Medir un zapato en las fábulas es cuestión de alcurnia. Entre nosotros, arrojar un zapato a la Presidenta de la Corte Suprema representó una señal de decadencia y patetismo. Como en la Cenicienta, pero en sentido contrario.
Arrojar un zapato significa que hemos llegado al minuto antes del ocaso. Dentro de poco, todas las acciones mágicas que defienden a la sociedad normal de extinguirse, y de la realidad violenta y oscura, se expandirán sobre nuestros rostros e irrumpirán con fuerza en el silencio de los tribunales.
Arrojar un zapato señala la pérdida de consideración que todos le debemos a la justicia y la veneración al respeto, en función de su rol, hacia los jueces. La pleitesía es lo que diferencia la lucha judicial de las canchas de fútbol o de la antigua arena donde un gladiaror atopellaba a su rival.
Arrojar un zapato contra la Presidenta de la Corte Suprema de Justicia de Israel significa haber perdido todas las riendas. La Presidenta, Dorit Beinisch, demostró un ejemplo claro de liderazgo y contención regresando de inmediato a la sala de sesiones. El juicio debe continuar, pero imposible pasar por alto el hecho.
Arrojar un zapato es el indicativo de un proceso lento de atentado contra la dignidad del hombre y de la violencia que nos acompaña desde un tiempo largo. Hace 30 años, el juez Haim Cohen nos diagnosticó como enfermos de una enfermedad contagiosa y epidémica que se propaga por las calles; se infiltra incluso en los pasillos de la ley.
Este zapato nos recuerda que debemos alarmarnos ante toda manifestación de falta de respeto, también hacia la persona común. De otra manera todos recibiremos un zapatazo sobre nuestras cabezas, en el seno de una sociedad donde el desprecio al prójimo se convirtió en un sello de presentación y en un fenómeno que no pueden bloquear ni siquiera los guardias en las puertas de los Tribunales.
Estamos perdiendo; está claro hace tiempo. La violencia, la ordinariez y el lenguaje de feria se expanden por todos los lugares del país y se han convertido en un producto solicitado en la cotidianidad de nuestras vidas.
Si no volvemos a la cordura por nosotros mismos, no llegará ningún príncipe a buscarnos para devolver el zapato al pié y colocarnos la corona en la cabeza.
Fuente: Yediot Aharonot - 31.1.10
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il