Al no poseer agenda ni mensaje, Binyamín Netanyahu se ocupa de nimiedades y las presenta como "decisiones cruciales para el futuro del Estado de Israel". En su segundo gobierno convirtió la dubitativa en un designio de liderazgo.
No hay un final más apropiado para culminar el primer año del segundo gobierno de Netanyahu que la decisión de trasladar la sala de emergencia del Hospital Barzilai en Ashkelón - a un costo astronómico - sólo para que los ortodoxos permanezcan en su coalición.
La extraña resolución no asombró a nadie. Los jueces políticos del primer ministro se regodean por su debilidad y arrancan sus plumas. Avigdor Liberman no para de dar puntapiés a la comunidad internacional, Eli Ishai enardece a Barack Obama, y ahora Yaacov Litzman y sus cadáveres en Ashkelón; cada uno con su provocación privada. Mientras tanto, Netanyahu limpia los restos, seca los esputos de su rostro y continúa.
Después de un año en el gobierno, parecería que Netanyahu perdió a Bibi. El político que enfrentó estoicamente a grandes y poderosos, ahora se contrae y se refugia temeroso en un rincón. Su mensaje se esfumó; no está claro qué y a quién representa.
¿Congelación o construcción de asentamientos? ¿Guerra contra Irán o aceptar su armamento nuclear? ¿Dos Estados para dos pueblos o anexar Cisjordania? ¿Arriesgadas reformas económicas o derrochar dinero para lubricar la coalición gubernamental?
El lugar del Bibi resuelto y ubicado lo ocupó Netanyahu con su falta de determinación. No es necesario que sea arrebatado como Ehud Olmert en la 2ª Guerra del Líbano; menos mal que el primer ministro consulta y se asesora.
Pero Netanyahu, en su segundo capítulo, convirtió la dubitativa en un designio de liderazgo. En las infrecuentes ocasiones en las que llegó a una decisión, se apresuró a crear una comisión de excepciones y un mecanismo de réplica. Quizás pueda conformar a alguien más.
La actual crisis en las relaciones con Obama despierta por un momento reminiscencias: Aquí está el Bibi de antes, batiéndose con el líder del mundo. Pero es una lucha sin perspectivas. Obama es mucho más fuerte, y Netanyahu es conciente de la diferencia. Cuando declaró en la reunión semanal del gobierno que "construir en Jerusalén es lo mismo que construir en Tel Aviv" parecía un niño que recibió una bofetada del matón del barrio y que, volviendo a su casa, lloriquea y promete devolvérsela.
Al no poseer agenda ni mensaje, se ocupa de nimiedades y las presenta como "decisiones cruciales para el futuro del Estado de Israel". Hace una semana, el gobierno decidió elevar al Parlamento una nueva ley de programación y construcción, levantar un cerco en la frontera egipcia y regresar científicos del exterior a Israel. Netanyahu declaró: "¡Es un día histórico!". ¡Por favor!, ¿Así quiere que la historia lo recuerde? ¿Como un arquitecto cuya misión principal fue una reforma para cerrar balcones?
Netanyahu fue elegido para un objetivo: frustrar la amenaza nuclear iraní. Debido a ello, se inclinó por una coalición de derecha destinada a apoyar la acción militar. Por ello, impulsó preparativos militares y potenció declaraciones sobre un "segundo Holocausto" y "Amalek". Pero el resultado es ínfimo. Irán galopa hacia la bomba, las sanciones avanzan en puntas de pie y los americanos exigen de Israel que no ataque.
Netanyahu aún no decidió si obedecer a Obama y aguardar, o enviar la Fuerza Aérea a Natanz.
También en lo relacionado al proceso de paz reina la apatía. Posiblemente es lo que anhelaban los elegidos del Likud, y Netanyahu entre ellos. Pero el primer ministro prometió un empuje político y actuó en contra del legado y la ideología cuando declaró su apoyo a un Estado palestino y congeló la expansión de asentamientos.
Posteriormente hizo lo contrario con el propósito de aplacar a los asentados. No logró nada, sólo balancearse como pelotita de ping-pong entre la derecha y Obama. La misma dubitativa conocida en las tratativas para liberar a Gilad Shalit.
Netanyahu cuenta con socios responsables de su situación: el público israelí, que se abstuvo de definir claramente en las elecciones; Obama, que reniega de él; y el disidente Mahmud Abbás. Pero la función de un primer ministro es conducir y liderar, no culpar a otros. Un líder debe tener un mensaje claro, que todos entiendan y puedan identificarse con él, u oponerse al mismo. Netanyahu carece de ello. No alcanza con un ambiente de seguridad tenso y tambaleante o una economía floreciente con bienes raíces burbujeantes y acciones bursátiles.
Pero Netanyahu aún puede cambiar. Así como él, Itzjak Rabín, Ariel Sharón y Barack Obama no consiguieron nada en su primer año en el gobierno. El cambio radical lo lograron en el segundo.
También Netanyahu puede, pero para ello deberá abandonar la pasividad, dejar de someterse vergonzosamente a Liberman, Ishai y Litzman, y volver a ser Bibi.
Fuente: Haaretz - 24.3.10
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il