los pasos relevantes para finalizar el conflicto con los palestinos;de lo contrario, el futuro a largo plazo de Israel como Estado judío y democrático podría verse amenazado.
Durante el primer brindis del Seder de Pesaj se acostumbra a formular deseos. Seguramente los judíos de los asentamientos solicitaron a Dios tres cosas: que el Estado de Israel sea judío, que abarque toda la Palestina histórica y que sea democrático. Las tres peticiones, sin embargo, parecen exageradas incluso para Dios; la realidad y el tiempo indican que deberán conformarse sólo con dos.
Si Netanyahu aspira a un Israel democrático que se extienda por sólo una parte de la Palestina histórica, el Estado será judío; si lo que desea es un Estado judío en toda Palestina, no será democrático; si lo que pretende es un Estado democrático en toda Palestina, lo que ocurrirá es que Israel ya no será judío.
Así, las fiestas pasan; es la época en la cual muchos restos de las comidas pascuales se guardan en el congelador. De hecho, todo está congelado, excepto la construcción de nuevas viviendas, el terror palestino, las provocaciones de los asentados extremistas y el interrogante de qué camino tomará la Administración Obama ante esta engorrosa situación.