Ciertas actitudes despectivas que en otros países se atribuyen a los israelíes: prepotencia, soberbia, comentarios malignos, desprecios en relación a lo diferente y otros condimentos, constituyen, de ser ciertos, la antesala de la discriminación, donde se cocinan los prejuicios y el patrioterismo de cuarta.
En antropología, la palabra Hombre se emplea para designar a todo ser humano, cualquiera sea su sexo, edad o grupo étnico. Un simple axioma.
Lamentablemente, poderosas neurosis arraigadas, producidas por la frustración y el miedo, deforman la evidencia y con ello la personalidad, lo que deriva en un grave malestar que el afectado, en ocasiones, trata inútilmente de ocultar.
Aquellos que lo padecen son hábiles e inocentes forjadores de estereotipos. La ignorancia total que los caracteriza, les impide vislumbrar que, a su vez, el malestar los convierte en estereotipos al cubo.
Curiosamente, se ha observado que la discriminación arraiga también en algunas personas que se definen como «judíos humanistas». Un judío ortodoxo, vecino de mi barrio en Jerusalén, lanza frases de un racismo infantil con la naturalidad de quien lo ha padecido desde chico. Aunque después de todo, no es tan curioso, puesto que la ortodoxia, inserta en una neurosis, promueve la construcción de un muro granítico sin fisura alguna, que circunda al dogma y por lo tanto a la mente. Pero los cinturones de castidad son signos de debilidad.
Fuera de contexto, advierto una ajustada relación con lo anterior; se trata de formas distintas de armaduras contra peligros que amenazan desde el mundo exterior y de impulsos interiores reprimidos. La cortesía exagerada en una persona no está menos motivada por la angustia que el comportamiento áspero y brutal en otra.
Veo en ésto formas de accionar extremas pero idénticas del discriminador. Si fulano dice que no discrimina, y agrega «¡Si hasta tengo un gran amigo que es árabe!», revela lo que en realidad es. Se sabe que el racista típico experimenta una necesidad profunda de conformismo y respetabilidad, y desea afiliarse a las organizaciones que considera más poderosas, caracterizándose al mismo tiempo por su hipócrita simpatía exterior y agresividad interna.
Los descriminadores sienten horror por agitadores, revoluciones, ideas que no entienden y opiniones avanzadas o pesimistas. No sólo carecen de espíritu creativo; son asimismo incapaces de enfrentarse con sus angustias; las evitan mediante la fuga, escogiendo por lo general caminos contradictorios.
En descriminador típico pasa por ser un conformista incorruptible, angustiado por la idea del menor cambio en el orden social. Como no se conoce a sí mismo proyecta sobre otros aquello que no le place ver en su propio ser, hasta el punto de reprochar a las personas que discrimina, los rasgos que lo caracterizan a él mismo. Vale decir: construye un mecanismo de defensa. Piensa, además, mediante estereotipos.
En un reciente y excelente programa de televisión - algo serio en medio de la nutrida tontería habitual -, una persona le agregaba al discriminador un complejo de superioridad. Estaba equivocado; por el contrario, padece un acentuado complejo de inferioridad. El descriminador, por lo general, se mantiene en guardia.
Quien discrimina se descubre a los ojos de los demás, sobre todo por la ignorancia. Suele confundir información con conocimiento, y conoce el nombre de las cosas, pero no las cosas. Sus prejuicios, en tantos casos heredados de alguno de sus padres, o de ambos, con el tiempo adquieren volumen. Ya no serán sólo negros, amarillos, árabes o judíos los causantes del malestar que lo oprime; su tara, paulatinamente, se agrava: ahora atrapa en las redes de su conflicto a mujeres, etíopes, negros africanos infiltrados, palestinos, homosexuales y cualquier otro sector.
No deja de ser divertida la reacción de cualquier antisemita declarado ante nombres como Freud, Marx, Einstein, Kafka, Buber, Heine, Arthur Miller, Arthur Rubinstein, Woody Allen, Gershwin, Baremboim o Brecht, sólo para mencionar a unos pocos. Como no los ha leído (o sí) o es ajeno a la música (o no), con seguridad repetirá lo que oyó decir a un compañero: «No me interesan las excepciones». Y si uno se atreve a señalar que Jesús era judío, elegido por su Dios como hijo, quién sabe la respuesta que tendría preparada.
Encasillar comportamientos, pasar por alto premisas elementales de antropología cultural y desconocer la Historia, son índices trágicos para quien habla con seguridad sin saber nada. Quizás los países que consideran de aquel modo a los israelíes, estén pasando asimismo por alto aquellas disciplinas. Así de simple. El vaivén del chimento mueve al mundo.
Se ataca lo que se teme de sí mismo. Así nacen los clichés. Einsten afirmó una vez que en Estados Unidos nunca existió el problema negro, sino el problema blanco. Suele hablarse de «hombres de color», como si el blanco no fuera un color, sino un distintivo de las civilizaciones «puras» o algo por el estilo, cuando en realidad no el negro, sino el blanco, es el color de la muerte. Resulta cómico y cruel a la vez que un color agrave a espíritus colonialistas.
Los patrioteros de exportación - como los definía Borges - deberían saber que el patriotismo es el último refugio de los canallas.Notas relacionadas:
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