El lunes pasado dormí profundamente. La noche anterior me había quedado respondiendo correos electrónicos y mensajes de texto hasta las 4:00 am, y además, por primera vez en muchos años, no debía cumplir un horario de trabajo, pues ya no tenía ninguno .
Me afeité, me hice el café y salí afuera a recoger los periódicos. Cuando abrí la puerta, había decenas de fotógrafos y equipos de televisión esperando. Me gritaban. Yo no lograba comprender del todo sus palabras, pero la idea general era que ellos querían saber por qué había decidido a entrar en la política.
Soy una persona con mucha experiencia, ciertamente frente a las cámaras; no obstante, aquello me resultaba extraño.
He visto ese tipo de escenas en películas norteamericanas, pero no en Israel. Me quedé allí por un momento, con el café en la mano, tratando de pensar la forma adecuada de resumirlo todo en una sola frase. Al final, logré hacer la única cosa que podía en aquel momento: sonreír a las cámaras y volver adentro con los periódicos. En la corta distancia que media desde la puerta hasta el seguro refugio de mi salón, tuve tiempo suficiente para enterarme de que mi salto a la política era el principal titular en todos lados.
Voy a entrar en la política porque creo que el tipo de discurso que circula en Israel está sumiendo a este país en el olvido, y yo quiero cambiar eso. Probablemente, ésta sea una misión muy ambiciosa, pero ¿valdría la pena abandonar mi cómodo asiento en el Noticiero de los viernes por algo carente de toda ambición?
Por otro lado, hay que ser modestos también. Si las reglas de la arena política definen la «posición» individual como algo que puede expresarse en dos palabras, no puedo eximirme a mí mismo de hacerlo. De hecho, actualmente me ocupo de la redacción de una detallada plataforma acerca de una serie de temas - que van desde el conflicto israelí-palestino hasta la urgente necesidad de una Constitución -, pero por el momento, necesito estudiar el teatro político, y quizá la primera fase consista en desarrollar la capacidad de comunicar mensajes pegadizos.
Por lo tanto, tuve que preguntarme a mí mismo si podían ocurrírseme dos o tres palabras que definieran de modo conveniente mi orientación política.
Sorprendentemente, la respuesta es «sí». Tengo tres palabras, pero las pronunciaré sólo con la condición de que los lectores prometan tener en cuenta que la discusión no se agota en ellas, sino que es ahí mismo donde comienza. Contrariamente a las exigencias expresadas por mis colegas políticos, esto no constituye lo esencial de mi doctrina política, sino apenas sus primeras manifestaciones. Estas son las palabras que, en mi opinión, debieran abrir el debate acerca del rumbo que el Estado de Israel lleva actualmente.
Estas tres palabras son: ¿Dónde está el dinero?
Esa es la gran pregunta que se hace la clase media israelí, clase en cuyo nombre he decidido ingresar en la política. ¿Dónde está el dinero? ¿Por qué es que el sector productivo, que paga impuestos, cumple sus deberes, realiza servicios de reserva en el elército y carga sobre su espalda al país entero, no ve dinero alguno?
¿Querían una posición clara? Aquí tienen. Ese es nuestro dinero y ha llegado el momento de que sea invertido en nosotros. Porque la primera pregunta - aquellas tres palabras - conlleva unos cuantos interrogantes más: ¿Por qué nuestros niños reciben la peor educación del mundo occidental? ¿Por qué la gente no habrá de tener ninguna oportunidad de comprar un departamento algún día? ¿Por qué tenemos que hablar de una superpotencia de alta tecnología sumida en una corrupta burocracia tercermundista? ¿Por qué el costo de vida es tan irracional aquí, y porqué las brechas resultan tan grandes? ¿Por qué servicios vitales como policía, asistencia médica o asistencia social, no se incluyen en el presupuesto y por qué sus empleados deben cobrar salarios irrisorios?
A diferencia de los periodistas, los políticos no pueden conformarse sólo con preguntas. Ellos deben además ofrecer respuestas. Por otro lado, realmente no me necesitan a mí para saber dónde está el dinero. Todo el mundo lo sabe: Desde hace muchos años, el Estado de Israel está sometido a descarados grupos de interés extorsionistas - algunos de ellos incuso no sionistas - que hacen uso y abuso de nuestro distorsionado sistema de gobierno con el fin de robarle su dinero a la clase media.
Sé que esto provocará inmediatamente la reacción entusiasta de aquellos que esperaban que lidere un frente anti-ultraortodoxo (y nadie lo espera más que Shas, porque eso es lo único que podría salvar su próxima campaña), pero lamento tener que decepcionarlos: No tengo ningún interés en el odio a los judíos, sino más bien solamente en una distribución más justa de los recursos y en prioridades totalmente diferentes.
Creo que los niños ultraortodoxos deben estudiar las materias básicas y que sus padres deben trabajar, y estoy convencido de que hay muchos judíos ultraortodoxos que piensan como yo, y que estarían encantados de saber que hay alguien que está luchando decididamente contra aquellos funcionarios y rabinos radicales que no hacen más que amargarles la existencia.
Además, el dinero no se encuentra solamente allí. También está en las manos de cínicos (y temerarios) magnates que juegan con nuestros fondos de pensión; un juego peligroso y destructivo que debe acabar. Nuestro dinero también está en esos aparatos gubernamentales exageradamente costosos que no suponen molestia alguna si de lo que se trata es de garantizar la prestación de un servicio normal, y en no pocos asentamientos remotos que se parecen a Suiza y que tienen vías de acceso mejores que en Suiza.
Cada uno de estos grupos tiene su propio partido, lo que asegura que la extorsión continúe. Los políticos que nos han llevado a la situación actual vienen ocupando sus cargos desde hace ya muchos años, mientras que la clase media encargada de financiar esta fiesta va erosionándose cada vez más. Este sector siente, y con toda razón, que sin un nuevo liderazgo centrado en la definición de valores, no tiene sentido continuar viviendo en este lugar.
Tenemos que detener todo eso. Pero, ¿cómo?
Todo lo que necesitamos es un partido capaz de afirmar: «esto es lo más importante para mí, así que mejor, no juegues conmigo». Para mí, se trata de una cuestión de principios, algo sobre lo cual no estoy dispuesto a transigir; algo a lo que no voy a renunciar. Lo que necesitamos es a alguien que acuda a todas las sesiones de negociación de la coalición con un cuchillo entre los dientes, dejando en claro que lo único que le importa es ver a la clase media de Israel recibir del Estado un beneficio apropiado por su inversión.
Así como los ultraortodoxos no transigen sobre el Shabat, tampoco nosotros vamos a transigir sobre la necesidad de cambiar el sistema de gobierno; de modificar nuestras prioridades y distribución de recursos; de luchar contra los grupos de interés extorsionistas sin pestañear y de asegurarle a la clase media el reintegro de su dinero.
Sé que suena imposible para ustedes, pero les pregunto nuevamente: ¿Por qué creen que entré en la política? Yo lo tenía todo, incluyendo dinero e influencia, y me decidí a dejarlo por algo en lo cual creo. Algunos de mis mejores amigos piensan que es una decisión disparatada.
Puede que tengan razón, pero cuando se trata de encargar a alguien que averigüe dónde quedó tu dinero, ¿no desearías que fuera alguien que no pudiera presionarte de ninguna forma, porque ya ha renunciado antes a todo?
Fuente: Yediot Aharonot - 19.1.12
Traducción: www.israelenlinea.com