Binyamín Netanyahu consiguió envolverse por segunda vez consecutiva en el chismerío barato. Él lo atrajo nuevamente, casi lo convocó; esencialmente porque no se ocupa de ninguna otra acción significativa.
Aún quien no abrigó ninguna esperanza en la capacidad de Netanyahu de reinventarse nuevamente en su segundo mandato como primer ministro, quizás anheló - principalmente después que experimentó peores mandatos que el suyo - una reforma determinada en aquellos puntos que podrían haber obrado en su favor: una relativa calma en en el tema de seguridad, que deriva especialmente de un aplazamiento político declarado; del fraude del pragmatismo, que emana del zigzagueo retórico ilimitado entre la izquierda y la derecha; y se podría haber conformado con aquellos rasgos suyos de carácter, considerados entre nosotros como debilidades: vacilación, inestabilidad, evación de resoluciones y un deseo crónico de ser visto con buenos ojos - cualidades que por lo menos demoraron o repararon determinaciones impulsivas, no sopesadas, del tipo que hicieron fracasar a varios de los que lo precedieron.
Si no por exceso, la segunda aceptación de Netanyahu como jefe de gobierno, se llevó a cabo por defecto: se lo recordó como menos dañino que sus antecesores. La esperanza de que maduró, aprendió la lección y cambió, se mantuvo latente.
Gracias a ella, se aceptó con relativa tolerancia el hecho de que la mayoría de los asuntos de un primer ministro se abocaron este año a basificar fervientemente su posición personal y la ampliación de su coalición hasta el absurdo, sin ninguna otra ocupación real.
"Eso demuestra que el hombre aprendió la lección", dijeron. Si aprendió de Ariel Sharón, el gran maestro de la supervivencia, cómo acomodarse en el sillón, seguramente aprenderá de otros grandes - Churchill, De Gaulle o Ben Gurión - cómo dirigir una política exitosa.
Sólo resta esperar, dijeron: Él solamente se ubica y prepara el terreno para que todos puedan escuchar el canto bravío del gallo que anuncia un amanecer político diferente, renovado, fidedigno.
Y he aquí, al parecer con un cronometraje extraño - justamente en el momento cuando aparentemente finalizó de basimentarse y fortalecerse en el oficio - es cuando se extiende a su alrededor esa misma nube de insipidez que lo envolvió en su mandato anterior y lo convirtió rápidamente en una farsa: los acontecimientos raros, las mucamas, los caprichos e intromisiones de su "primera dama", la obsesión por la imagen, las mentiras inocentes, las imperfecciones en la dirección de su administración, etc.
No sólo hechos; hubieron también discursos o respuestas de Netanyahu que volvieron a repetirse con exactitud pasmosa, como "cortar y pegar" en la computadora: "Disparen contra mí, no contra mi familia", repitió en 2010 exactamente como en 1999 - una frase que puede tomarse como un legado de Bibi.
Churchill habló de sangre, sudor y lágrimas; Ben Gurión hablaba de nación; Netanyahu en sus dos mandatos nos habla de la mucama, las blasfemias y su esposa.
Es cierto que él y nosotros nos merecemos más. Es verdad que no hay ingenuidad en las novedades y en esas abominaciones, o por lo menos en su exageración. Es cierto que existe una guerrilla de hipócritas y es real que los medios tienden a convertir la política en una telenovela. De todas maneras, parecería que estos "acontecimientos raros" no son sino cargas explosivas en el camino, maliciosas y pueriles, espinas que se prenden de los dobladillos en las prendas del gran líder, mientras está inmerso totalmente en propulsar la paz, en afianzar las relaciones exteriores, en profundizar la seguridad, en fijar una visión actualizada.
Pero la verdad es otra: la nube del zancudo insignificante no es sólo circunstancial ni maliciosa.
Netanyahu consiguió envolverse por segunda vez en el chismerío barato porque él lo atrajo nuevamente, casi lo convocó; esencialmente porque no se ocupa de ninguna otra acción significativa.
Cuando por fin trata de imponer liderazgo, se presenta como alguien que se considera un dirigente moderno, mientras que en realidad actúa como un sionista anacrónico, etnocéntrico, traumático, prisionero de la figuración y el aspaviento; se ocupa de plantaciones, declama sobre el antisemitismo, sobre el impulso a la colonización, la absorción de otro millón de judíos como meta, expulsar infiltrados, agrega un miembro más a su coalición gubernamental tan anacrónica como él.
Se cuenta acerca de un alimento mitológico conocido como "Gogl Mogl", una especie de potaje con queso insípido que Pola le preparaba a Ben Gurión en contra de su voluntad. Sin relación alguna, Bibi debería recordar que no todo el que se casa con Jantipa se convierte automáticamente en Sócrates, y no todo el que come las comidas preparadas por su esposa se transforma inevitablemente en un prominente líder.
Antes de ello, es necesario hacer otras cuantas cosas.
Fuente: Haaretz - 5.2.10
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il