Por fin la humanidad ha aprendido la diferencia: no todos los terroristas son iguales. Los hay honorables y otros que no lo son. Quienes mataron a Mahmud al-Mabhuh en Dubai cometieron el grave error de asesinar a alguien que sin duda pertenecía a la primera categoría.
Al-Mabhuh no era un simple talibán, un tirabombas de Al Qaeda, o un "activista" islámico de lugares insalubres como Afganistán, Somalia o Yemen. Tampoco era un mero blanco colateral, como los civiles que la OTAN mata de paso en una acción contra terroristas del montón (es decir, no honorables) y que cometieron el acto criminal de estar donde se pensaba que no estaban.
No. Indudablemente si el Sr. Mabhuh paraba en un hotel de 8 o 9 estrellas en Dubai era un honorable Sr. Terrorista, de esos que se ocupan de grandes cantidades de pacíficas bombas, de cañones humanistas y de ametralladoras fraternales destinadas a promover la amistad entre los pueblos. ¿Porqué causa sus futuras víctimas habrían querido matarlo?
Con toda razón, los países cuyos pasaportes utilizaron los presuntos asesinos se enojaron. Esos beneméritos estados europeos argumentaron que sus espías son vegetarianos y nunca matan a nadie, exceptuando, claro está, a los terroristas no honorables muertos en acciones bélicas legítimas.
Por otra parte, de acuerdo a las estrictas normas jurídicas de esos países, sus pasaportes nunca deben ser usados. Por ello, cuando sus espías parten para alguna misión delicada, siempre utilizan los pasaportes de Marte o de la Luna, con los cuales nunca han tenido ningún problema serio.
Y con muy buen criterio, algunos funcionarios europeos aconsejaron discretamente a representantes israelíes que lo que el Mossad debe hacer cuando desea matar terroristas en países árabes es llevar pasaportes israelíes que allí son muy recomendados y tienen la ventaja de no poder ser denunciados como falsos.
A diferencia de los soldados norteamericanos, británicos o de otros países europeos cuando matan a terroristas no honorables, los turistas en Dubai que propiciaron el viaje al otro mundo del Sr. Mahbuh, gozaron de una envidiable publicidad. Fotografías y nombres en la prensa mundial, relatos interminables acerca de sus relativamente modestas hazañas (después de todo se trató de un solo muerto, y no de varias decenas, como suele acontecer con cada bomba indiscreta en lugares como Afganistán) y la reiterada alusión a la indignación por el uso de pasaportes falsos, con una virulencia que sin duda despertó la envidia de los pobres narco-traficantes que nunca han llamado la atención de nadie pese a ser usuarios habituales de credenciales falsificadas.
Significativamente a nadie le importó de qué países portaba documentos el honorable terrorista extinto ni nunca escuchamos de una frenética búsqueda de pasaportes de terroristas suicidas, de esos que apenas merecen unas pocas líneas en las páginas interiores de los diarios.
Ello puede deberse sin duda a que muy atinadamente la opinión pública suele regirse por normas políticamente correctas según las cuales hay países cuyo terrorismo es indigno de ser tenido en cuenta, mientras hay otros cuyo terrorismo siempre es condenable del modo más enérgico.
Por ejemplo, el terrorismo del gobierno iraní, que robó las elecciones y cultiva la tortura sistemática y el asesinato rutinario de los opositores, no llama la atención por lo cual su capacidad de despertar indignación es nula. Es molesto sí, pero como su condena podría implicar algunas inconveniencias, todo el mundo prefiere evitar situaciones incómodas.
El gobierno de Sudán, reconocido mayorista en materia de matanzas, tampoco despierta excesivas molestias. Los alegres asesinatos masivos mutuos de musulmanes en lugares tales como Afganistán, Pakistán, Yemen o Irak no preocupan demasiado a las almas sensibles que tiemblan por cada terrorista honorable de Hamás, que sueña con la muerte industrial para sus vecinos israelíes.
Las diferencias de sensibilidad se deben en buena medida a las posibilidades de que las censuras o las críticas tengan o no consecuencias. Es sabido, que lamentablemente los honorables Sres. Terroristas tienen muy poco sentido del humor, como lo han podido comprobar los daneses con sus caricaturas.
En cambio, como los israelíes son judíos y los judíos tienen sentido del humor, es fácil criticarlos. Más aún, es gratis. No pueden darse el lujo de enfadarse o de poner mala cara.
Pero a esta altura la crítica reiterada a su derecho de autodefensa contra quien le promete el aniquilamiento, ya es un muy mal chiste. Tan malo como el chiste según el cual la muerte de un judío que resultó ser Dios es culpa de todos los judíos de todas las generaciones que les sucedieron.