Antes de iniciarse la entrega de los Oscar ya se podía anunciar que los galardonados en las categorías de hipócritas y moralistas eran varios voceros oficiales israelíes y un selecto número de charlatanes que se autoconsideran seguros de representar siempre al Estado de Israel.
Esos maravillosos embajadores, en los que el amor por el pueblo y la patria arde hasta la perdición, se juntaron para difamar a Scandar Copti, uno de los directores de la película "Ájami" que competía por la estatuilla a la mejor película extranjera. Copti, muy atrevido, se animó a decir en una entrevista desde Holywood que su filme representa a Israel dado que en gran parte fue financiado por el Estado, pero que él mismo no puede representar a un país en el cual no se siente representado.
¿Cómo no reaccionar ante tal afrenta? La ministra de Cultura, Limor Livnat manifestó su disconformidad por que Copti desdeñó a un país "que le permite expresarse" (¡Qué lujo! ¡Gracias! ¡Gracias!). El ministro de Ciencias, Daniel Hershkowitz, incitó a Livnat a revisar las razones que llevaron a otorgar presupuesto a la película y dijo tener miedo de que el director suba al escenario con la bandera de Hamás, ni más ni menos.
Si bien la expresión de Copti debe considerarse políticamente incorrecta, ningún integrante de ese coro de ángeles se detuvo a pensar si acaso existe alguna lógica en las palabras del director. Después de todo, no es necesario un cerebro analítico o una investigación académica profunda para descubrir que la población a la cual Copti pertenece - ciudadano árabe israelí - es la más discriminada de Israel. Alcanzaría sólo con levantar la cabeza enterrada hace años en la arena para ver la realidad.
Israel, aunque lloren hasta mañana, no es un Estado igualitario. Varios grupos étnicos del país permanecen contínuamente marginados. Pero ello no impide exigir que todo aquel que respira nuestro aire se identifique nacionalmente en forma total. Un futbolista árabe de la selección nacional que no entone Hatikva en forma expresiva avergüenza la camiseta, una cantante árabe que reclama contra la política del gobierno es una traidora y un director árabe que no se siente representante de su país es un malvado desagradecido.
Si tanto nos queremos parecer a Estados Unidos, recordemos que cuando Marlon Brando obtuvo el Oscar por su papel en la película "El Padrino", no se presentó a recibir el premio en protesta por el pésimo trato de su país para con las poblaciones indígenas. Nadie allí lo consideró un traidor.
La película "Ájami", al igual que su director, no es simpática; ella nos presenta una realidad complicada, dramática, absurda y muy humana a la vez. ¡Pero al diablo la realidad! Que sea variada y confusa todo lo que quiera. Nosotros a nuestros modelos fuera del país los queremos ver con el mismo uniforme, idolatrando, seguros de si mismos y sin cosas raras en la cabeza.
Y si no, que por lo menos no se dediquen al arte. Siempre podrán seguir vendiendo falafel en Yaffo.