No es la primera vez que el mundo árabe se enamora de las imágenes negativas que inventa. Ya ocurrió antes, en la década de 1990 y en la de 2000, cuando idolatró el fenómeno del mártir. Los poetas escribían cantos de alabanza por los terroristas suicidas que estallaban cargados de explosivos en Israel, y los medios de comunicación hablaban de ellos con gran entusiasmo. Sin embargo, los mártires estallan también en las calles del mundo islámico.
Lo mismo les sucedió a los egipcios cuando se enamoraron de la destructiva revolución militar en 1952, y es lo que está sucediendo también en la actualidad: se han enamorado de la anarquía.
Aquel mitin de un "millón de hombres" en la Plaza Tahrir de El Cairo se ha convertido en un término santificado para ellos, en un valor en lugar de un medio, un símbolo histórico admirable, sin darse cuenta de que no hay mucho que vincule esa manifestación con la democracia real. En efecto, se trata de un movimiento agresivo, beligerante y destructivo para la sociedad egipcia.
De hecho, Egipto es el hogar de 87 millones de ciudadanos, y un millón de bebés han nacido desde que Hosni Mubarak fuera derrocado. Después de todo, no hay ningún problema para hacer que cientos de miles, e incluso millones, de personas se decidan a tomar las calles. Sin embargo, los egipcios no lograron darse cuenta de que lo que están santificando es un movimiento agresivo e incluso violento, que, a partir de ahora, habrá de amenazar cualquier tipo de régimen que surja allí.
Por otra parte, ahora será difícil luchar contra estos fenómenos santificados, sobre todo porque los egipcios los santifican por sí mismos.
Después de todo, siempre habrá gente frustrada y decepcionada. Las enormes expectativas generadas por lo que denominan la "Revolución del 25 de enero" ha dado paso a una enorme decepción y desesperación. No son muchas las cosas que han cambiado. Más exactamente: cambiaron para peor. Todos los indicadores nacionales han decrecido: la economía, la seguridad personal y la estatura mundial de Egipto.
Desde su anterior condición de estado estable y potente, Egipto se está convirtiendo en un país percibido como inseguro, vencido por la desesperación y peligroso. Eso es anarquía. Una vez que la anarquía comienza a ser adorada, se convierte en verdadero poder de sujeción.
De no haber fraude en las elecciones parlamentarias, se espera que el Islam radical logre importantes avances, y hasta incluso que llegue a apoderarse del sistema político del país. No sólo nos referimos a los Hermanos Musulmanes, sino también a las fuerzas más radicales, como los salafistas.
Por lo tanto, Egipto se convertirá en la sede de tres centros de poder, hostiles entre sí: El establishment militar y de defensa, el cual tendrá problemas para aceptar la pérdida de poder, que pretende ya crear un consejo superior de defensa basado en el modelo turco y que actuaría en contra del parlamento y del gobierno; el establishment religioso, que sorprendentemente habrá de convertirse en la fuerza civil más poderosa del país, algo que parecía ilógico hace apenas un año atrás; y la calle y la violencia, o en otras palabras, la anarquía.
Los Hermanos Musulmanes aprendieron cómo utilizar el poder de la calle en contra del régimen militar; sin embargo, también comprendieron que la calle puede operar en contra del movimiento. A fin de cuentas, la anarquía terminará reinando también en ese ámbito: las masas insatisfechas y violentas ganarán las calles en contra de cualquiera que esté en el poder.
A pesar de que a Egipto le gustaba referirse a sí mismo como el "país de las instituciones", no contaba con instituciones democráticas verdaderas o con una cultura de organización democrática. En el vacío que se ha creado ahora, sólo podemos ver confusión y anarquía floreciente.
Los egipcios no han sido capaces de entender que la democracia es un recurso delicado, que considera y comprende al otro, al diferente y al débil, en lugar de pisotearlo en las plazas, como se ha hecho con los coptos, por ejemplo.
Si desea tener éxito con los experimentos revolucionarios que ha asumido, la sociedad egipcia debe rechazar aquella cultura de admiración de lo negativo y violento, y convergir en torno a una nueva visión de construcción, rehabilitación y desarrollo. No aquellas consignas vacías de los elementos islámicos, hechas con fines proselitistas, sino un nuevo impulso nacional y una visión novedosa y emocionante - Egipto ama ese tipo de visiones. Como es habitual, terminaría santificando también esa visión.
Si ello no llegara a concretarse, ese inmenso estado está condenado a seguir hundiéndose y a continuar enfrentando la confusión ideológica, mientras la anarquía creada por el propio país ríe en el trasfondo.
Fuente: Yediot Aharonot - 8.12.11
Traducción: www.israelenlinea.com