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A pesar de todo, Bibi

Bibi es el primer miembro del Likud que muestra una firme voluntad por dividir el país. Además, ha aceptado congelar la construcción en los territorios por nueve meses. Pero no ha surgido un Sadat palestino como contraparte. En ese contexto tan complicado, todavía merece una oportunidad.

Nadie me ha oído decir algo bueno acerca de Binyamín Netanyahu. Ni durante su primer mandato ni tampoco en el segundo. En una "conversación conciliatoria" entre sus dos gobiernos, con la mediación de su amigo, el Dr. Gaby Picker, Bibi me acusó de contribuir a su caída como primer ministro.

No tengo intenciones de retractarme de todo lo que he escrito antes, ni de lo que llevo escribiendo hasta ahora durante su actual dirigencia. Bibi no me hace invitaciones solicitándome consultas de tipo personal ni tampoco ejerce ninguna magia sobre mí. Yo no predije que su aparición ante el Congreso de EE.UU iba a resultar "el discurso de su vida", lo que significa que eso no me decepcionó. Se cumplió a la perfección lo que él ya había planeado en su mente: desde las fervientes ovaciones hasta la comunicación del mensaje dirigido al presidente norteamericano, Barack Obama, acerca de que no ha renunciado al principio de dos estados para dos pueblos.

En retrospectiva, ningún inflexible "Jerutnik" - alguien proveniente del partido precursor del Likud - apoyó la concepción de dos estados para dos pueblos. El primer ministro Menajem Begin, Premio Nobel de la Paz junto con el presidente egipcio Anwar Sadat, hizo todo lo posible por evitar cualquier mención en los Acuerdos de Camp David sobre el derecho de los palestinos a tener un Estado. Incluso el primer ministro Ariel Sharón, quien evacuó los asentamientos de la Franja de Gaza y habló de la necesidad de despertar del sueño del Gran Israel, nunca mencionó dos estados para dos pueblos.

Bibi es el primer líder del Likud que ha articulado con precisión las palabras "Estado palestino", y además ha expresado su voluntad de llevar a cabo las negociaciones necesarias para establecerlo; primero, en el discurso de Bar-Ilan, y ahora, durante su alegato en el Congreso estadounidense, denominado Bar Ilan 2. Tzaji Hanegbi, aquél a quien hubo que bajar del edificio más alto durante la evacuación del norte del Sinaí en 1982, aseguró estar completamente de acuerdo con Bibi, a pesar de ser miembro de Kadima.

Miremos ahora la situación de Bibi tras su regreso de EE.UU. La extrema derecha lo ataca sin piedad, mientras que la izquierda se burla de él, describiéndolo como mentiroso e impostor. Los medios de comunicación lo están haciendo pedazos. Su padre de 101 años de edad no va a enviarle precisamente una caja de bombones por su reciente aparición ante el Congreso. Pero Bibi comprende la importancia que tiene Estados Unidos para Israel, y continúa trabajando para torpedear la amenaza que nos espera en septiembre. Sin veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y/o sin una renovación inmediata de las negociaciones con los palestinos, nuestra pequeña aldea habrá de terminar sumándose a la ola de levantamientos en la región.

Cualquiera que diga que sólo la izquierda puede lograr la paz y una partición del territorio se equivoca. La izquierda se está deshaciendo progresivamente y con cierto grado de justificación. ¿Quién inició la construcción de asentamientos en los territorios si no el Partido Laborista durante su encarnación previa? ¿Quién se negó obstinadamente a ceder unos pocos kilómetros en el Canal de Suez cuando el gobierno de EE.UU lo exigía para permitirle a Egipto reanudar la navegación, si no la "Señora No", la primer ministro Golda Meir? De esa forma, nos arrastró hacia la Guerra de Yom Kipur. ¿Y cuándo fue que estallaron dos letales intifadas si no bajo el gobierno de los laboristas?

¿Y quién forjó políticamente el histórico tratado de paz con Egipto si no el líder de Jerut, Menajem Begin? Él, mejor que nadie, sentó el precedente de "retirada hasta el último milímetro" y el principio de "evacuación de asentamientos construidos en territorio ocupado". En la época en que llegó al poder, Begin era considerado por la prensa mundial como un hombre de guerra, descripción que trató de desmentir durante la primera mitad de su mandato, por lo menos.

Begin fue doblemente afortunado: Contó con la colaboración de Moshé Dayán, que quería expiar su responsabilidad en la Guerra de Yom Kipur y fue nombrado ministro de Exteriores. También tuvo a Sadat, quien luego de su éxito en la Guerra de Octubre proclamó a los cuatro vientos la necesidad de alcanzar la paz con el fin de recuperar los territorios. Y en Estados Unidos descollaba una figura excepcional: el Secretario de Estado Henry Kissinger, que nos ayudó tanto en la guerra de Yom Kipur como en la tarea de convertirla en un pasillo hacia la paz.

El problema ahora está dado por la falta de un líder que posea, como Sadat, la autoridad necesaria del lado palestino, y por el enfrentamiento entre Al Fatah y Hamás y decenas de otras organizaciones terroristas dedicadas a frustrar toda posibilidad de paz. Ambas partes se refieren a los territorios con un sentido de sagrado temor y no como botín de guerra que debe ser devuelto.

Antes y ahora, nunca a los presidentes norteamericanos les gustó realmente Israel, pero eso no impidió que Jimmy Carter gobernara con el objetivo de lograr la paz. No queda del todo claro si Obama posee el mismo fervor. Eso significa que debe decidirse a enfrentar a un primer ministro israelí con conexiones en Estados Unidos.

Bibi es el primer miembro del Likud que muestra una firme voluntad por dividir el país, y además ha aceptado congelar la construcción en los territorios por nueve meses. Pero lo que no ha surgido hasta aquí es la figura de un Sadat como contraparte, y no parece que Obama vaya a convertirse en otro Carter.

En ese contexto tan complicado y confuso, Bibi todavía merece una oportunidad.

Fuente: Haaretz - 6.6.11
Traducción: www.argentina.co.il