Minutos antes de ser asesinado, el desaparecido Itzjak Rabín declaraba ante las masas reunidas en la entonces Plaza de los Reyes de Israel: "La violencia socava las bases mismas de la democracia israelí". Hoy podemos afirmar que la violencia ideológica está socavando los fundamentos de la existencia del Estado judío.
El peligro no lo constituye solamente la exclusión de las mujeres: los extremistas ultraortodoxos han atacado también a un niño practicante que se movilizaba en su silla de ruedas eléctrica (aprobado por la Halajá) durante un Shabat. Se ocuparon de destrozar una tienda en Mea Shearim cuyos libros no les gustaron. El peligro no son solamente los ataques "en represalia" (actos de violencia por parte de extremistas de derecha contra palestinos e izquierdistas); los líderes de los colonos exigen además la legitimación retroactiva para todos los asentamientos ilegales construidos en Cisjordania, desobedeciendo descaradamente la ley, y actuando en abierta provocación contra Tzáhal.
El peligro es mucho más amplio y profundo. Parafraseando las palabras de José al Faraón: "El sueño del Faraón es uno solo". Podemos afirmar que todos estos incidentes están relacionados, y que reflejan maldad y profunda corrupción en la sociedad israelí.
Esta corrupción, que supone un peligro real para Israel, se expresa en el surgimiento de grupos ideológicos que no aceptan la autoridad de las instituciones del Estado y que no se consideran a sí mismos sujetos a sus leyes.
Están convencidos de que su fe es la única verdad pura y están decididos a imponerla por la fuerza a toda la sociedad israelí. Tales perspectivas incluyen tanto el extremismo religioso como las creencias de "modestia" de ciertos círculos del ámbito ultraortodoxo; tanto la ideología mesiánica de grupos dentro de los asentamientos, como la de los anarquistas y la extrema izquierda que niegan toda legitimidad al estado nación del pueblo judío.
El grito de guerra anti-sionista de Neturei Karta - "No creemos en el gobierno de los herejes, ni tampoco nos preocupamos de sus leyes" - se ha convertido, en los últimos años, en el lema de un puñado de grupos en todos los estratos de la sociedad.
Estos grupos se sitúan por fuera del consenso israelí, y constituyen una minoría en la población. Sin embargo, describirlos como una "pequeña minoría" no sólo es un error, sino también un engaño. Lo que tenemos aquí son grandes minorías, las cuales, en vista de la incompetencia del Estado y su falta de voluntad para ejercer la autoridad sobre todos sus ciudadanos, están desarrollándose rápidamente.
Ese es el peligro más grave de todos: la aceptación de estos grupos y de sus actos, directa o indirectamente, por acción u omisión, en silencio o haciendo oídos sordos. Tal aceptación se refleja en la debilidad e incompetencia por parte de la policía; en la languidez de la fiscalía del Estado; en la indecisión de Tzáhal; en la imperdonable indulgencia de los tribunales. Pero por sobre todo, se expresa en la cobardía de tantos dirigentes políticos, que anteponen intereses políticos y personales, cínicos y populistas, por encima del bien de la nación.
No hay necesidad de sentirse superado por la impresión que provocan las acusaciones, que son, en parte, una hipócrita mascarada. La acusación de quien critica abiertamente a los agitadores y al mismo tiempo los entiende, no posee valor alguno. Para Israel, no hay mal o injusticia que pueda justificar el terrorismo. Del mismo modo, ningún mal - real o imaginario - puede justificar la violencia, los disturbios o la violación de la ley. El entendimiento es el principio de la justificación que lleva finalmente a la aceptación, y es la raíz de todo mal.
El presidente Shimón Peres captó el meollo de la cuestión al exclamar: "¡Ellos no son los dueños de la tierra!". De eso se trata todo el asunto. Estos grupos creen ser los dueños de la tierra. Si queremos sobrevivir, tenemos que dejarles muy en claro, con acciones y no con palabras, que sus barrios - ya sea en Beit Shemesh o Ashdod, Mea Shearim, Yitzhar o Bil'in - no son extraterritoriales; que ellos no son los amos y señores de la tierra, y que el Estado habrá de tomar todas las medidas necesarias para ejercer su soberanía sobre ellos.
Fuente: Haaretz - 8.1.12
Traducción: www.israelenlínea.com