El resentimiento de los laicos con la ultraortodoxia en Israel tiene múltiples causas. La más importante es la utilización de su poder político para lograr la exoneración masiva de sus jóvenes del servicio militar y su carga para el presupuesto nacional por lo que la población tiende a verlos cada vez como parásitos indeseables.
Por si a Israel no le alcanzaran dolores de cabeza como el poderío nuclear iraní, los ataques con misiles desde la Franja de Gaza de los que la prensa mundial no se molesta en informar, la tumultuosa ola fundamentalista en el Oriente Medio árabe, la negativa palestina a negociar sin condiciones previas, la posibilidad de un golpe militar de Hezbolá en el Líbano y la incertidumbre en las relaciones con Egipto, el más poderoso de los países árabes y junto con Jordania, el único con el cual tiene un tratado de paz, ahora también debe afrontar una amenaza interna, que a juicio de un ex director del Mossad, la agencia de inteligencia israelí, Efraim Halevi, es más peligrosa que la bomba iraní: el incremento de la influencia ultraortodoxa, cada vez más radical en sus exigencias.
El problema del aumento de la población ultraortodoxa y el crecimiento de su influencia política no deja de tener sus facetas irónicas. Una de las viejas críticas árabes al Estado de Israel era que, con sus costumbres occidentales, constituía un extraño en Oriente Medio. Ahora, cuando una ola de integrismo tradicionalista barre la región, Israel sufre el mismo fenómeno. Es decir, se parece cada vez más a sus vecinos en su rasgo más retrógrado: una parte creciente de su población se aferra a una religión dogmática, intolerante y xenofóbica. Por otra parte, es un hecho bastante paradójico que Jerusalén, la capital del estado sionista se haya convertido en la capital del anti-sionismo judío religioso, con el crecimiento de la población ultraortodoxa y el abandono creciente de la ciudad por parte de israelíes seculares hartos de la imposición de limitaciones a sus libertades ciudadanas.
El problema es en primer lugar una cuestión demográfica. Mientras las familias seculares tienen dos o tres hijos como promedio, los ultraortodoxos tienen entre 7 y 9 a los que educan estrictamente en su comunidad, apartándolos de la vida nacional. Según un informe de los demógrafos de la Universidad de Haifa, Arnón Soler y Eugenia Bystrov, publicado el noviembre de 2010, un 30% de los niños nacidos en Israel son de familias ultraortodoxas y de acuerdo a las cifras publicadas este año con motivo del Día del Niño por la Oficina Central de Estadísticas de Israel ha crecido considerablemente el número de niños que estudian en colegios ultraortodoxos y ahora constituyen el 28% de todo el sistema escolar.
La lucha entre la ultraortodoxia y la mayoría laica se libra en numerosos frentes y no pasa un día sin que se refleje en la prensa. Un editorial del diario "Haaretz" (22.11.11) alerta sobre el otorgamiento de poderes extraordinarios a las cortes religiosas lo que podría eliminar la representación femenina. A juicio del editorialista "La batalla tiene por objetivo impedir que se imponga el rígido y humillante criterio que suelen emplear muchas cortes rabínicas hacia las mujeres: mujeres golpeadas que reclaman el divorcio, mujeres que desean convertirse, mujeres que se convirtieron al judaísmo pero cuyas conversiones no son reconocidas o retroactivamente anuladas; todas ellas son víctimas de un sistema que cada vez se vuelve más extremo y las obliga a atravesar un valle de lágrimas".
Por su parte, el "Jerusalem Post" editorializa contra declaraciones anti-árabes que podrían incitar a la violencia, del rabino de Safed, Shmuel Elyahu, y es categórico en su reclamo de que el Estado deje de pagar los salarios de los rabinos locales. A juicio del diario israelí en idioma inglés: "El terminar con la financiación del estado del aparato religioso servirá a los intereses de la libertad religiosa".
En un artículo titulado "Cuando las mujeres y las niñas son el enemigo" la corresponsal en Israel del diario australiano "The Sydney Morning Herald" (21.11.11), Ruth Pollard, cuenta de la batalla librada en Jerusalén contra la imagen femenina en carteles, negocios o material callejero por parte de la ultraortodoxia. Uno de los resultados de esa batalla fue que una campaña por la donación de órganos tuvo que utilizar solo imágenes masculinas, mientras una compañía de seguros eliminó las imágenes de niñas en su material de promoción de la salud infantil. Refiriéndose a que los ultraortodoxos lograron impedir la presencia femenina en toda una calle en su barrio de Mea Shearim (100 puertas) durante la celebración de Sucot (la fiesta de las Cabañas), dijo la integrante de la Corte Suprema, Dorit Beinish: "La segregación de género comenzó con los autobuses, siguió con los supermercados y ahora ha alcanzado las calles. No es algo que tienda a desaparecer, todo lo contrario".
Según Tamar El-Or, profesora de antropología y sociología de la Universidad Hebrea, que ha investigado a fondo la vida de los ultraortodoxos (que se autodenominan, jaredim, o temerosos de Dios), opina que a diferencia del pasado, cuando se sentían marginados, hoy son conscientes de que Jerusalén se está volviendo una ciudad con clara hegemonía religiosa, donde es difícil encontrar restaurantes que sirvan comida que no sea kasher o centros culturales laicos.
El resentimiento de los laicos con la ultraortodoxia tiene múltiples causas. La más importante es la utilización de su poder político para lograr la exoneración masiva de sus jóvenes del servicio militar y su carga para el presupuesto nacional por lo que la población tiende a verlos cada vez como parásitos indeseables. En un libro recientemente publicado y titulado "El desgarramiento de Israel" (The unmaking of Israel) el periodista Gershon Gorenberg sostiene que el crecimiento de la influencia ultraortodoxa es un desastre para la economía del país.
Otra de las quejas más frecuentes es la violación de los derechos cívicos de los habitantes en aras del control de las autoridades religiosas de lo que consideran la condición judía de sus habitantes. En un artículo en "Haaretz" (18.11.11) Anna Mahjar-Barducci cuenta sus cuitas: "Al menos un gran obstáculo impide a todos los ciudadanos israelíes disfrutar de igualdad de derechos: la ausencia del casamiento civil. Hay centenares de miles de israelíes que "carecen de afiliación religiosa" y no pueden casarse en su propio país, en el que nacieron y crecieron. Mi hija es una de ellas".
"Mi hija nació en Jerusalén y va a una escuela nacional hebrea. Su padre es un judío israelí, pero como yo no soy judía y no me identifico con ninguna religión, su certificado de nacimiento proclama que ella carece de identificación religiosa. Cuando nació, el ministerio de Interior no quiso reconocer a nuestra bebé como ciudadana israelí. Para que mi marido pudiera dar su apellido a nuestra hija, el ministerio nos exigió una prueba de ADN que nosotros debimos pagar para probar su paternidad".
En un artículo amargamente sarcástico, Anshel Pfeffer, un integrante del equipo editorial de Haaretz (18.11.11) historia el proceso que llevó a los partidos religiosos a hacerse del poder en Jerusalén, pero advierte que "El síndrome de Jerusalén tiende a repetirse en otras ciudades como Beit Shemesh y Safed". Y termina con una advertencia: "La clase política se resignó a vender Jerusalén a los ultraortodoxos. El acuerdo fue legal y democrático y si los israelíes no se despiertan no se va a limitar a la capital".