El affaire "patrimonio histórico" en los territorios ocupados no es sino otra prueba de que el discurso de Netanyahu en la Universidad de Bar Ilán sobre su aceptación de la fórmula de dos Estados fue el punto de partida hacia ningún lugar.
La decisión de incluir la Tumba de los Patriarcas y la Tumba de Raquel en la lista de lugares históricos que serán remodelados, no tenía intenciones de avivar llamas y sabotear esfuerzos para reanudar las negociciones hacia un acuerdo en los territorios. Fue apenas una acción rutinaria de un gobierno de derecha.
La única diferencia entre "la Piedra Ancestral" modelo 2010 y "la Piedra Ancestral" modelo 1996, es que ahora Bibi - con la generosa ayuda de Ehud Barak - se colocó la mascara de Uri Avnery.
Como es sabido, nuestro primer ministro se muerde las uñas esperando reanudar las tratativas con los palestinos y llegar a un acuerdo permanente. "Mahmud Abbás es quien se niega a 'bajarse del árbol' al exigir condiciones que determinan previamente los resultados de las negociaciones", afirmó Netanyahu hace una semana.
Es cierto; los palestinos condicionan su participación en las conversaciones a que Israel detenga durante las mismas la construcción de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este. En el colmo de su descaro, argumentan que justamente la exigencia de Netanyahu de ampliar asentamientos y la manifestación unilateral de apropiamiento de lugares sagrados susceptibles, son condiciones que determinan de antemano los resultados de una posible negociación.
La demanda palestina de paralizar totalmente la construcción o ampliación de asentamientos, incluso por necesidades de crecimiento natural, no representa, como lo afirma Netanyahu, "una exigencia que ningún país aceptaría"; Israel aceptó dicha condición junto con la "Hoja de Rutas".
En un artículo publicado por el Consejo Israelí de Relaciones Internacionales, la Profesora Ruth Lapidot (Premio de Israel a la Investigación Jurídica) escribió que el gobierno de Netanyahu está comprometido con la "Hoja de Rutas" que el ejecutivo de Sharón aceptó hace siete años.
Lapidot, entonces asesora juridica del ministerio de Exteriores, enfatiza que las 14 observaciones (no "desaprobaciones" como se acostumbra a decir erróneamente) que el gobierno de Sharón adjuntó a la resolución de aprobar la "Hoja de Rutas", carecen de cualquier vigencia jurídica. A raíz de que EE.UU prometió ocuparse de estas observaciones "en su totalidad y con seriedad", tampoco tienen validez política contractual.
Netanyhu argumenta que Sharón llegó a un entendimiento de palabra con el presidente Bush, según el cual el inciso del congelamiento no compete al "conglomerado de asentamientos", y que EE.UU tomará en cuenta las necesidades de crecimiento natural de los colonos.
El primer ministro espera que los palestinos respeten no sólo los acuerdos formales de los cuales eran co-partícipes; él demanda de los mismos reconocer también entendimientos informales realizados a sus espaldas entre Israel y los norteamericanos. Sin embargo, cuando los palestinos reclaman respetar sus entendimientos con el gobierno de Olmert, relacionados con ciertos principios de un posible acuerdo permanente, Netanyahu arguye que "son condiciones previas que fijan de antemano los resultados de las negociaciones".
El primer ministro desdeña también la demanda palestina de reanudar las tratativas en el punto que fueron interrumpidas, en Diciembre de 2008, y no está dispuesto a escuchar sobre el "Plan Clinton", presentado a las partes en Diciembre de 2000.
Netanyahu se afirma en en su derecho de empezar las negociaciones desde cero y se desentiende de todos los acuerdos con los palestinos. Se olvida incluso del "Acuerdo Wye" que él mismo firmó en 1998 con Yasser Arafat en presencia del presidente Clinton, mediante el cual Israel se comprometió a ceder a la Autoridad Palestina el 13% del territorio C (controlado por Israel).
Netanyahu se ajusta con denuedo a las cláusulas del acuerdo intermedio (Oslo B) que absuelve a Israel de la responsabilidad del bienestar de los palestinos y le confiere el control del 60% de los territorios C de la Cisjordania occidental. Y lógicamente, se aferra totalmente a los incisos que exigen de los palestinos luchar contra infraestructuras terroristas y manifestaciones sediciosas, así como abstraerse de propuestas de repudio en la ONU contra los atropellos de la conquista.
Netanyahu asienta condiciones para reanudar las negociaciones que ningún país aceptaría. Su oposición a congelar asentamientos detrás de la Línea Verde y su negativa de comenzar las tratativas desde el punto en que fueron interrumpidas, hacen que su aceptación de la fórmula de dos Estados para dos pueblos, pronunciada en Bar Ilán, sea considerada como una astuta acción de camuflage.
Así como su portavoz principal, el presidente Shimón Peres, suele decir: "Al pueblo hay que decirle la verdad". La triste verdad es que detrás de la máscara, Netanyahu sigue siendo el mismo Bibi.
Fuente: Haaretz - 2.3.10
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il