«Alejado de la realidad»; «sólo sabe usar la fuerza; «delirante»; «mentalmente perturbado». Son sólo algunos de los términos peyorativos lanzados contra el presidente de Siria, Bashar al-Assad. Quienes lo condenan y maldicen no son sionistas, imperialistas ni ninguna otra clase de enemigos de la nación árabe, sino parte integrante de ella; ciudadanos sirios rebeldes y sus partidarios en el mundo árabe.
En la reciente conferencia «Amigos de Siria», en Túnez, que contó con la participación de Estados Unidos y Reino Unido - pero no de Rusia o China -, todos los estados árabes se pusieron del lado de los rebeldes. La mayoría de ellos exigieron la intervención militar occidental que ponga fin a la masacre. Sólo el no árabe Irán apoya todavía al sanguinario régimen de Assad junior.
En cuanto a mí, de vez en cuando miro al cielo para expresar mi silencioso agradecimiento. Gracias ex primer ministro israelí, Ehud Olmert, por haber tenido aparentemente el coraje y liderazgo necesarios para decidir en una oscura noche un ataque aéreo que - de acuerdo a fuentes extranjeras - destruyó una instalación nuclear siria poco antes de su activación, matando a varios ingenieros norcoreanos.
En una falla de inteligencia capaz de eclipsar a la que precediera a la Guerra de Yom Kipur, Israel descubrió la existencia de esta instalación nuclear increíblemente tarde, según parece. El primer ministro Olmert podría haber adoptado varias medidas: convocar una comisión secreta de investigación; filtrar la historia en los medios de comunicación extranjeros; denunciar la falla del Ejército israelí; sumar al conjunto de la diplomacia mundial a la causa, y así sucesivamente.
Sin embargo, al parecer, Olmert eligió una opción diferente. Luego de examinar las alternativas prácticas, hizo lo que uno esperaría de un primer ministro: asumir toda la responsabilidad y decidir un bombardeo.
Muchos israelíes agradecen hoy al desaparecido primer ministro Menajem Begin por haber ordenado el bombardeo al reactor nuclear iraquí. Pero pocos son los que se acuerdan de agradecerle al ex primer ministro Olmert por su orden del 6 de septiembre de 2007.
Asusta imaginar lo que habría ocurrido con nuestra región el día de hoy si Olmert hubiera evitado tomar una decisión, legándola al próximo primer ministro. ¿Dónde estaría Assad ahora, cuando podría contar con armas nucleares? ¿Qué tipo de intervención podría considerar Occidente? ¿Dónde estaríamos nosotros?
La sociedad civil de Israel no estuvo al tanto del drama que probablemente precediera a la operación. Podemos suponer que la mayoría de los comentaristas de los medios se habrían pronunciado en contra de ella. Expertos en Siria nos habrían asegurado que Bashar al-Assad, un graduado del sistema educativo británico, es un estadista racional; en caso de sufrir un bombardeo de aviones israelíes a altas horas de la noche, en medio de conversaciones de paz mediadas por Turquía, nada menos, él respondería furiosamente, ordenando un intenso bombardeo sobre las regiones del Golán y la Galilea.
Por otro lado, esos expertos habrían afirmado que, en caso de abstenernos de bombardear la planta nuclear, el racional Bashar al-Assad tendría que enfrentar la presión internacional y las sanciones. De ese modo, se habría visto obligado a mantener negociaciones con la comunidad internacional, lo que hubiera implicado la exigencia del cierre de su instalación nuclear. Si no antes de un año, en dos, o en tres...
Al tomar su decisión, Olmert desconoció la premisa básica que prevalecía en su momento en lo relativo a Siria, por la cual, Bashar al-Assad aparecía como un político racional. Olmert llegó a la conclusión opuesta, conclusión a la que los líderes del mundo civilizado sólo pudieron llegar este año, con un lamentable retraso: Assad es un líder irracional. Vive «alejado de la realidad»; es un «delirante», y «sólo entiende del uso de la fuerza». Por lo tanto, sería correcto y justificado el uso de la fuerza para sofrenar las aspiraciones nucleares de Assad.
Se cree que fue Olmert quien dio la orden; los aviones israelíes despegaron, y su operación tuvo un resultado exitoso que superó todas las expectativas. Sin aquella decisión de Olmert, hoy el mundo no sería capaz de considerar siquiera una acción militar contra Assad.
La lección no consiste en que siempre haya que bombardear sin esperar, o que las alternativas militares sólo deban discutirse a puertas cerradas. En mi opinión, la lección refiere principalmente a la cuestión de la racionalidad y es inequívoca: no existe algo así como un tirano racional.
Si alguien conduce un régimen tiránico que suprime brutalmente las libertades fundamentales en su país, esa es la prueba definitiva de la irracionalidad.
Y no de otro modo debe considerarse a esa persona y a sus caprichos.
Traducción: www.israelenlinea.com
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