Han pasado dos semanas ya, pero tenemos todavía los ojos desorbitados, y nuestros oídos aún zumban: 10.000 judíos rugían, y el sonido de la guerra dominaba el campamento, lanzándolos en un baile frenético alrededor del micrófono dorado.
«Algunos califican el discurso pronunciado por Netanyahu en la convención como un discurso de guerra», escribió el diario Israel Hayom en su informe sobre la conferencia de AIPAC. El público se puso de pie 14 veces, puntualizó, y el alegato fue acallado tras un estruendoso aplauso en 46 ocasiones. Los aprendices de brujo proporcionaron las cifras exactas a la labor periodística. Eso es lo que se debe hacer por el «Querido Líder».
AIPAC es una organización hostil: los judíos de allí no hacen más que poner en peligro nuestras vidas aquí, ahora más que nunca. Si tan sólo nos dejarán en paz; si tan sólo se ocuparan de sus propios asuntos, librándonos así del castigo de su apoyo.
Ahora que ha terminado el carnaval, después de haber regresado a casa con sus hijos estadounidenses - para quienes Israel constituye un derecho de nacimiento -, ¿no sienten vergüenza por su graznido de patito feo? Qué bueno es que los hermanos compartan un fin de semana largo, y cuán agradable es poder escuchar a dos presidentes, un primer ministro y tres candidatos republicanos que padecen actualmente el trauma de crucifixión.
No me corresponde a mí intervenir en sus decisiones domésticas, las cuales no llego a comprender: ¿Por qué se empeñan en aparecer como los que quieren llevar a su país a otra guerra? ¿Por qué insisten en hacerse esto a sí mismos? Después de todo, ya hemos sido sospechados - nosotros y ustedes - de provocar la injustificada guerra en Irak. El presidente George W. Bush se propuso, con nuestra aprobación, encontrar humo, y terminó hallando fuego. ¿Está bien para ustedes despertar una vez más la cuestión de la doble lealtad? ¿Serán ustedes o sus hijos quienes se sienten en los asientos eyectables volando sobre los cielos de Bushehr?
Restrinjo mi intervención únicamente a las consideraciones que nos afectan. Digamos que Bibi es un hombre que tiene los mismos intereses que ustedes; uno de los suyos, cuyo inglés y lenguaje corporal y facial de dandi son como un bálsamo para su alma. Y agreguemos que su conciencia judía los molesta por culpa de la impotencia de su comunidad durante el Holocausto. Y digamos, incluso, que la guerra con Irán es inevitable, en su opinión.
Pero, en el nombre del Dios de Rick Santorum y Newt Gingrich, ¿por qué animar un «discurso de guerra»? ¿Qué significa este apoyo entusiasta a una guerra que no les pertenece? Si realmente estamos condenados a marchar a la guerra, y la suerte ya está echada, el discurso de Netanyahu debería haber sido recibido con un opresivo silencio, con un moderado sentido de la responsabilidad, no con el rugido triunfal de los que están hambrientos de batalla. Incluso aquellos que se concentran en la plaza central de Teherán muestran mayor moderación.
Dudo que hayan comprendido verdaderamente lo que oyeron; que hayan llegado hasta el fondo de las opiniones superficiales del orador. Es importante comprender que lo que está en juego es la supervivencia misma de Israel, al que tanto aman... desde lejos.
Digamos que se lanza un ataque preventivo y que falla en medio de su ejecución. Digamos que no logra alcanzar todos sus objetivos. O incluso supongamos que no se lleva a cabo en absoluto, por razones diplomáticas u operacionales. Entonces, ¿qué?,¿ese sería nuestro final? ¿Llegaría Israel al final de su historia, al «Holocaust Now»? ¿Fracasó el sionismo en el cumplimiento de su función principal - servir como un refugio para los judíos de todo el mundo - sin posibilidad de resucitar? ¿Es esa la única conclusión que puede hacerse?
Sin embargo, cabe una posibilidad todavía mucho peor: A pesar de todos los esfuerzos, después de una guerra o sin ella, Irán logrará producir finalmente una bomba. ¿Eso sería todo?, ¿estaría todo perdido? ¿Toda persona sensata tendrá que hacer entonces las maletas inmediatamente y tomar el primer vuelo disponible?
Nosotros, con nuestros hijos, vamos a quedarnos en Israel. No nos den aliento, se los ruego. Seguimos adelante, incluso si tenemos que vernos obligados a aceptar una nueva realidad a partir de ahora. No vamos a morir: Viviremos. En la Torá está escrito: «No temas mi siervo Yaakov».
Pero Bibi sabe que no hay nada como el miedo para cerrar filas; es el gran elemento unificador. Por eso no duda en usarlo a su antojo. Si no ha logrado alcanzar todo lo que quiere apelando al «divide y vencerás», tal vez lo logre cambiando los términos del dicho latino: «asusta y gobernarás».
Fuente: Haaretz - 21.3.12
Traducción: www.israelenlinea.com
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