Bajo la orden del primer ministro David Ben Gurión, el 29 de Octubre de 1956 las fuerzas armadas de Israel salieron a conquistar la Península de Sinaí y la Franja de Gaza con el propósito de destruir la infraestructura de terror palestina y obligar a Egipto a la reapertura del Estrecho de Tirán que permita el acceso de buques al sureño puerto israelí de Eilat.
En una semana, el operativo relámpago dirigido por Moshé Dayán acabó en una brillante victoria que fue motivo de un fastuoso desfile militar en el medio del desierto el 6 de Noviembre de 1956.
Como broche de oro de este acto se leyó un clamoroso mensaje de Ben Gurión que finalizaba con su profecía: «el Estrecho de Tirán volverá a ser parte del Tercer Reino de Israel». («Israel, 40 años»; David Shajam; 1991 - De Wikipedia).
A las pocas horas el primer ministro israelí recibía un urgente mensaje de Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos, con un contenido tan claro y contundente que convenció al premier a ordenar prácticamente de inmediato la retirada total de las tropas israelíes de los territorios conquistados en las batallas.
Este acontecimiento demostró al mundo una vez más el verdadero significado del calificativo de superpotencia mundial del que gozaba Estados Unidos, especialmente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Dicha evaluación no debe pasar por alto que tanto para Israel como para el judaísmo mundial ese avasallamiento fue un punto de inflexión a partir del cual el posicionamiento del uno respecto del otro fue cambiando drásticamente. La acumulación de una descomunal capacidad tecnológica y militar junto a un creciente poder de influencia política y económica del lobby judío en Estados Unidos facilitaron la continuidad de un fortalecimiento y creciente independencia de decisiones del Gobierno de Israel frente a un permanente debilitamiento y sometimiento a los caprichos de Jerusalén por parte de la Administración norteamericana.
Un nuevo intento egipcio de cerrar el Estrecho de Tirán en mayo de 1967 fue motivo para que Israel desoiga las propuestas norteamericanas de una salida pacífica y se largue a un ataque en todos los frentes en lo que fue la Guerra de los Seis Días. Todos los gobiernos norteamericanos de entonces hasta la fecha (al igual que todos los países del mundo) declararon la ilegalidad de la colonización civil judía de las tierras conquistadas en dicha guerra y la necesidad de que Israel se retire de estos territorios en el marco de un acuerdo de paz y mutuo reconocimiento con los entonces enemigos.
Salvo la marcha atrás temporaria y circunscripta solamente a la Península de Sinaí en el marco del acuerdo de paz con Egipto en 1978 y la desconexión de Gaza en 2005, Israel anexó definitivamente Jerusalén Oriental y las Alturas del Golán mientras que controla totalmente Cisjordania y se le ríe en la cara al mundo con un proceso de colonización civil que ya acumula más de medio millón de judíos.
Con el correr del tiempo el menosprecio y la desconsideración de gobiernos israelíes y del liderazgo judío en el mundo hacia los gobiernos norteamericanos, aun cuando estos asumieron la función de sirvientes de Israel, se profundizaron cada día más; eso sí, sin dejar de lado el «póker face» de una afinidad de intereses y amistad incondional.
No cabe duda que Obama sufre en carne propia de esta evolución por ser el presidente norteamericano que arribó a la cúspide del aprovechamiento, vejación y desagradecimiento de Israel y el judaísmo hacia sus «mejores amigos».
Cuánta vergüenza debe sentir cualquier ciudadano estadounidense al ver a su presidente golpear las puertas de una casa mendigando donaciones del judaísmo para su próxima campaña electoral.
El presidente Obama no se presentó delante de activistas de su partido demócrata, tampoco de defensores de su plataforma política, sino que se vio en la necesidad de acercarse a donantes judíos en la casa de Jack Rosen, Presidente del Congreso Judío Americano, para declarar que «no hay aliado de Estados Unidos más importante que Israel» y de esa manera salir con sus bolsillos llenos de 300 mil dólares kosher («Obama: No hay aliado más importante que Israel» (Itón Gadol; 1.12.11).
Las tensiones creadas como consecuencia del programa de desarrollo nuclear de Irán llevaron a un punto álgido las fricciones a raíz de las incesantes presiones israelíes de intervención militar norteamericana directa o de apoyo inmediato en caso de un ataque preventivo israelí. Pareciera que esta situación extrema del último tiempo fue el motivo para que a muchos yanquis les caiga la ficha y finalmente presten atención a esta absurda situación.
Un claro ejemplo nos ofrecen influyentes periodistas norteamericanos como Tom Friedman y Roger Cohen. Este último publicó esta semana un importante análisis en el prestigioso diario New York Times. En un balance de las relaciones entre Obama y Netanyhau, Cohen pone sobre la mesa el humillante discurso de éste último en el Congreso Norteamericano, la insólita ingratitud del premier israelí ante el sólido apoyo norteamericano, la permanente vuelta a tácticas dilatorias y el rechazo a detener por segunda vez la construcción en los asentamientos para reanudar las conversaciones de paz con los palestinos. Cohen continúa su nota implorando a Netanyhau: «No vaya por ese camino. Señor Netanyhau, sería un terrible error» y finaliza alertando que el ataque israelí no solo acarreará nefastas consecuencias en el mundo árabe, sino, lo que es peor, «pone en peligro a Estados Unidos» («No haga eso, Netanyhau»; Roger Cohen; New York Times 16.1.12).
Como una característica de regímenes con orientación despótica, también en Israel nos podemos percatar del predominio de la consigna: «Quién no es mi amigo, es mi enemigo». Pese al desmentido de la oficina del primer ministro de Israel, el director del diario Jerusalén Post, que difícilmente pueda ser catalogado como anti-oficialista, declaró que Netanyhau le confesó personalmente: «nuestros más grandes enemigos son los diarios Haaretz y New York Times» (Haaretz; 20.1.12).
Ya he afirmado en oportunidades anteriores que el comportamiento del liderazgo de Israel y del judaísmo mundial necesariamente nos lleva a la conclusión de que se está tratando de crear las condiciones de un súper Estado judío con jurisdicción de intereses en Estados de todo el mundo y capacidad de movilizar en su beneficio a sus gobiernos. En esas condiciones las súplicas como las de Roger Cohen, con seguridad, caerán en oídos sordos.
Ojalá me equivoque...