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No hemos sobrevivido al Faraón

Desde Pesaj de 1968 a Pesaj de 2012 las cosas no han cambiado mucho. De hecho, pareciera que no hubieran pasado 44 años desde que celebramos el primer festival de la libertad tras la Guerra de los Seis Días. No hay nada nuevo bajo el loco sol de Hebrón, ni bajo su luna enfermiza. Si la ocupación constituye una locura, entonces Hebrón es su destilada esencia.

Efrón, el hitita, hizo un mal negocio al aceptar venderle a Abraham una cueva en Hebrón para que pudiera enterrar a su esposa. ¿Cómo podría haber sabido Efrón que los educados descendientes del comprador habrían de ser o de comportarse así? Esta tarde, aquellos descendientes volverán a «derramar su ira sobre los gentiles», tal como recomienda la Hagadá. El regocijo resonará en las calles fantasmales, entre las casas vacías de gente y llenas de anhelos.

Tampoco el ex viceprimer ministro Yigal Alón podría haber imaginado cómo resultarían las cosas. Alón deseaba ser recordado como el primero en apoyar a los Levingers y a los Haetznis, líderes de los primeros colonos de Hebrón tras la Guerra de los Seis Días. Tenía que actuar con rapidez, antes de que el ministro de Defensa, Moshé Dayán, se hiciera con el trofeo de los asentamientos para colocarlo en su vitrina junto al trofeo de guerra.

De esa manera, el sionismo emprendió su viaje por el camino de no retorno: Desde el primer Séder de Hebrón bajo la égida de Alón, a pesar de Sebastia - cortesía de Shimón Peres -, para Migrón. Ah Yigal, Yigal, un comandante admirado por sus soldados. Ahora debe estar revolcándose en su tumba, al ver con horror la suerte que ha corrido aquella obra de sus manos.

Tampoco pisan la tierra ya los gigantes del movimiento de colonos Gush Emunim. La generación de los fundadores ideológicos está siendo reemplazada por vándalos, y es difícil determinar qué grupo es más peligroso. Se sustituyeron las personas, pero los métodos son los mismos. Antes, como ahora, se compraba una propiedad legalmente como si hubiera un mercado libre de compradores y vendedores diligentes; como si Abraham y Efrón hubieran resurgido del polvo. Qué idiota y ridículo resulta todo este asunto de documentos de propiedad y transferencia, que pasan de mano en mano al amparo de la oscuridad; del alcahuete al testaferro; del estafador al falsificador, judío o palestino.

Mientras tanto, la casa de Majpelá fue evacuada del mismo modo en que se abandonó por breve tiempo al Restaurante de los colonos en Hebrón. Los invasores regresarán otra vez; la casa no volverá a manos de sus propietarios. Esto no es más que una evacuación previa al arrendamiento subsiguiente. Dentro de poco se determinará que es perfectamente legítimo, dada nuestra gran habilidad para hallar siempre algún resquicio legal que nos permita establecer, por ejemplo, que un animal no kasher es kasher.

Inmediatamente después de Pesaj, la ministra de Cultura y Deportes, Limor Livnat, y el ministro de Educación, Gideon Saar, celebrarán la victoria de su honradez en la fiesta de la primavera. Ella invitará a los mejores teatros de Israel a abrir sus puertas al público, y ellos obedecerán, mientras que él aumentará las visitas de los alumnos a esta Sodoma para que aprendan conceptos relacionados con la ley y la justicia. El ministro de Defensa se encargará de la seguridad, e impondrá un toque de queda en toda la ciudad. Todos y cada uno de ellos están vinculados por fuertes lazos a la Ciudad de los Patriarcas, sin los cuales no tendrían participación alguna en la política encabezada por el ultraderechista Moshé Feiglin dentro del Likud.

Los invitados al Séder se han sentado; la mesa está servida y el conductor del Séder abre la ceremonia después de la primera copa de vino. «Bendito seas Tú, oh Señor, nuestro Dios, quien nos has elegido de entre todas las naciones, y nos has dado esta celebración de la matzá; el tiempo de nuestra liberación; un día santo de reunión; un monumento que recuerda la salida de Egipto». Y los particularmente devotos leerán además el libro de Éxodo antes, a fin de familiarizarse con la historia de la libertad y la redención en su totalidad.

En las transcripciones de las negociaciones que Moisés y su hermano Aarón mantuvieron con el Faraón no hay forma de entender: ¿Por qué el monarca de Egipto insiste en mantener a los hebreos bajo su dominio? ¿Por qué se niega a dejarlos en libertad? Después de todo, él teme que se multipliquen dentro de su imperio, pero sin embargo, no los dejar ir.

Es porque el Faraón es presa de un frenesí que interfiere con su juicio. Ya no le asusta el aumento demográfico, en tanto puede ejercer su opresión sobre los demás. Aunque los egipcios están hartos de los Hijos de Israel, es difícil renunciar a la arrogancia que acompaña a la creencia de que «Tú nos has elegido».

¿Qué sería de Egipto sin esclavos que torturar, y qué será de Israel sin sus palestinos? ¿Sobre quién podrá ejercer su arrogancia, y sobre quién su tiranía?

Hay un dicho hebreo que afirma que si hemos sobrevivido al Faraón, también sobreviviremos a esto. Pero no, no hemos sobrevivido al Faraón: La historia se ha encargado de trasplantar su duro corazón en nuestro pecho hinchado.

La maldición del Faraón pesa sobre nosotros. Y si no hemos logrado sobrevivirlo, tampoco lograremos sobrevivir a «esto».

Fuente: Haaretz - 10.4.12
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