El actual debate público en Estados Unidos e Israel se centra obsesivamente en la posibilidad de atacar a Irán con el objetivo de poner fin a sus ambiciones nucleares; apenas si se consideran los desastrosos efectos - en términos estratégicos - que pueden tener sobre el gobierno iraní, los acontecimientos que se desarrollan hoy en Siria.
El punto de apoyo de Irán en Siria permite a los mullahs de Teherán continuar con sus violentas y temerarias políticas regionales - su presencia en el lugar debe concluir.
Al asegurarse la expulsión de Irán de su centro de operaciones regional en Damasco, se cortaría la vía de acceso de Irán hasta sus representantes (Hezbolá en Líbano y Hamás en Gaza), y se haría mella a su prestigio nacional e internacional de un modo visible, obligando así a un herido régimen en Teherán a suspender su política nuclear. Esa sería ciertamente una opción más segura y más gratificante que la militar.
Mientras el gobierno del presidente Bashar al-Assad se tambalea, Siria se está transformando en el talón de Aquiles de Irán. Irán ha prodigado una gran variedad de recursos en el país. Hay campamentos del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, además de armas y asesores iraníes por toda Siria. Y fuerzas de Hezbolá bajo control iraní, procedentes de Líbano, se han unido a la caza de aquellos sirios que han decidido sublevarse en contra de Assad. Irán está resuelto a asegurar su control sobre el país, independientemente de lo que suceda con Assad - e Israel y Occidente deben evitarlo a toda costa.
Lamentablemente, las oportunidades que presenta la crisis de Siria parecen escapárseles a los líderes israelíes. La semana pasada, el jefe de inteligencia militar de Israel se refirió a los 200.000 misiles y cohetes en Gaza, Líbano y Siria, capaces de alcanzar todos los núcleos de población de Israel. Además, existe un riesgo creciente de que armas sirias avanzadas puedan caer en manos de grupos terroristas. La presencia de Irán en Damasco constituye un factor determinante en la persistencia de tales amenazas.
Una vez alcanzado este punto, ya no hay vuelta atrás; Assad debe renunciar. Para Israel, la cuestión crucial no es saber si el líder sirio terminará cayendo: la pregunta fundamental es si la presencia iraní en Siria habrá de sobrevivir a su gobierno. Lograr que Irán sea expulsado de Siria es esencial para la seguridad de Israel. Y si Assad termina yéndose, la hegemonía iraní sobre Siria debe marcharse con él. Cualquier cosa menos que eso despojaría de toda significación la salida del mandatario sirio.
Sin embargo, Israel no debe ser ni el único ni el principal actor en la aceleración de su partida. Cualquier resultado viable en Siria tendrá que involucrar a Estados Unidos, Rusia y los países árabes. Estados Unidos debe ofrecer incentivos a Rusia para que ceje en su protección del régimen de Assad, el cual probablemente habrá de caer una vez que Moscú retire su apoyo. Una fuerza con mandato de la Liga Árabe se encargará entonces de garantizar la estabilidad hasta que un nuevo gobierno sirio pueda tomar el relevo.
El estancamiento actual en Siria presenta una rara oportunidad para librar al mundo de la amenaza iraní a la seguridad y el bienestar internacionales. Y el poner fin allí a la presencia de Irán representa un riesgo menor para el comercio internacional y la seguridad en comparación con sanciones más severas o la guerra misma.
Rusia y China, países que vetaron una resolución de Naciones Unidas la semana pasada, donde se exigía la renuncia de Assad, deberían tomar en cuenta que la caída del régimen sirio podría servir también a sus intereses. Después de todo, el intervencionismo iraní podría causar estragos en las zonas con mayoría musulmana al sur de Rusia y al oeste de China. Y un Irán con armamento nuclear sería una grave amenaza potencial en la frontera sur de Rusia.
Los intereses de Rusia en Siria no son los mismos que los de Irán; algo que Moscú puede demostrar retirando su apoyo inquebrantable a Assad. Lo que Rusia pretende es simplemente mantener su acceso a los puertos mediterráneos de Siria en Tartus y Latakia, y seguir siendo el principal proveedor de armas de Damasco. Si Washington está dispuesto a permitir eso, y a no dejar de lado a Rusia como lo hizo antes de intervenir en Libia, la convergencia de los intereses estadounidenses y rusos en Irán y Siria podría allanar el camino para la caída de Assad.
Una vez logrado esto, el equilibrio total de fuerzas en la región sufriría un cambio radical. El terrorismo patrocinado por Irán sería contenido claramente; Hezbolá perdería su vital conducto sirio hacia Irán y Líbano podría retornar a aquella normalidad olvidada ya hace largo tiempo; los combatientes de Hamás en Gaza se verían obligados a contemplar un futuro sin armamento ni entrenamiento iraníes, y el pueblo iraní podría sublevarse una vez más contra un régimen que les ha traído tanto dolor y sufrimiento.
Aquellos que piensan que este escenario no es más que el producto de la fantasía deberían considerar la alternativa: un gobierno post-Assad todavía apegado a un Irán que no ha quitado sus dedos de los botones encargados de controlar misiles sirios de largo alcance con ojivas nucleares, capaces de alcanzar cualquier punto de Israel. Esa es una receta segura para la guerra; Israel no tendría más remedio que evitarla.
Afortunadamente, Assad y sus aliados, sin saberlo, han forjado una oportunidad para desactivar la amenaza iraní. Si la comunidad internacional no sabe aprovecharla y la influencia iraní en Siria emerge intacta, el mundo tendrá que enfrentar la elección entre un ataque militar y sanciones aún más agobiantes, lo cual podría tener como consecuencia una rápida escalada en el precio del petróleo, provocando así un serio desequilibrio de la economía mundial. Estados Unidos y Rusia no deberían desear ninguna de las dos cosas.
Siria ha creado una tercera opción. No podemos darnos el lujo de ignorarla.
Fuente: The New York Times - 18.2.12Traducción: www.israelenlinea.com
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